miércoles, 12 de septiembre de 2018

LOS NIÑOS DEL PARAÍSO (Les enfants du paradis) (1945), de Marcel Carné

Todo empieza en una tabla elevada, trasunto de un anuncio teatral, donde hay un mimo prodigioso, un tal Baptiste. Allí, él ridiculiza una detención policial y salva a una chica acusada injustamente de haber robado una cartera. Baptiste tiene un don. Sabe expresar con el silencio mucho más que el resto de actores con miles de palabras. Al otro lado, empezando de figurante y ascendiendo de rato en rato, está Frederick. Es apuesto, es alto, es bastante fanfarrón y el don de la oratoria es lo suyo porque se auxilia de Rimbaud, Verlaine, Shakespeare y Marlowe. Quiere ser primer actor y lo va a conseguir porque es capaz de ganarse a cualquiera con su gentil, brillante e inacabable verborrea. Quizá justo en medio, entre el silencio y la palabra, es donde se halle el amor.
El amor es aquello que te inspira, te salva, te enriquece, te eleva, te marca como diferente y privilegiado, te aliena, te sube, te baja, te engaña, te quiere…El amor es un gesto y una mirada, es la frase justa en el momento adecuado. Incluso puede que sea ese gesto, esa mirada y esa frase que tú nunca supiste que poseías hasta que viste de cerca al mismo amor. París bulle en sus calles, presentándose como una ciudad de bohemia, misterio y soberbia. Las venganzas ladinas se agostan en las esquinas, tratando de tener visibilidad cuando el juego de pasiones trata de ahogarlas. El teatro es la ilusión, la magia que se esconde entre sus imaginaciones, siendo tan sublime como miserable, tan excepcional como vulgar. Baptiste crea al mismo París entre sus gestos, siempre precisos y adelantados. Frederick es la nueva época que se abre con el arte hablado y la actuación pura. Y ella habita en los dos, como si fuera la sangre de su pensamiento, yendo del corazón al cerebro y vuelta atrás. No se puede controlar. Frederick es más frío a pesar del incontenible romanticismo de sus palabras. Baptiste es más soñador, dispuesto a sacrificarlo todo con tal de estar un minuto más entre los brazos de quien ama. Frederick podrá salir vivo del duelo. Baptiste será devorado por la multitud, tratando de llegar a lo imposible y luchando heroicamente en contra de la razón. El teatro es ingrato y olvidará pronto a sus mitos. Después sólo quedará el silencio sin gestos, sin mímica, sin texto y sin alma.

Marcel Carné dirigió esta película bajo la ocupación nazi y contó con unos extraordinarios actores encabezados por Jean-Louis Barrault, Pierre Brasseur y la española María Casares rodeados de una maravillosa dirección artística de Alexandre Trauner, por entonces miembro activo de la Resistencia francesa. Ellos consiguieron arrancar lágrimas y carcajadas de todos aquellos niños que, sin dinero y sin futuro, se agolpaban ahí arriba, en el paraíso de la platea, gritando sus nombres y sabiendo que los dramas de cada cual son solo acentos de un pueblo que espolea su ánimo para saber que el amor no siempre da lo que uno quiere, no siempre es bueno para todos y no siempre triunfa en medio de las ambiciones humanas…entre otras, ser amado.

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