miércoles, 4 de abril de 2018

UNA TERAPIA PELIGROSA (1999), de Harold Ramis

Estoy bien, estoy bien, no me pasa nada, estoy bien. Lo que no puedo asegurar es que no me ponga a llorar diez líneas más abajo, pero estoy bien. Solo necesito respirar un poco de aire puro y pensar con calma lo que voy a escribir. En el periódico ya me están buscando un loquero que haga que desate mi ira interior contra películas mediocres de otra forma y que me quede con lo bueno del oficio, con películas como ésta, pero, no sé, tengo ganas de darle a un cojín y no estoy seguro de que no quiero tirar el ordenador por el balcón. Estoy bien. Solo hace falta que ponga una frase típica de crítico…vamos a ver…”la influencia de Kieslowski en la comedia es de una profundidad que recuerda los escorzos imposibles de Ken Russell y que remite, inevitablemente, hacia el desprecio y el olvido más dolorosos. Todo ello se confirma con esa sucesión de planos langianos que sumergen al espectador en la oscuridad para que vuelva a nacer en el inacabable universo del autor”….Bufff, ya está. Ha costado. Me siento algo mejor. El peso ha desaparecido. Tú….tú….tú…eres bueno…eres bueno porque lo digo yo y ya está. ¿Cuánto te debo?
Nunca me han dicho no. Quizá ese sea uno de los problemas más fundamentales. Lo que digo va a misa y punto. Tal vez por la noche sueñe que voy a comprar unas naranjas a un puesto callejero y se acerquen algunos sicarios para tirotearme por la espalda. Tú me protegerás, Fredo. No lo sé. Todo es muy confuso. Algún trauma de la infancia. Puede que mi primer recuerdo influya porque es un bofetón de mi hermano por cogerle uno de sus coches de juguete, no lo sé. Debería irme al campo unos días y emborronar unos cuantos folios con una serie de exabruptos indescriptibles para liberar mi alma y dar cancha a mis sentimientos. Es una terapia peligrosa y voy a creer que soy Robert de Niro, pero mejor eso a hacerme pasar por Carlos Boyero. Ufff, vuelve la ansiedad. Tengo ganas de terminar el artículo y no sé cómo hacerlo. No, no voy a poner a nadie a caldo. Son buenos chicos y ver de vez en cuando cine malo ayuda también a distinguir cine bueno. Pero antes de que termine estas líneas, tendré ganas de arrancar la cabeza a alguien.
Harold Ramis dirigió esta película con el punto justo de comedia sobre los actores, maravillosos Robert de Niro y Billy Crystal, que sirven de terapia a trastornados obsesivo-compulsivos como yo y que hacen que los miedos se larguen con viento fresco a base de carcajadas y de humor de alta clase. Hace tiempo que no he visto una comedia tan bien pensada como esta, por mucho que tenga balas de absurdo e instantes para recordar con un punto de gamberrismo. ¿Veis? Estoy mejorando. Ya no desato mi ira hacia las películas. Yo las quiero. Soy parte de ellas. Aquí el único que me saca de mis casillas es ese tipo que se encargó del primer asunto antes que del segundo asunto y no hay más que hablar. La ansiedad vuelve. Termino. Va a ser mejor así. Si no, es posible que saque la ametralladora y comience a llenar de sangre la pantalla.


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