El deseo de libertad
crece dentro de las personas como algo más necesario que la vida. Un muro de
separación y de odio se levanta para mantener a media ciudad bajo presidio. No
hay muchos lugares hacia dónde ir y sólo hay que excavar un poco para llegar al
otro lado. Los vecinos maledicentes se hallan al borde de la delación. El
extraño que aparece de improviso está cubierto de ambigüedades. Nada ni nadie
es lo que parece. Sólo el ingenio puede llegar a donde nadie ha llegado antes.
Y el mayor tesoro de todos es esa familia que ha pasado ya demasiado como para
que ahora unos políticos que creen llevar la razón por encima de la propia
libertad ordenen cómo se debe andar, qué se debe vestir, qué es lo que hay que
hacer, hasta dónde se puede caminar, de qué manera hay que pensar…Sí, porque
eso existió, a pesar de los analfabetos que siguen negando las evidencias, a
pesar de que el tiempo se empeña en que la gente olvide que la libertad fue
asesinada cuando se levantó ese muro, a pesar de que el relativismo haya hecho
creer a muchos que aquello fue culpa de otros o que, al fin y al cabo, no fue
tan malo.
Fue una época en la que
no se podían limpiar las ventanas de frente porque se temía que se hicieran
señales al otro lado, en la que, si querías pasar con un coche al Oeste, te
hacían entrar a un garage donde se te desarmaba entero y, si querías
ensamblarlo de nuevo, tenías que pagar para que lo volvieran a montar…Cosas que
no se estudian en los libros de Historia pero que ahí están, para quien quiera
comprobarlo, repetido una y otra vez en las guías turísticas de lo que hoy no
es más que un mal recuerdo. Cuando la calidad de vida resulta tan degradante,
es cuando se decide pasar al otro lado con lo puesto. No importa que no se
tenga nada, o que el futuro sea incierto. Es mejor tener un futuro incierto a
no tenerlo. Es mejor sentirse libre que totalmente oprimido. Sólo son unos
cuantos metros. En medio, un muro, unas alambradas, unos cuantos guardias
implacables, una permanente visión de gris ruinoso y, allí, a tan poca
distancia, la alegría de ser libre, de no tener que informar, de dejar de ser
parte de un engranaje que te condena a la mediocridad, al miedo y a la muerte
del espíritu. ¿No es suficiente como para asumir el riesgo de emprender una
huida?
Robert Siodmak dirigió una
película sin estrellas, con una mayoría de reparto alemán, con pocos medios,
pero con un dominio excepcional del suspense, del tiempo y de la angustia. Él
sabía perfectamente lo que significaba huir de la injusticia y de la privación.
Y con su sabiduría tras las cámaras y su experiencia en la vida, supo hacer una
historia de búsqueda de la libertad, de una familia unida, de un ingenio puesto
en marcha y del trabajo que nadie debería hacer en un mundo sin opresión. Y el
que no quiera creerlo, debería haber vivido en el lado oriental del muro, donde
unos cuantas mentes infantiles pensaron que merecía la pena sacrificar la
libertad a cambio de que todos fueran igual de miserables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario