Todo comienza por una
flor puesta oportunamente en la ventana de un edificio hecho de pastel. Parece
una frase extraída de las mismas entrañas del surrealismo, pero no es así. Un
hombre se casa con una mujer. Él tiene éxito. Es heredero de un imperio, pero
su padre se arrojó, aparentemente, desde una ventana. Alguien desconocido, ha
intentado dejarle una pista. El pastel de bodas es una réplica del edificio
empresarial que se erige como sede del éxito paterno. Y ahí mismo, desde esa
ventana en la que tenía el despacho, hay una flor roja que, por momentos,
parece negra. Parece que la venganza ha tocado una ventana y es hora de ajustar
cuentas.
El hombre sabe que su
mujer le ama apasionadamente, pero está dispuesto a llegar hasta el final para
averiguar quiénes fueron los instigadores de ese aparente suicidio. Ya se sabe,
en cualquier caso, que lo que más daño puede hacer a los empresarios es
tocarles el bolsillo porque creen que lo que hay dentro se lo tienen más que
ganado. Así que por ahí va a empezar. Realizará una serie de jugadas económicas
de altos vuelos que irán vaciando las reservas de aquellos supuestos amigos que
no hicieron nada por salvar a quien más quería. Amistades así también se tienen
en el infierno. Y el hombre va a hacer todo lo posible para convertir un
imperio empresarial en la misma residencia del diablo.
Akira Kurosawa realizó
esta adaptación de Hamlet en clave
japonesa y empresarial. Con parecidas intenciones a la que realizó Helmut
Kautner en Alemania apenas cinco años antes con el título de El resto es silencio, Kurosawa se centró
en el camino de venganza que emprende el hijo del empresario que, al fin y al
cabo, también acaba con él mismo, con su felicidad y con la de los que le
rodean. El resultado es una película apasionante en su fotografía y
realización, con tintes de cine negro moral, tendiendo a una serie de
personajes que siempre guardan la apariencia de respetabilidad y terminan
siendo verdaderos sicarios de lo ajeno. Toshiro Mifune resulta especialmente
admirable por esa permanente duda que le atenaza y que, sin embargo, vence con
mayor decisión porque lo único que le hace vacilar es el amor que siente por su
mujer, moderna Ofelia, que sabe que, si lleva a cabo todas y cada una de sus
intenciones, acabará pudriendo su propia alma. Si hay que poner algún
inconveniente a esta película es que se torna algo farragosa en algunos pasajes
que tratan de incluir un contexto meramente comercial a la muerte, cuando,
probablemente, sea todo algo más sencillo.
Así que tengan cuidado
con las indirectas, con las conspiraciones, con los verdaderos verdugos de la
honestidad. No son fáciles de identificar porque suelen ir impecablemente
vestidos, con gafas que esconden la expresión de sus ojos y las intenciones
obtusas, pues sólo persiguen engordar sus carteras y adelgazar los ánimos
ajenos. Una vez que se inicia el desahogo del rencor, nadie se puede quedar a
medio camino. Los días se harán más largos…y las noches serán eternas.
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