martes, 20 de noviembre de 2018

ARGEL (1937), de John Cromwell

La Casbah argelina es un laberinto intrincado de calles que no llevan a ninguna parte. En sus callejones se atisba la suciedad, la pobreza, el abandono de muchas personas que han elegido ese rincón del mundo como el único en el que todo se queda fuera. Una de ellas es Pepe Le-Moko, un ladrón de guante blanco, buscado por media Europa, que se refugia en esa jungla de adobe blanco y té, de garitos inundados de humo y de mujeres que pierden la cabeza por su elegancia, por su palabra siempre adecuada y por su sentido de la justicia. Fuera, en la civilización, está la policía, deseando atraparlo, caer sobre él igual que lo haría una manada de buitres deseando devorar la carroña. Sus incursiones en la Casbah han sido inútiles porque, más allá de las limitaciones físicas de unas calles sin sentido, la gente quiere a Pepe. Consideran que su desafío a la ley es admirable y le dan cobijo, comida, amistad. Pero, cuidado, quien traiciona a Pepe tendrá que vérselas con una venganza implacable y tortuosa, refinada y definitiva.
Sin embargo, hay alguien en el lado de la policía que sabe muy bien qué es lo que piensa el afamado ladrón. Es el inspector Slimane. Un argelino de sonrisa ladina, de ambigüedad calculada y que, a su manera, también posee un sentido de la justicia muy particular. Sabe que atrapar a Pepe en la Casbah es tarea imposible, por mucho que se enfaden esos gerifaltes de París, que creen que ese bendito barrio de Alá, no es mucho más complicado que Montmartre. El secreto radica en hacer que Pepe salga de allí. Y Slimane sabe que lo único que puede traicionar la seguridad, es el amor.
Así que allí, en Argel, entre ese olor a especias y a licor de avellanas, se entreteje una trama que combina la persecución de un ladrón con la pasión extrema que Pepe, ese tipo de sangre fría, puede llegar a sentir por alguien que vale más que todas las perlas que ha robado, más que todos los diamantes que ha devorado con los ojos, más que los rojos rubíes que ha tenido entre sus manos. El destino se encargará de exhalar una última carcajada mientras la esperanza se aleja, lentamente, sin despedirse, sin más compañía que la espuma del mar y la melancolía en el corazón. Con la seguridad de que Slimane y Pepe, aunque enemigos, están hechos del material con el que se forjan las trampas de la amistad. La Casbah asistirá a esta astucia, a este juego de traiciones y de tretas que se antoja más sucio que cualquier desagüe porque, en cada una de esas traiciones, se irá un amigo.

Charles Boyer es Pepe Le-Moko, en un papel que, anteriormente, había interpretado el gran Jean Gabin, más elegante que nunca, con sus ademanes pausados y su mirada distanciada. Joseph Calleia, enorme, se hace cargo del Inspector Slimane con sumo cuidado, como si meterse en la piel de otro pudiera romper la esencia de su creación. Hedy Lamarr, bellísima, es el mismo rostro que empuja hacia la libertad y hacia el fracaso. Todos ellos son calles laberínticas de un barrio más allá de la ley.

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