martes, 15 de enero de 2019

MONSIEUR VERDOUX (1948), de Charles Chaplin

Los números santifican. Un simple asesino de mujeres es condenado a la guillotina mientras tanto, en algún lugar de la loca Europa, un asesino de masas es elevado a los altares para desencadenar el mayor conflicto bélico que se ha conocido nunca. Henri Verdoux tiene una particular manera de mirar al mundo. Más que nada porque el suyo se ha visto reducido a conquistar y matar y, ni aún así, ha conseguido salir de la miseria. La misma vida, la marcha de los acontecimientos, ha relegado su fortuna a unos pocos céntimos con los que tiene que vivir. Sus malas obras cuentan. Y también ha hecho alguna buena…pero eso no es óbice como para que no pague por sus crímenes. Verdoux, en realidad, es un producto de los tiempos. De empleado de banca a asesino sin estaciones intermedias. Y los tiempos han sido los culpables.
Ciertamente que asesinar a unas cuantas señoras solitarias para quedarse con su dinero es tarea bastante fácil, salvo cuando los elementos se ponen tan en contra que resulta imposible. Verdoux lo consigue en la mayoría de las ocasiones, pero Madame Bonheur se le resiste. Es una señora que destaca por su basteza, por su inexistente elegancia. Si no tuviera dinero, incluso se podría decir que tiene los ademanes y expresiones de una prostituta, pero, diablos, es más difícil acabar con ella que salir de la crisis económica. Verdoux es un hombre de recursos. Tiene su propio hogar, su propio hijo, su propia casa. Y también tiene unos cuantos hogares más, sin hijos, en casas ajenas. Es un tunante que a cada una de sus mujeres le ha contado una historia diferente. Para unas es un apacible jardinero que gusta de cuidar del jardín de su casa, para otras es un intrépido capitán de barco que no sabe ni dónde está el babor, para las más incautas es un ingeniero de puentes que trabaja en Indonesia. Todas con un denominador común. Está más tiempo fuera de casa que dentro. Sólo va cuando los números no cuadran (en esta ocasión, no santifican) y tiene que hacerse con algo de efectivo para continuar con sus inversiones en Bolsa. Y si, de paso, entre viaje y viaje, cae alguna víctima más, mejor que mejor.

Charles Chaplin dirigió su película maldita con considerables dosis de humor a pesar de ser un drama de crímenes que ideó Orson Welles. La crítica masacró su mirada llena de desesperanza hacia un frío mundo que barría a todos los mediocres con un vendaval de desgracia seguido de muchos ceros y, desde luego, el público nunca estuvo preparado para asistir en directo a la ejecución de su querido vagabundo. Los tiempos, una vez más, igual que con Henri Verdoux, acabaron con él. El pesimismo de Chaplin se hizo cuchillo y todos notaron cómo se recreaba en abrir la herida hasta el fondo. Lástima, hubiera conocido a un buen puñado de viudas deseosas de poner su fortuna en manos de un galán tan atildado y melifluo que llega a ser ridículo…y, sin embargo, con una misteriosa capacidad para tener éxito. La noche cae. Verdoux también…

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