martes, 18 de marzo de 2025

UN CRIMEN PERFECTO (1998), de Andrew Davies

Hay muchas diferencias entre esta versión de la obra teatral de Frederick Knott y la que realizó Alfred Hitchcock en 1954 con Ray Milland, Grace Kelly y Robert Cummings en los papeles que aquí asumen, con mucha distancia, Michael Douglas, Gwyneth Paltrow y Viggo Mortensen. Es cierto que la versión del maestro del suspense está más constreñida a la obra de teatro, utilizando prácticamente un solo escenario, bastante funcional, por otra parte, y sosteniendo el suspense a través del movimiento de la cámara y de sus actores, con una narración clara, concisa e irremediablemente magnética. En esta ocasión, Andrew Davis maneja con soltura el aireamiento necesario para la historia, para que no vuelva a ser otra visión de la obra de teatro. La actualiza, la traslada de Londres a los altos ambientes de Manhattan, cambia la profesión de los protagonistas. El tenista pasa a ser un financiero de Wall Street, el escritor transita hacia la pintura y ella ya no es una mujer ociosa, ni mucho menos, sino que es asesora del alto representante de los Estados Unidos en la ONU. Falta ese giro genial en el que, fracasado el crimen (no siendo tan perfecto como sugiere el título) se pasa a la acusación de ella para que, sin remisión, acabe siendo condenada a muerte. Ya se queda, simplemente, en asunto de celos. El facineroso que era víctima del chantaje se une con el amante. El inspector ya no tiene tanto protagonismo. Quizá todo esto sea la diferencia entre el cine de antes y el de ahora. Puede que el espectador de hoy, desde hace unos años, ya no tenga tanta paciencia para ver cómo se articula un crimen perfecto con una habitación y una escalera.

Y es que, ya se sabe, el dinero es el más poderoso de los móviles para cometer un asesinato. Aunque hay que reconocer que también hay condimentos de orgullo en la planificación. No en vano, no puede ser que el primero que pase con una cara bonita y aires bohemios se beneficie de la esposa de un tiburón de las finanzas. Eso no es así. No es tan sencillo. No es tan plano. Habrá que dejar las llaves en su sitio y las ofertas bien claras. Dinero a cambio de la vida. La vida a cambio del dinero. Todo es un círculo vicioso que converge en la figura de ese tipo que está perdiendo su fortuna y que ahora desea la de su mujer para no ir a la cárcel por deudas. Los crímenes están llenos de arrugas. Nunca es el tacto liso de la piel de una mujer. Siempre hay alguna que otra imperfección que pone en su lugar a quien ha estado subido en su torre de cotizaciones, empréstitos y valores mobiliarios. Es sencillo. Una llamada telefónica y el drama acaba. Sólo que quien debe ser, no es. Y, mientras tanto, hay que hacer cábalas sobre lo que ha pasado, lo que va a pasar y la muy delgada línea que separa la culpabilidad de la inocencia no totalmente limpia. ¿Verdad, señores? No basta una rubia para sustituir la sensación perdida del cariño.

 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Crimen imperfecto, Fernan Gomez, año 70

César Bardés dijo...

Crimen ferpecto, Alex de la Iglesia, años noventa