viernes, 14 de septiembre de 2018

EL OTRO SEÑOR KLEIN (1976), de Joseph Losey

Robert Klein vive cómodamente en su piso del París ocupado por los alemanes. Es anticuario, consigue buenos precios a todos los judíos que, poco a poco, van vendiendo su patrimonio para seguir sobreviviendo, una chica viene de vez en cuando a hacerle sentir hombre y se declara manifiestamente neutral ante los nazis. Sin embargo, un leve error burocrático le hace caer en la cuenta de que hay otro señor Klein en París que, para más señas, se parece bastante a él. La curiosidad le pica y decide comenzar su búsqueda mientras los alemanes le exigen unos cuantos certificados de nacimiento de sus padres y abuelos para comprobar que su ascendencia no es judía. Más que nada porque el otro señor Klein sí lo es. 
Así, Robert Klein comienza a ver cómo vive ese otro señor Klein. ¿A qué se dedica? ¿A dónde va? ¿Qué es lo que hace en sus ratos libres? ¿Con quién se ve? Como sus identidades están equivocadas a ojos de las autoridades, Robert Klein comienza a tener problemas. Y la personalidad comienza a sufrir un cambio. Es como si un señor Klein estuviese irremediablemente atraído por el otro señor Klein. Nunca consigue verle. Tal vez porque Robert Klein comienza a ser, de alguna manera, el otro señor Klein. Los acontecimientos se precipitan y Robert Klein puede ser el destinatario de aquellas palabras que decían “Primero vinieron a por los comunistas, y yo no dije nada porque no era comunista. Luego vinieron a por los judíos, y yo no dije nada porque no era judío. Luego vinieron a por los sindicalistas y yo no dije nada porque no era sindicalista. Luego vinieron a por los católicos y yo no dije nada porque era protestante. Luego vinieron a por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que pudiera decir nada”. Así es cómo transcurrió la apacible existencia del señor Robert Klein. Ya no le dejaron comprar y vender antigüedades. Ya no podía andar por la calle libremente. Ya le vinieron a buscar para subir a unos cuantos vagones para ganado. Mientras tanto, él no entendía nada y creía, ingenuamente, que podía recuperar su vida en cuanto se arreglara el error burocrático que le condenaba al destierro y a la muerte.
Y es que el señor Robert Klein pudo huir, pero para él era mucho más fuerte el deseo de encontrar al otro señor Klein. Tanto es así, que sus identidades comenzaron a confundirse, ya no eran dos señores Klein. Eran uno solo. Finalmente, de alguna manera, el señor Robert Klein también se hizo judío, también aceptó el castigo mansamente, también se difuminó su propia personalidad en algo tan etéreo como la ceniza, también dejó su vida acomodada para vender su propia identidad.

Joseph Losey dirigió esta película de producción francesa con un estupendo Alain Delon de protagonista, dejando esparcidas las obsesiones del director sobre el intercambio de personalidades, sobre la debilidad de la propia identidad en unos tiempos en el que uno sabe quién es solamente porque lo dice un papel. Algo que resulta muy peligroso en una tierra ocupada por la sinrazón y la tiranía. El señor Klein volverá…pero ya nunca más podrá ser él.

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