Hay muchas diferencias
entre esta versión de la obra teatral de Frederick Knott y la que realizó
Alfred Hitchcock en 1954 con Ray Milland, Grace Kelly y Robert Cummings en los
papeles que aquí asumen, con mucha distancia, Michael Douglas, Gwyneth Paltrow
y Viggo Mortensen. Es cierto que la versión del maestro del suspense está más
constreñida a la obra de teatro, utilizando prácticamente un solo escenario,
bastante funcional, por otra parte, y sosteniendo el suspense a través del
movimiento de la cámara y de sus actores, con una narración clara, concisa e
irremediablemente magnética. En esta ocasión, Andrew Davis maneja con soltura
el aireamiento necesario para la historia, para que no vuelva a ser otra visión
de la obra de teatro. La actualiza, la traslada de Londres a los altos
ambientes de Manhattan, cambia la profesión de los protagonistas. El tenista
pasa a ser un financiero de Wall Street, el escritor transita hacia la pintura
y ella ya no es una mujer ociosa, ni mucho menos, sino que es asesora del alto
representante de los Estados Unidos en la ONU. Falta ese giro genial en el que,
fracasado el crimen (no siendo tan perfecto como sugiere el título) se pasa a
la acusación de ella para que, sin remisión, acabe siendo condenada a muerte.
Ya se queda, simplemente, en asunto de celos. El facineroso que era víctima del
chantaje se une con el amante. El inspector ya no tiene tanto protagonismo.
Quizá todo esto sea la diferencia entre el cine de antes y el de ahora. Puede
que el espectador de hoy, desde hace unos años, ya no tenga tanta paciencia
para ver cómo se articula un crimen perfecto con una habitación y una escalera.
Y es que, ya se sabe,
el dinero es el más poderoso de los móviles para cometer un asesinato. Aunque
hay que reconocer que también hay condimentos de orgullo en la planificación.
No en vano, no puede ser que el primero que pase con una cara bonita y aires
bohemios se beneficie de la esposa de un tiburón de las finanzas. Eso no es
así. No es tan sencillo. No es tan plano. Habrá que dejar las llaves en su
sitio y las ofertas bien claras. Dinero a cambio de la vida. La vida a cambio
del dinero. Todo es un círculo vicioso que converge en la figura de ese tipo
que está perdiendo su fortuna y que ahora desea la de su mujer para no ir a la
cárcel por deudas. Los crímenes están llenos de arrugas. Nunca es el tacto liso
de la piel de una mujer. Siempre hay alguna que otra imperfección que pone en
su lugar a quien ha estado subido en su torre de cotizaciones, empréstitos y
valores mobiliarios. Es sencillo. Una llamada telefónica y el drama acaba. Sólo
que quien debe ser, no es. Y, mientras tanto, hay que hacer cábalas sobre lo
que ha pasado, lo que va a pasar y la muy delgada línea que separa la
culpabilidad de la inocencia no totalmente limpia. ¿Verdad, señores? No basta
una rubia para sustituir la sensación perdida del cariño.
2 comentarios:
Crimen imperfecto, Fernan Gomez, año 70
Crimen ferpecto, Alex de la Iglesia, años noventa
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