Uno
de los mayores problemas de esta película es que existe un director llamado
Martin Scorsese. Su historia pide a gritos su estilo agresivo, su siempre
acertada utilización de la banda sonora, su impía consideración con sus
personajes. El director Barry Levinson no lo hace mal, pero no llega a ese
disparo a bocajarro que siempre se siente bajo la realización de Scorsese.
Además, incide en muchos de sus temas como es la amistad, la traición, la
ambición desmedida, el cinismo del enrarecido entorno de la Mafia y, por
supuesto, la inclusión de Robert de Niro por partida doble.
Y es que, aunque al
principio se hace algo raro, de Niro sabe imprimir a los dos personajes que
interpreta su toque particular. En los pasajes en los que encarna al capo di tutti capi Frank Costello vemos
al hombre que, prácticamente, ya es un negociante, que sabe esconder sus
sentimientos allí donde nadie los va a encontrar, que planea fríamente todos
sus movimientos y que no quiere dar explicaciones a nadie. Cuando incorpora a
Vito Genovese, juega muchísimo con la mirada, endurecida por un maquillaje que
embrutece su físico natural, que le coloca más en los arrabales creando a un
mafioso de más baja estofa aunque igualmente temible. Es más transparente. Es
más temible a primera vista, pero, al ser más impulsivo, lleva muchas cartas
perdedoras en la baraja.
La dirección de
Levinson es sobria, jugando sin abusar de los encuentros entre los dos de Niro,
renunciando a introducir canciones de la época como estiletes de degüello
aunque dos o tres sí que se llegan a escuchar y con un montaje que, si bien al
principio parece despistar un poco, sí que va creciendo en intensidad y en
intenciones hasta el plan final en el que confluyen tantas cosas que la Historia
nos ha contado de refilón como la persecución de los clanes mafiosos comenzada
por el Fiscal General de los Estados Unidos Bobby Kennedy, o la confesión de
Joe Valachi que enmarañó todo aún más y que está contada con el rostro de
Charles Bronson en Los secretos de la
Cosa Nostra, o la connivencia en determinados planes de las cinco familias
de Nueva York, epicentro de la Mafia en los años cincuenta rellenando el vacío
que dejó Charlie “Lucky” Luciano al abandonarlo todo. El resultado es una
película que aprueba muy justito, a pesar de ese de Niro por partida doble,
entre otras cosas porque todos los secundarios que le arropan tampoco son nada
del otro jueves y, en algún momento, sí que se deja sentir algo de falta de
fuelle, de pegada en el mentón…de eso mismo que Martin Scorsese te arrea sin
previo aviso.
Así que mucho cuidado con las amistades de toda la vida porque pueden ser las enemistades de toda la muerte. Más aún en un ambiente en que todos se saludan con una inusitada amabilidad, pero tienen el cargador lleno de balas con el nombre grabado. La traición está ahí mismo, a la vuelta del siguiente garito, y los negocios sucios se emponzoñan un poco más porque no se puede confiar en nadie. Ni siquiera en aquellos que han compartido infancia, correrías, las primeras detenciones e, incluso, las mismas calles. Cuando llega el momento, ya se sabe, no hay nada personal, son sólo negocios. Y entre ellos está el llegar a la cúspide barriendo toda la tralla que puede haber alrededor. A veces, llegar tarde puede ser la respuesta a todos los problemas. De ese modo, se puede quedar como un jefe comprensivo que no cedió el mando porque alguien salió corriendo cuando debería haber disfrutado de un tranquilo día de barbacoa.
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