Vivimos
unos tiempos difíciles en los que triunfan algunos césares empeñados en decir
lo que la gente quiere escuchar a pesar de que en su corazón sólo anida el
hedonismo más insultante, el egoísmo más infantil y la falsedad que sólo se
otorga a aquellos que manejan el poder. Demasiadas piscinas con borde infinito,
demasiados jardines primorosamente cuidados y demasiadas justificaciones
estúpidas que atienden exclusivamente a la arrogancia. Y, sin embargo, ahí están.
Con sus sonrisas forzadas de dentadura brillante (o no) que dejan escapar su
desprecio por los que necesitan de ayuda verdadera más allá de las palabras.
Son arroyos ínfimos que
desprenden el carisma que todo valle necesita. Cloacas de pensamiento que caen
de uno u otro lado dispuestos a aumentar tanto su patrimonio personal que
llegan a exclamar sin rubor que todo no es suficiente. A su alrededor, un
completo entramado de intereses que se mueven en el lujo y en el placer
inmediato, como si esa fuera la meta permanente de mentes que, en realidad, son
pura debilidad enganchada a la propia satisfacción. Inmunes a la crítica porque
creen que el resto de la humanidad no es más que turba manipulable ausente de
criterio. Verdadera pornografía aristocrática que mira al arribismo con
superioridad manifiesta y que sólo accede al empujón favorable por mero
capricho. Y que conciben la derrota sin pestañear, como algo inherente a su
condición de elegidos.
Lejos de La gran belleza y de la excelente La juventud, Paolo Sorrentino incide en
la ficción para retratar la personalidad disipada, disoluta y prescindible de
Silvio Berlusconi con alguna hechura del Martin Scorsese de El lobo de Wall Street y con alguna
irritante tendencia al anuncio de colonia para hombres de duración excesiva.
Cuenta con un maravilloso y camaleónico trabajo de Toni Servillo en la piel del
empresario y político y con una vistosa fotografía que enmarca toda su fantasía
en esa belleza efímera de la que tanto sabe hablar. Mucha tristeza hay en su invención
además de un cierto convencimiento sobre el triunfo de la ausencia de valores,
sobre la creencia cada vez más acentuada en la nada que proporciona el placer
inmediato y sobre la incredulidad de que todos hayamos permitido el auge de
este tipo de personajes en las más altas instancias de cualquier país. Aún así,
la película se hace larga y, en algún momento, se cierne sobre el espectador
una ligera sensación de que se está perdiendo algo de contexto sobre la
convulsión política italiana y sobre ese mamarracho que hizo siempre lo que le
vino en gana en el instante que quiso con el agravante de poseer un sentido del
humor más que discutible.
Y es que las noches del
verano en Italia se antojan tan agradables como el suave tacto de una piel
deseable. El viento acaricia la ambición y los alientos de la vejez despliegan
su encanto exhibido a través de una insultante opulencia carente de contenido.
Un gesto no hace a un hombre aunque este se componga de muchos gestos. La
sonrisa sigue brillando con toda su falsedad a pesar del ostracismo de la
lógica y parece que estamos condenados a hundirnos cada vez más en un fango de
relativismo y morbo. Esos hombres que manejan los hilos siguen estando ahí, con
toda su estúpida superficialidad dispuesta a engañar a los bobos que, incautos,
apuestan por lo que es pura imagen.
2 comentarios:
Así que Belusconi ya tiene su película.
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En otro orden, estoy preparando un material para una entrada acerca de LOS PUENTES DE MADISON que tiene como fuente la entrada que tú hiciste al respecto. me gustaría tenerla para este mismo año pero no te prometo mucho pues estoy en un corre corre ya que a causa de la destrucción que el gobierno de Venezuela ha hecho de este país, me veo en la necesidad de emigrar hacia el sur de Brasil. de todos modos en lo que la cuelgue voy a venir hasta acá a avisarte
No te preocupes, lo importante es que estéis bien y os establezcáis a gusto en el sur de Brasil, es una zona que conozco bien. En cualquier caso, cuando lo tengas, será un placer echarle una mirada.
Un abrazo de compañía.
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