martes, 25 de septiembre de 2018

EL PREMIO (1963), de Mark Robson

Cuando se te concede uno de los premios más importantes del mundo, es posible que llegue la hora de enfrentarte a tus propios fantasmas. Las inevitables preguntas sobre el éxito, el fracaso y la valoración de tu valía se suceden en tu interior y es posible que sea difícil dejar de ahogar tu sensación de mediocridad en alcohol. Por eso, estás en el objetivo del Comité encargado de conceder los premios. Es bastante probable que alguien te esté vigilando las veinticuatro horas, no sea que te desmandes y hagas de los premios, un circo. Sin embargo, hay algo que los académicos del Premio Nobel ignoran y es la capacidad de observación que siempre posee un escritor. Tal vez haya algo, apenas un detalle, que le induzca a pensar que no todo va bien con el resto de los premiados. Puede que haya una horrible envidia entre dos médicos que deben compartir su galardón. Puede que haya una mujer despechada, deseando que su marido le haga caso. Puede que un renombrado físico no parezca el mismo del día anterior. Y eso, a una imaginación como la de un escritor, le basta como para fabricar toda una teoría de la conspiración acerca de la identidad y de la conveniencia de proclamar, delante del mundo, que la libertad es un engaño y que es mejor trabajar para los comunistas.
La fama de borracho persigue a Andrew Craig y, de alguna manera, parece que no cree demasiado en lo que está pasando. Su aire desenfadado, su continua manía por intentar alternar con unas y con otras, su descaro a la hora de moverse por las calles y arrabales de Estocolmo, le hacen parecer un individuo poco comprometido a pesar de que ha escrito una de las obras más polémicas de la Literatura del siglo XX. Aunque él reconoce en público que su ingenio se ha secado. Todo esto no es más que la parafernalia que rodea a un premio de la categoría y renombre del Nobel y, al final, todo sale según lo previsto. A pesar de todo. En contra de todo.
Estar desnudo en una conferencia sobre nudismo podría parecer algo normal, pero no para alguien que no se quiere desnudar y que lo único que desea es que venga la policía a rescatarle (por cierto, un truco que recuerda mucho al de aquella otra subasta en la que un tal Roger O. Thornhill trataba de correr con la muerte en los talones). Así que, armado con una simple toalla, hay que entrar en un hotel de máxima categoría y parecer normal. Todo es apariencia y, sin embargo, se ha tratado de secuestrar la honorabilidad, la honestidad, el prestigio y la comunicación de uno de los galardonados. Sí, Hitchcock parece que anda por ahí, solo que con el deseo de ser un poco más bienhumorado, como si el secuestro y la defensa pasara por ser un chiste frívolo. Algo que no cabe ni en la mente más calenturienta.

No hay más que dejarse llevar por esta historia trepidante y apasionante y disfrutar de Paul Newman, de Elke Sommer, de la encantadora Diane Baker, del gran Edward G. Robinson, de Kevin McCarthy, de Sergio Fantoni, de Leo G. Carroll y, al final, el premio será para todos que, mitad intrigados y mitad sonreídos, hemos asistido a una aventura que siempre permanecerá en el más entrañable de los recuerdos.

2 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

Recuerdo que vi esta película por primera vez en curiosa coincidencia temporal, un par de días después de ver "Cortina rasgada". El mismo protagonista y un aire parecido, pero completamente distinto. Es cierto que huele a Hitch en el ambiente, pero no está ahí y se nota, aunque no necesariamente para mal. Vale, es un film mucho menor que el del maestro y sin embargo a mi me parece, "El premio" una película inolvidable.

El aire de Newman, tan desenfadado, tan desastrado y cínico, me parece el colmo del atractivo. La cara de Elke Sommer y sobre todo su boquita de pitiminí fueron mucho tiempo todo un canon de belleza para mi a pesar de su perpetuo peinado imposible (las lacas de antes si que fijaban y daban esplendor), Edward G impresionante. Las historias paralelas (imposibles en Hitch) son un complemento que tampoco estorba demasiado aunque estemos 100 x 100 con la aventura del escritor.

El caso es que termina el asunto, hemos visto el The End en pantalla y nos lo hemos pasado pipa, queremos más, otro trozo de sonrisa newmaniana, otro poco de ligoteo con la sueca, un poco mas de aventura...¿No se le puede dar dos veces el Nobel al mismo escritor y que viva una nuevo misterio?

Una delicia.

Abrazos desde Estocolmo

César Bardés dijo...

Pues algo parecido me pasó a mí también, además en el mismo orden. El aire, desde luego, es parecido. Quizá más bienhumorado de lo que solía exhibir Hitch, aunque eso no perjudica para nada la historia que, además, debe ser invención propia de los guionistas porque yo sí he leído la novela original, "El premio Nobel", de Irving Wallace, y, aparte de ser un tocho importante, carece por completo de humor. Es un film menor que del maestro pero, como muy bien dices, es inolvidable. Tal vez porque tiene un punto más entrañable que las películas del maestro.
Yo era más de Diane Baker, que me tenía embelesado (se acerca mucho a mi tipo de mujer ideal) pero tengo que reconocer que Elke Sommer está fotografiada bajo su mejor perfil, con un punto de sensualidad muy interesante. Lo de Edward G. es de otra galaxia. Y Newman sabe sacarle un partido extraordinario a un personaje que, además, se sale de lo habitual en él porque está casi permanentemente en un registro de comedia.
Cierto, algunas películas deberían hacerse dos veces para doblar el disfrute. "El premio" es una de ellas. Y lo peor es que poca gente se acuerda de ella.
Abrazos secuestrados.