viernes, 3 de octubre de 2014

LA FÓRMULA (1980), de John G. Avildsen

Un tiro para acallar fórmulas. O un poco de drogas. O una mujer flotando en el agua. Todo eso da igual. El petróleo es el motor que mueve el mundo y el hecho de que hace mucho tiempo, un grupo de científicos desarrollara un combustible sintético no es algo que favorezca demasiado los intereses de los grandes emporios petrolíferos. Cuesta creer que un simple asesinato destape toda la trama de espionaje, de maniobras y de falacias que las auténticos modernos usureros han puesto en práctica para mantener al consumidor subyugado, obediente y dispuesto a dejarse billones y billones de dólares en las gasolineras de todo el mundo.
Es difícil dejar de luchar cuando se es un viejo policía que, además, tiene un anticuado sentido del honor. Las amistades, al final, son lo único que queda en el corazón y, cuando un amigo es abatido, hay que llegar hasta el fondo del asunto, aunque ese fondo esté repleto de nazis, de auténticas barbaridades perpetradas con el fin de perpetuar el negocio. La vida humana no vale nada pero siendo un experto sabueso al borde la jubilación, uno no se puede permitir unirse a esa banda de criminales que nos saquean los bolsillos todos los días. Lléneme el depósito, por favor, y que no falte ni una gota.
De hecho, llega a sorprender cuando uno se ve cara a cara con el que ostenta el verdadero poder. Si se piensa fríamente, no es más que un hombrecillo, que se peina de forma ridícula, pasado de peso, que habla de una forma muy extraña al hacer continuas comparaciones con el ajedrez… ¿Ese es el que controla todas las vidas? ¿El que consigue que mi coche ande? ¿El que oculta secretos que podrían facilitar las existencias de los simples mortales? Decepcionante. El tipo se preocupa del cloro de su piscina, de cuidar su estúpida planta de interior y de parecer un tipo bonachón que jamás se altera por nada. No tiene necesidad, por otra parte. Basta una llamada telefónica para que se haga todo lo que desea. Y cada llamada vale un millón de dólares. “No os enteráis de nada. Los árabes somos nosotros” y sigue desayunando una taza de sangre bien cargada.

Interesante título cuyo mayor activo reside en las interpretaciones que ponen en juego actores de sublime veteranía como George C. Scott, Marlon Brando o John Gielgud para decirnos bien a las claras que todo es una enorme tomadura de pelo por la que hay que pagar. Nadie puede estropear un negocio, sea cual sea. Y menos aún si de ese negocio depende todo lo demás. ¿Combustible sintético? Eso sería competencia desleal. Entraría en el mercado como una reina comiéndose a una torre y abarataría los precios hasta dejar el cartel en las gasolineras de “no rentable”. Más o menos como las vidas humanas cuando dejan de ser útiles. Simples chocolatinas para que la gente murmure y tendremos otros treinta años de tranquilidad y caja. 

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