miércoles, 5 de marzo de 2025

VENGANZA DE MUJER (1948), de Zoltan Korda

 

Lo peor de pasar de cama en cama es que alguna desequilibrada pueda creer que hay algo más que un rato de evasión y placer. Eso lo sabe bien Henry, que es un tipo que busca consuelo ajeno para huir momentáneamente de las insufribles neurosis controladoras de su esposa. Quizá diga algo indebido por aquí, o una palabra de más por allá, más por desahogo que por confianza, pero alguien ha interpretado lo que no debía. Tal vez una recién llegada que tiene tanto de bella como de ambigua. O puede que Janet, esa vecina que ha estado siempre detrás de Henry, caminando a medias entre la compasión y el enamoramiento. El caso es que el arsénico precipita los acontecimientos y la mujer de Henry fallece y, claro, todas las sospechas se dirigen hacia él porque es el que estaba más cerca y era el que sufría todos los cambios de humor de su esposa que, a pesar de su invalidez, era claramente inaguantable.

Henry, por supuesto, tendrá que comenzar a investigar para despejar las sospechas que, como sombras en la noche, caen sobre él. Generalmente, el principal sospechoso de cualquier asesinato de mujer suele ser el marido o la pareja. No todo es tan claro. Henry debe bucear en sentimientos y motivaciones. Tal vez por ahí llegue a alguna conclusión provechosa para librarse de la cárcel y de la sentencia. Eso sí, mucho cuidado, porque el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y eso es lo que ha hecho el incauto Henry.

Zoltan Korda dirigió esta película como un proyecto personal involucrando en la escritura de guión a Aldous Huxley en una de sus escasas incursiones en el cine. Para ello, contó con Charles Boyer, estupendo y adecuado en su papel de marido agobiado, amante deseoso e inocente sospechoso, acompañado de dos actrices de enorme categoría como fueron Ann Blyth, siempre escondiendo la doble intención detrás de su rostro lleno de encanto, y Jessica Tandy, aportando la parte serena a una historia en la que la venganza femenina toma cuerpo y mirada porque, seamos sinceros, nadie mira como una mujer cuando quiere dar gusto al rencor.

Así que hay que ser muy cautos con quien nos juntamos. Puede que demos con la eterna insatisfecha, o con la que no quiere compartirnos con nadie, o con la estúpida de turno, o con la mujer más maravillosa a primera vista. Nadie sabe lo que se esconde detrás de las personas y, mucho menos, detrás de las mujeres. Su maldad, al igual que su inteligencia, es igual de refinada, de sutil, de insidiosa y escondida. Hay que leer en muchos de los sitios de su expresión para encontrar las líneas de sus motivos y la conciencia de sus actos, sean buenos o malos. Y no es nada fácil, porque saben esconderlo todo detrás de un bonito rostro, o de unos ojos encantadores, o de unos detalles insustituibles, o de una caricia más a tiempo que cualquier reloj. Son ellas. Únicas, irrepetibles. A nosotros, y al protagonista de nuestra historia, sólo nos corresponde ir detrás de su rastro como perros olfateando la salida.

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