Tres amigos que están
locos por el surf. Y los años pasan por encima de ellos como las olas que
tantas veces les han engullido. Siempre salieron a flote, de una u otra manera.
Con ayuda de los otros, o no. Lo peor fue aquella vez en que tuvieron que ir a
tallarse para acudir al frente del Sureste Asiático. Hicieron todo lo posible
por librarse, menos uno de ellos. Matt tuvo problemas con el alcohol y, aún
así, fue el mejor. Se subía a la tabla de surf con tanta facilidad que parecía
que fuese un autobús de lengua sobre el agua. Matt, quizá, era el más guapo.
Ese chico con el que toda mujer sueña. Brillante, atractivo, un punto
insolente, otro punto rebelde, lo justo en juergas, lo indicado en
atrevimiento. Algo que fascinaba con el contrapunto de la botella. Pero aún
así, podría ir con la mayor borrachera del océano, pero se subía a la tabla y
se acabó. El alcohol se evaporaba. Sólo existía la espuma, el surcador y él.
Jack era el
responsable. Quizá era el que se metía en menos líos. Su cabeza siempre estaba
sobre los hombros y su risa también era más difícil. Le gustaba subirse a la
tabla sobre las olas sólo porque sus amigos lo hacían. Su responsabilidad le
llevó a Vietnam y a no fingir una cojera o una locura temporal. Iba y ya está.
Tres años allí. Regresó. Y lo primero que hizo fue ir a la playa para surfear.
Es el espectador sereno de las proezas de Matt. Es el amigo que siempre te da
el punto de vista razonable. Aunque, hay que reconocerlo, a Jack le gustaba la
fiesta y, además, tenía una madre que era la misma encarnación de la paciencia.
Leroy era el más
irresponsable. Si había una pelea, allí estaba. Si había que beber, se ponía
ciego. Si había que ir con chicas, las cogía a pares. Sin embargo, también
tenía un profundo sentido de la amistad. Puede que no todo lo que hiciera fuese
legal. El dinero fácil también atrae desde las crestas de agua, pero era capaz
de tirarlo todo por la borda con tal de estar bien con esos compañeros con los
que compartió inquietudes, olas, sonrisas de complicidad y futuros nunca
cumplidos.
John Milius dirigió esta película, sencillamente, porque le gustaba el surf. Cuando su anterior película, El viento y el león, se confirmó como un éxito, se sintió con dinero y fuerzas suficientes como para abordar la historia de su pasión. Cuando la película fracasó estrepitosamente, no pudo entender que al público no le interesara algo como el surf que, para él, era mucho más importante que cualquier otra cosa. Si bien es cierto que, en algunos momentos, la película adolece de una continuidad coherente y que, sobre ella, planea un sentimiento de nostalgia hacia una juventud que se aleja de forma implacable, igual que una ola que besa la orilla, la historia sobre la lucha con la vida y el mar de estos personajes acaba por ser un lugar común en la leyenda de todos los que nos acercamos. El gran miércoles es ese día en el que la Naturaleza brinda crestas de tantos metros que apenas se pueden contar. Estos chicos volaron, cayeron, casi se ahogaron y permanecieron. Y lo hicieron sabiendo que tenían un hermano al lado.
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