Esta
película es sobre un monstruo indefenso que se ve obligado a salir de su
guarida. Durante toda su vida ha permanecido a salvo, haciendo el trabajo sucio
para otro, el más aburrido, el más burocrático. Sin embargo, el destino decide
hacer una última tentativa y llama con fuerza a su puerta y debe abrir, no le
queda más remedio. Tal vez así pueda volver a sentir aquello que le movió y le
removió por dentro en el activismo social de los setenta en la lucha por los
derechos civiles. Sabe que la lucha no ha acabado y se apresta a la defensa.
Ningún hombre es una
isla. Y este monstruo se encuentra con que hay vida más allá del escritorio al
que se había encadenado. Puede haber personas que se interesen por él. También
puede que haya alguna que lo desprecie. Ya no recuerda muy bien cómo era
aquello de golpearse contra un muro una y otra vez tratando de conseguir que la
sociedad fuera más igualitaria, más justa. Sabe el código penal de memoria y
sus recuerdos son nítidos entre las líneas de miles de sentencias, autos,
providencias y recursos. No, ya no quedan muchas personas como Roman J. Israel,
letrado. Él sabe que es el último de una especie.
Su presente se quedó
anclado en el pasado. Sigue llevando el pelo afro. Arrastra de un lado a otro
un pesado maletín en el que guarda toda la base para la demanda de un caso que
puede cambiar la concepción legislativa en materia de jurisprudencia. Sus gafas
son de otra década. Su traje es muy parecido a un saco. Todo ser humano es
débil y comete errores y él no va a ser menos. Cometerá uno que pondrá en
peligro todo por lo que ha luchado, todo por lo que, también, ha perdido. Es
como si tratase de olvidar quién ha sido realmente, aunque no haya sido mucho.
Está harto de intentar cambiar las cosas desde una posición realmente modesta y
no sabe que ahí es donde se le necesita. Es Roman J. Israel, letrado. Ya se
sabe. Algo más que un señor. Algo menos que un caballero.
Denzel Washington, como
siempre, da un par de lecciones en la piel de este personaje que se sitúa al
margen porque así lo eligió. Él es la razón principal para ver esta película
que, sin embargo, resulta peligrosamente farragosa al perderse en largas
disquisiciones sobre una realidad jurídico-social ajena, como si tratara de
agrupar en dos horas y diez minutos de historia todo lo que ocurrió en la
defensa de la gente de color de los Estados Unidos. Y, de paso, también intenta
dejarnos el mensaje de que, de vez en cuando, también hay que vivir y que eso
no es ningún pecado. La auténtica ofensa nace en el instante en que se elige el
camino de la corrupción para llegar a unos fines que son sólo materiales,
lujosos, etéreos y efímeros. Todavía hay tiempo para conservar nuestra esencia
y nuestros verdaderos ideales. Esos mismos que no están contaminados ni por la
política, ni por la propaganda periodística, ni por la ideología. Sólo se rigen
por lo que es justo. Nada más. Nada menos.
Puede que nada sirva
para nada, que no haya resultados inmediatos, que todo sea una gigantesca e
inútil pérdida de tiempo, pero si alguien, quien sea, deja que ese trabajo tan
ímprobo haga mella en él, entonces todo habrá merecido la pena. Que se lo
pregunten a Roman J. Israel, letrado. Él tiene todas las respuestas aunque su
apariencia es la de haberlas perdido todas por el camino.
2 comentarios:
Por lo que dices se ve bien. aunque adviertes su lentitud, el mensaje es bueno
Se ve bien porque el que lleva todo el peso de la función es Denzel Washington y es un actor capaz de hacer lo que quiera y hacerlo bien. El mensaje, efectivamente, es bueno pero, ya digo, es farragosa, un tanto "leguleya", se pierde en algunos vericuetos propios de épocas ya pasadas con una dialéctica algo anticuada. El espectador poco avizor se quedará algo decepcionado.
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