viernes, 27 de abril de 2018

EL JURADO (2003), de Gary Fleder

Debido a las festividades del día del Trabajo y del día de la Comunidad de Madrid, no habrá un nuevo artículo hasta el jueves día 3 de mayo. Mientras tanto, no dejéis de ir al cine. Merece la pena.

Hay veces en las que vale más ser observador que un miembro activo de cualquier grupo. Y eso es aún más válido si eres parte de un jurado. Sentado en la mesa de deliberaciones puedes llegar a observar de dónde vienen tus compañeros, cuáles son sus comportamientos, sus debilidades e, incluso, sus sueños. Algo muy delicado si, además, eres un infiltrado que pretende inclinar un veredicto hacia uno u otro lado según la mejor oferta. Habrá que hacer demostraciones de poder y seguir hacia adelante cuando las cosas se pongan feas, pero no deja de ser interesante manipular las consecuencias de los actos de los jurados para demostrar que se tiene poder para obtener la inocencia o culpabilidad de una armería que solamente ha dado facilidades para vender sus productos. La demanda es millonaria y los intereses que se ponen en juego son muy poderosos. Ya se sabe. El imperio de las armas mueve el crimen y gran parte del dinero. Y que cada ciudadano tenga derecho a llevar armas es una locura.
Rankin Fitch, por otro lado, es un analista de elección de jurados. Nunca falla. Tiene todos los medios a su alcance y carece de moral, de complejo de culpabilidad o de cualquier sentido decente. Él solo hace su trabajo sin preocuparse de las consecuencias que pueda tener. Si hay que trabajar para que una empresa que vende armas tenga razón, se hace sin ningún cargo de conciencia. Es un lince para calar a esos desgraciados a los que les ha tocado la gracia de formar parte del tribunal. Y engañarle es una tarea difícil, por no decir imposible. Pero, quizá, esa falta de moral y de conciencia también es el ingrediente perfecto para que su memoria sea volátil y efímera. Y el pasado va a ir a buscarle con toda la fuerza posible. Puede que sea el último caso de Rankin Fitch.
El choque de trenes está servido. Nick Easter es el jurado infiltrado y hará demostraciones de poder para probar que tiene influencia sobre el resto de elegidos. Estará ayudado desde fuera, desde luego. Porque, en el fondo, Nick Easter es un romántico y todo lo hace por amor. Al otro lado del juego, estará Adam Roark, un abogado íntegro que, tal vez, sienta la tentación de corromperse para alcanzar sus objetivos. Nadie puede saber hasta dónde llega su honestidad. Y Roark tampoco. El caso está servido y estará visto para sentencia. Los millones circulan. Las amenazas veladas se ponen en marcha. Todo es un juego en el que alguien saldrá muy mal parado.

Es cierto que esta adaptación cinematográfica de la novela de John Grisham está muy por debajo de su original literario, pero no deja de ser una buena película, apasionante en su desarrollo, con mucho ritmo, con interpretaciones notables de John Cusack, Rachel Weisz y Dustin Hoffman y, sobre todo, de Gene Hackman, dominador de todas las escenas con una sabiduría reservada solo a los grandes actores. Al fin y al cabo, si hay elementos empeñados en corromper el sistema judicial, también puede haber otros que intenten preservar su auténtica función. Y eso hace que los ciudadanos tengan la seguridad de que algo podrá ir más allá de la simple venganza o del taimado interés.

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