martes, 8 de enero de 2019

LA LEY DEL TALIÓN (1956), de Delmer Daves

Comanche Todd lo ha perdido todo y, por eso, aunque derrocha valentía, no le importa demasiado que un sheriff cualquiera le dé caza. Sólo cuando vuelve a sentir aquello que sentía, cuidando de su familia asesinada, es cuando empieza a ver la luz y vuelve a ser un hombre. Atado a la rueda de una carreta, sólo puede asistir a las crueldades que se le ocurren a ese sheriff  brutal y cínico, que exige una justicia para él, privada y sanguinaria. Los blancos nunca son malos. Los malos son los pieles rojas, esos salvajes. Comanche Todd no es ni lo uno ni lo otro, aunque sí que prefiere pensar en que sus seres queridos, como los valientes, están en las vastas praderas verdes donde los guerreros tienen abundancia de comida y de agua. Ellos se lo merecen porque le hicieron muy feliz. Pero ahí, esposado a la rueda, va a comprobar que el amor no ha muerto, que él sigue siendo capaz de amar y que es digno de que le amen, a pesar de su condición de forajido. Luchará por todos, aportando su experiencia de media sangre india. Retará a duelo a dos apaches porque, al fin y al cabo, son el número necesario para acabar con un comanche. Dará lecciones de vida a unos imberbes que creen saberlo todo. Salvará a un destacamento de caballería porque sabe cómo piensan los mescaleros. Y todo ello lo hará en el inmenso Cañón de la Muerte.
Los paisajes parece que se precipitan sobre Comanche Todd y sus protegidos. Él sabe sacar el máximo partido de todo lo que encuentran. Su mente está preparada para no beber en muchas horas si, con eso, otra persona se salva. Y esa es la mejor capacidad que posee. El destino lo comprende y, de alguna manera mágica, aplicando la ley del Talión, volverá a tener la oportunidad de tener una familia, de cabalgar con libertad, de amar y ser amado. El cielo, azul y grande, lo sabe. Los coyotes lo saben. Incluso los guerreros de las verdes praderas lo saben y lo aprueban. Por una vez, Comanche Todd va a luchar por algo que merece realmente la pena.

Delmer Daves supo hacer un western de supervivencia, intenso y trepidante, con la colaboración de Richard Widmark en el papel de ese renegado que se niega a rendirse, que cree que, si le cogen, más vale que lo hagan luchando y que tiene un valor humano que se esfuerza por ahogar cuando no ha conocido más que la desgracia y las lágrimas. A su lado, Felicia Farr otorga ilusión y nuevos horizontes mientras los apaches cercan a esa última carreta que trata de alcanzar, a velocidad muy lenta, el siguiente desvío hacia el futuro. Y así es cómo se puede asistir a un amanecer sin ruedas como cárceles, sin sogas esperando, sin más entretenimiento que un cine lleno de intenciones y de aventuras inolvidables.

2 comentarios:

Alí Reyes dijo...

Creo haber visto esta película pero solo el segmento final...Cuando al fin lo dejan en libertad los colonos. Tendré que buscarla

César Bardés dijo...

Merece mucho la pena. Daves era un gran maestro. De todas formas, el final no es ése que comentas. No te digo más para no desvelarte nada. Siempre es mejor ver las películas como si fuera la primera vez.