Un hombre puede perder la cabeza
por una mujer. Tanto es así que el amor sirve como coartada y entonces todo es
un salto al vacío con un paracaídas que se abre como una flor en el cielo. Ese
hombre se esconde en la penumbra para pedir ayuda pero no es ayuda lo que
quiere, lo que quiere es desahogarse, tener la certeza de que lo que ha estado
haciendo no es una locura sin ningún sentido. Combatir en la guerra, resultar
herido al lado de un amigo que lo es de verdad, una condecoración y una huida.
De locos. El amigo desaparece y tiene que encontrarlo. Tal vez porque es lo
único que le recuerda que, dentro de él, hay un atisbo de cariño, de verdad, de
que hay algo que verdaderamente le ata al resto del mundo. Al fin y al cabo, él
no es un detective. Es solo un modesto empresario que posee unos cuantos taxis
en Saint Louis. Y, sin embargo, está obligado a meterse él solito en la
oscuridad. Y bailar al ritmo que otros toquen.
Y es que detrás de unos ojos
enigmáticos, está el asesinato y la traición. Aunque quizá bien merezca la pena
dejarse traicionar con tal de tener sus labios. ¿Quién sabe? Lo que ya es más
difícil es que le dejen la cara como un cromo y que, en algún lugar del
corazón, comiencen a dibujarse las heridas de un crimen cometido años atrás. La
policía también está encima y la vida se funde como una pepita de oro en un
horno. El callejón sin salida acabará por estrecharse demasiado. Nada de lo que
se siente tendrá sentido. Nada de lo que se piensa tendrá verdad.
Humphrey Bogart husmea con
sabiduría en los rincones tenebrosos de una trama que se va revelando en los
pocos claros de una ciudad en penumbra. El guión es ágil, directo, sin
demasiadas concesiones. La dureza se palpa en el ambiente, incluso cuando se
nos retrata a un hampón que no soporta la visión de la sangre. Más que nada
porque John Cromwell, el director, sabe decirnos que el ser humano tiene tantos
recovecos como días. Las pistolas humean porque quieren delatar al dedo que
aprieta el gatillo. Todo es retorcido y difícil y, tal vez por eso, siendo una
película algo más pesimista que el resto de las que se hicieron dentro del
género negro, ha caído en un olvido injusto…como lo que hacen esas chicas para
las que solo eres un recuerdo algo incómodo, un error que se entierra en los
cementerios del pensamiento. Las palabras dulces son las más mentirosas. Y más
cuando hay unos cuantos cañones deseando ser disparados mientras permanecen
ocultos tras ellas.
El pasado siempre viene al
encuentro pero lo que es más sorprendente es que el pasado de otra persona sea
lo que viene a tu encuentro. Hay que jugar con otras barajas, pensar a otro
nivel, hacerse dueño de la partida aunque no se sea quien está repartiendo. Y
las apuestas no siempre salen bien porque esa mesa, sencillamente, no es la
tuya. Ponerse en la piel del amigo que murió de forma absurda no es más que un
intento de revivir algo que lucha por morir una y otra vez porque, un día, se
besaron los labios equivocados.
2 comentarios:
Mmmm, casualidad quizá, pero en el fondo te has traido dos pelis en las que un personaje no profesional se convierte en detective a su pesar. No hay muchos más paralelismos entre este Bogart y "El Nota" de ayer, salvo que quizá ambos sea mucho más avispados de lo que en principio podía parecer y que aprecían la amistad por encima de lo que les conviene a su salud.
Pero no es la única película en la que una ciudadano privado se mete a detective idem o algo parecido, a veces a la fuerza.
Pero el primer ejemplo que me vino, no tiene nada que ver con los que hemos comentado podría ser Guillermo de Baskerville en "El nombre de la rosa", buscando asesinos entre las hogueras inquisitoriales. O ese otro cura llamado el Padre Brown, o Miss Marple.
Pero más en la linea de lo que comentaba al principio nos pdríamos fijar en Antonio Resines en "La caja 507", metido en los bajos (o quizá demasiado altos)fondos para desmontar el entramado especulador. O la camtidad de falsos culpables que han de ponerse a investigar para descubrir al verdadero asesino, en Hitch por ejemplo, sin ir más lejos en "Frenesí".
Pero hay muchos más investigadores no profesionales. Ahí lo dejo por si queréis recoger el guante.
Abrazos con pesquisas
Bueno, Hitchcock es una buena fuente para ese tipo de personaje ya que él mismo odiaba a la policía y los descartaba para cualquier tarea competente. Ahí tienes al fotógrafo de "La ventana indiscreta" o al publicista de "Con la muerte en los talones". Más allá de eso, tenemos también al marinero Michael O´Hara, metido en una red de conspiraciones y turbiedades en "La dama de Shanghai"; o también el vividor Robert Arden en "Mister Arkadin" intentando averiguar el pasado de un hombre poderoso. Tendríamos también la poderosa vuelta de tuerca que hace Don Siegel al relato "Los asesinos" de Hemingway en "Código del hampa" con dos asesinos a sueldo investigando el por qué un hombre se ha dejado matar. También tendríamos al tranquilo hombre de negocios que tiene que ponerse la gabardina de investigador para ver qué ha pasado con su mujer en "Frenético", de Polanski; y ya, en el colmo del virtuosismo, tenemos a un pianista intentando desfacer los entuertos de su hermano en "Tirad sobre el pianista", de Truffaut o, si me apuras, al samurai renegado que intenta solucionar de la manera más negra los enfrentamientos entre dos bandas rivales en el "Yojimbo" de Kurosawa, lo cual, claro, me lleva al manco militar retirado que, un buen día, se baja del tren en la ciudad más dura del Medio Oeste en "Conspiración de silencio", de John Sturges.
Abrazos aficionados.
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