“¡Mira, mamá! ¡Estoy
en la cima del mundo!”.
Y la cima del mundo explota
porque el fuego se lanza en pos de alguien de su condición. La rabia y el odio
se consumen en él, mezclados con la neurosis, con el complejo de Edipo y, sobre
todo, con la traición de quien se supone que es un amigo. Cody Jarrett es un
asesino, no tiene piedad, no guarda ni el más mínimo aprecio por la condición
humana pero, dentro de él, hay muchos traumas, demasiados cariños sin destino,
algunos engaños de una infancia que no se intuye como muy feliz. Y el
traidor…el traidor…el amigo que se había ganado la confianza de la bestia y, al
final, sin ningún escrúpulo, abandona toda consideración para entregar al
delincuente. Malditos infiltrados, no tienen en cuenta de que los malvados
también tienen sentimientos.
Y es que, incluso en el amor, no
ha habido más que aprovechamiento. Un poco de sexo a cambio de un montón de
caprichos. Luego, el miedo y la certeza de que, por ahí, acabará el destino.
Las mujeres, salvo quien da la vida, no son más que decepciones teñidas de
rubio. Un par de ojos bonitos, unos labios sugerentes y lo siguiente siempre es
una petición. Quitárselas de encima es lo peor. Menos mal que mamá está ahí,
siempre dispuesta a consolar, a acunar en los brazos crueles del origen más
sórdido que, al fin y al cabo, es el único lugar en el que Cody se siente a
gusto. Malditas mujeres, no tienen en cuenta de que los malvados necesitan
llorar.
La policía anda tras él y ese
tipo nuevo, Vic Pardo, que se cree muy listo, quiere trepar rápido al lado de
Cody. Demuestra su lealtad y hace un par de favores y, sobre todo, maldita sea,
escucha. Sabe escuchar. Y le da exactamente igual. Vic Pardo se transforma en
Hank Fallon y entonces se acabaron las contemplaciones. Ya no hay tiempo para
escuchar, solo para apretar el gatillo y hacer que todo vuele por los aires. La
traición prospera. Cody está condenado. Y eso ocurre porque mamá no está si no,
ella no hubiera dejado que un advenedizo se saliera con la suya. Malditos
policías, una vez que cogen la placa ya no saben dónde se halla el verdadero
amigo.
Raoul Walsh dirigió con un ritmo
endiablado a James Cagney y Edmond O´Brien para contar la historia de un
psicópata que tiene demasiadas heridas abiertas y que dejan entrever, allí, muy
al fondo, la verdadera naturaleza del ser humano que late siempre por debajo
del más horrible de los hombres. El rechazo continuo fabrica asesinos. Y Walsh
no deja de mostrar sus simpatías hacia ese personaje cruel y desolador que, a
la hora de morir, solo ruega por el orgullo delante de su madre. La sangre es
muy fuerte dentro de ese Cody Jarrett que cobra vida bajo el rostro de Cagney
con tantas enfermedades mentales que nos llegamos a preguntar hasta qué punto
los demás podemos considerarnos sanos.
2 comentarios:
Me pillas en un impass de un terrible mogollón laboral, en cualquier caso tiempo de más para felicitarte por los dos articulazos que nos has regalado, amigo.
El de ayer era soberbio, pero este...Gagney era un tipo que había sufrido en un ciclo tve de los de antes, y digo sufrido porque no me gustabacasi nada, mucha presencia ante la cámara pero no me gustaba nada. No había visto "Al rojo vivo", cuando la ví cambié mi opinión por completo. Ese tipo bajito era grande de verdad...vale, Raoul Walsh y todo eso, pero ese personaje no es sólo del director o del guionista o de quien quiera que escribiese lo que fuese que diera lugar a la historia...Ese personaje es del que lo interpreta que hace que te creas todos sus traumas, sus psicosis, sus sadismos...Brutal. Luego vino "1, 2, 3" y otras, pero ya mi opinión era muy diferente.
Otra cosa es que suene a extraño ese malo que puede resultar comprendido sin que haya redención. Eso si que es poco del Hollywood de la época. Los malos muy malos, los buenos muy buenos, si el malo es aceptable es porque en el último momento se arrepiente...No creo qyo que sea muy habitual, al menos no recuerdo películas de entonces que nos muestren algo así tan claramente.
Abrazos disparando a empujones.
En todo caso, gracias por el elogio. Desde luego, son dos películas que me gustan mucho, que son verdaderas obras maestras. Es más, yo considero que "Al rojo vivo" es la mejor obra de Walsh. Es que no solo es el retrato de ese demente infantilizado hasta la esquizofrenia sino que además el ritmo de Walsh es trepidante, no da descanso. Al final, casi se siente más simpatía por Cagney que por O´Brien (qué gran actor también) y, como tu bien dices, eso debió de sentar muy mal en los códigos de la época. Es más, me extraña muchísimo que esta película pasara la censura que estaba en pleno vigor y, más aún, a puntito de estallar la caza de brujas.
Cagney ya lo dijo: "Si quieres ponerle dinamismo a una escena, anda de puntillas". Y él sabía meterle la quinta a cada una de las escenas. Eso se aprecia en la película además en cuanto comparte escena con cualquier otro. Maravilloso en esa escena en la que descubre que su amigo, Vic Pardo, en realidad es un policía. Se le llenan los ojos de lágrimas...muy poco habitual en un malvado tan afilado como éste.
Abrazos desde el camión cisterna.
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