Luchar contra el mal y la
corrupción puede ser una tarea muy ingrata y hacerlo dentro de la legalidad es
aún peor. Todo está podrido porque los que manejan el dinero no tienen piedad
con la gente y hay que ser tan impío como ellos. Es de recibo entrar en locales
donde se sabe que se está delinquiendo para asegurar un triunfo que dé sentido
a la honestidad. A partir de ahí, todo tendrá que convertirse en una jugada
sucia para sacar algo en limpio. Si ellos sacan la porra, se debe sacar la pistola.
Si hieren a uno de los tuyos, hay que matar a uno de los suyos. Es así de
sencillo. Lo que hay que asegurar sin ninguna duda es que el golpe definitivo
sea a través de la legalidad porque si no, la razón huirá e incluso los que
solo quieren aprovecharse de la situación serán los primeros en desacreditar
una labor que pone en riesgo unas cuantas vidas.
Capone lo sabe bien. No basta con
ser un simple bateador que juega por libre. Hay que hacerlo todo en equipo. Y
no es necesario venderlo todo como si fuera un juego de venganza, solo hay que
presentarlo como la respuesta necesaria ante un abuso de la autoridad, o de un
socio, o de un denunciante, o de un simple contable que está dispuesto a cantar
una ópera entera. Por eso, él agarra el bate y golpea con toda la fuerza de la
que es capaz. Total, solo son vidas. Lo mismo que vienen, se van.
Cuatro hombres íntegros que
deciden acabar de una vez por todas con un imperio que se autojustifica y se
presenta como simple servidor de una necesidad pública. Beber, drogarse,
prostituir, corromper. Todo eso es el día a día de una sociedad enferma que
necesita de esos escapes y, por tanto, están justificados. Y eso no es así. Eso
no es más que una conspiración para amasar dinero y poder, porque ese imperio
sabe perfectamente que cuanto más dinero y más poder, más difícil será acabar
con ellos…más que nada porque todo el mundo tiene un precio. Incluso se verá
con buenos ojos acudir a la venganza…un mal necesario para terminar con esos
arrogantes agentes del orden que quieren unos días mejores y, tal vez, tomarse
una copa con tranquilidad.
Quizá ésta sea una de las mejores
película de Brian de Palma porque, entre otras cosas, supo juntar a una serie
de talentos que dieron lo mejor de sí mismos (eso es lo que hace falta, dar lo
mejor de cada uno de nosotros) para construir una historia sobre la valentía y
la falsedad, sobre la honestidad y el latrocinio que tiene en Kevin Costner,
Andy Garcia, Charles Martin Smith y, sobre todo, en los impresionantes Sean
Connery y Robert de Niro como máximos exponentes de una intensidad que se
recoge de un texto maravilloso de David Mamet y de una música especialmente
inspirada de Ennio Morricone. Y todos estos nombres son los verdaderos
intocables porque supieron hacer de la razón, una razón más. Una razón más para
los protagonistas de esta historia, una razón más para ver esta película y
disfrutar con cada uno de sus planos, de sus escenarios, de su vestuario debido
a Giorgio Armani y de su inquebrantable fe en derrotar a los lobos que se visten
con la piel de cordero que les proporciona el manto de la publicidad y de la
falsa simpatía. Eso no existe, señores. Busquen el dinero.
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