Una relación
sentimental es como un tornado. Nace con fuerza, arrasándolo todo y, luego, sin
previo aviso, cambia de dirección. No se posee demasiada información científica
sobre ello, así que lo mejor es poner en funcionamiento una serie de chivatos
sentimentales que transmitan la información al centro neurálgico del corazón.
Mientras tanto, puede que el amor se haya desarrollado en un entorno en donde
los tornados se originen como hongos y haya que ir tras ellos para admirarlos y
estudiarlos. Casi, casi como un relación personal. Es tan sencillo como eso.
Los tornados surgen, destruyen y, de repente, desaparecen. Ganará el más
rápido. Ganará el que tenga más intuición. Por el camino, habrá paradas en
sitios comunes, camaradería a raudales, coches al límite, competidores
arrogantes dispuestos a interferir en el estudio científico y a tirar alguna
pulla para ver si se liga algo más que un tornado tras otro. Habrá espectadores
casuales, traumas infantiles, seguimientos informatizados con una tecnología
que, ahora mismo, nos puede parecer propia de los trogloditas. Retorcer la
naturaleza. La de verdad. La del corazón…también.
Así pues tenemos a un
puñado de aventureros y, probablemente, adictos a la adrenalina, que les gusta
acercarse tanto a la catástrofe que casi pueden tocar con los dedos a esa
aberración natural que hace que vacas, coches y casas salten por los aires con
la fuerza incontrolable de los elementos. Les gustan más los tornados que comer
unos buenos filetes en casa de una vieja amiga. Van tras ellos como si fueran
vaqueros dispuestos a maniatar a las reses. Se dejan fascinar por ese tremendo
dedo de Dios que se dibuja desde las nubes hasta que toca el suelo. Un fenómeno
que, si no fuera real, el cine lo habría inventado.
Steven Spielberg estuvo
detrás de la producción de esta película que, en la época, contó con un reparto
relativamente desconocido para el gran público para que los grandes nombres no
distrajeran la verdadera acción. Sin embargo, una buena parte de todos ellos se
hicieron famosos muy poco tiempo después y, en los breves paseos por la parte
dramática, se nota que había algo de talento en una historia que centraba su
espectacularidad en las fuerzas de la Naturaleza. Ahí están Helen Hunt, Bill Paxton, Jami Gertz, Philip
Seymour Hoffman, Carey Elwes y Alan Ruck. El resultado es una
película entretenida, que solo quiere y desea estar en los productos más
comerciales del ocio, sin más pretensiones y, quizá, ahí está su gran virtud.
No ambiciona grandeza. Tampoco permanecer en la memoria. Sólo ofrecer un rato
de agilidad y de regreso al cine de catástrofes que tanto nos entretuvo en los
setenta. Recientemente se ha vuelto sobre el mismo tema, de nuevo con
producción de Spielberg y, lo mismo, no llega a los resultados de esta primera.
Preguntaremos al cielo.
Corran, corran, no se detengan. Estudien la toma de tierra de los tornados y adivinen cuál va a ser la dirección que van a tomar. Son imprevisibles y devastadores y no dudarán en arrasar todo lo que encuentren. Incluso el olvido. De vez en cuando, la Naturaleza no duda en recordarnos que sigue ahí para lo bueno y para lo malo.
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