La espera es interminable cuando
tú no estás, amor mío. Hemos pasado muchos ratos malos, mirando hacia nuestro
interior, encontrar algún rastro de humanidad que nos librara de nuestros
propios actos pero fue imposible. Tú decidiste que ibas a matar a mi marido y
yo solo pude mirar la taza de café que tenía delante y perderme en la crema,
intentando pasar por una burbuja más y hundirme en la oscuridad. Me dijiste que
todo lo tenías planeado, que no podía fallar nada y, sin embargo, aquí me
tienes, esperándote, como he hecho el resto de mi vida. No estás, no sé qué ha
pasado contigo, no sé si has llevado a cabo tu plan, no sé si has tenido algún
problema o, simplemente, te has horrorizado tanto de lo que has hecho que has
emprendido una huida. Una huida de mí. Y el tiempo se me vuelve gris y vacío y
austero y pesado. Deseo que aparezcas por esa puerta y que nos pongamos a
charlar de cosas intrascendentes, como tantas veces hemos hecho, para no hacer
frente a nuestros propios problemas, al hecho de que tú te habías enamorado de
mí y yo de ti y que mi marido era tu jefe y que no podríamos tener nunca la
felicidad completa a pesar de que la buscábamos tanto que cada vez se nos
perdía más. Una trompeta, en pleno lamento, parece que suena a lo lejos y los
minutos, poco a poco, se vuelven culpabilidades y derrotas. Dime algo,
preséntate, no me tengas suspendida en la nada que significa esperar. El coche
ya no está. Tú tampoco. Y este crimen va a terminar por ser nuestro callejón
sin salida.
Estoy aquí encerrado, cariño, en
el ascensor. El azar ha querido que yo lo hiciera todo bien, que planeara hasta
el último detalle, que el crimen pareciera un suicidio estúpido y que nosotros
tuviéramos un futuro lleno de compañía y de amor. Pero estoy aquí, encerrado en
el elemento sorpresa, en lo único en lo que no llegué a pensar. El ascensor,
aún estando parado, me está llevando hacia el cadalso y tú estás esperando que
yo llegue y te diga y te haga y que corramos y que salgamos de este agobio que
ha sido nuestra relación. Eso no es nada comparado con el agobio que siento
aquí, entre estas estrechas paredes que me gritan a cada momento que estoy
perdido y que me van a pillar atrancado entre dos pisos. El suelo está lleno de
colillas, me estoy quedando sin tabaco, no sé cómo salir de aquí y aún parece
que puedo oler la sangre de tu marido sobre mí. El tiempo ya no es color, ni
siquiera es blanco y negro, es penumbra, casi ceguera. No puedo atisbar
sensaciones porque no siento nada salvo que todo ha sido una broma cruel de un
destino que no quiso pertenecernos. Una trompeta, en pleno lamento, parece que
suena a lo lejos, como anunciando que yo voy a morir y que tú te vas a quedar
sola. Y yo sé, cariño, que eso para ti es una condena peor que la cárcel. Necesitas
de mis brazos y yo de tus besos y lo que nos hemos regalado es un crimen.
Muerte a nuestro alrededor cuando todo debería ser luz y vida y felicidad y
deseo. El maldito Malle lo hizo con esta historia nuestra y nos predestinó a la
agonía para el resto de la eternidad. Tantos años han pasado ya desde que se
hizo esta película y yo sigo aquí, encerrado, esperando tener una idea
milagrosa que me saque de este sarcófago vertical pero soy incapaz, soy
incapaz…Estoy ya tan muerto como tu marido. Estoy ya tan cansado que me he
atrancado entre dos pisos para siempre.
3 comentarios:
Qué maravilla, ayer me puse por nosecuantaava vez "Los cuatrocientos golpes" y hoy me encuentro con este post tuyo tan... tuyo. Esta también me gusta mucho, la tengo relativamente reciente porque hace dos veranos me dio por hacer un ciclo intensivo de Malle. Qué suspense, qué claustrobia, que angustia de sentirse atrapado, alguien debería tomar nota en lugar de estar tan "perdido".
Y ese Miles Davis, ummm
Abrazos hablando del tiempo
Es que, claro, te pones lo mejorcito de la "nouvelle vague". Ya ves, Truffaut y Malle, ahí es nada. Malle era un maestro (Truffaut también, claro), muy ecléctico a mi, en general, sus películas me gustan mucho. Ellos dos hicieron que amara a los malditos franceses. Francia no sabe lo que ganó con ellos pero yo sé lo que me hubiese perdido.
Miles Davis y su labio pegado a la boquilla con ese sonido tan sordo, tan apagado...como una trompeta que suena desde un ascensor y en el rellano apenas se oyera un soplido sonoro.
Abrazos con gancho.
Atlantic city, me fascinó.... B. Lancaster está maravilloso.... La señora es la misma de Zorba...
No!!!!
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