La Casbah argelina es
un laberinto intrincado de calles que no llevan a ninguna parte. En sus
callejones se atisba la suciedad, la pobreza, el abandono de muchas personas
que han elegido ese rincón del mundo como el único en el que todo se queda fuera.
Una de ellas es Pepe Le-Moko, un ladrón de guante blanco, buscado por media
Europa, que se refugia en esa jungla de adobe blanco y té, de garitos inundados
de humo y de mujeres que pierden la cabeza por su elegancia, por su palabra
siempre adecuada y por su sentido de la justicia. Fuera, en la civilización,
está la policía, deseando atraparlo, caer sobre él igual que lo haría una
manada de buitres deseando devorar la carroña. Sus incursiones en la Casbah han
sido inútiles porque, más allá de las limitaciones físicas de unas calles sin
sentido, la gente quiere a Pepe. Consideran que su desafío a la ley es
admirable y le dan cobijo, comida, amistad. Pero, cuidado, quien traiciona a
Pepe tendrá que vérselas con una venganza implacable y tortuosa, refinada y
definitiva.
Sin embargo, hay
alguien en el lado de la policía que sabe muy bien qué es lo que piensa el
afamado ladrón. Es el inspector Slimane. Un argelino de sonrisa ladina, de
ambigüedad calculada y que, a su manera, también posee un sentido de la
justicia muy particular. Sabe que atrapar a Pepe en la Casbah es tarea
imposible, por mucho que se enfaden esos gerifaltes de París, que creen que ese
bendito barrio de Alá, no es mucho más complicado que Montmartre. El secreto
radica en hacer que Pepe salga de allí. Y Slimane sabe que lo único que puede
traicionar la seguridad, es el amor.
Así que allí, en Argel,
entre ese olor a especias y a licor de avellanas, se entreteje una trama que
combina la persecución de un ladrón con la pasión extrema que Pepe, ese tipo de
sangre fría, puede llegar a sentir por alguien que vale más que todas las
perlas que ha robado, más que todos los diamantes que ha devorado con los ojos,
más que los rojos rubíes que ha tenido entre sus manos. El destino se encargará
de exhalar una última carcajada mientras la esperanza se aleja, lentamente, sin
despedirse, sin más compañía que la espuma del mar y la melancolía en el
corazón. Con la seguridad de que Slimane y Pepe, aunque enemigos, están hechos
del material con el que se forjan las trampas de la amistad. La Casbah asistirá
a esta astucia, a este juego de traiciones y de tretas que se antoja más sucio
que cualquier desagüe porque, en cada una de esas traiciones, se irá un amigo.
Charles Boyer es Pepe
Le-Moko, en un papel que, anteriormente, había interpretado el gran Jean Gabin,
más elegante que nunca, con sus ademanes pausados y su mirada distanciada.
Joseph Calleia, enorme, se hace cargo del Inspector Slimane con sumo cuidado,
como si meterse en la piel de otro pudiera romper la esencia de su creación.
Hedy Lamarr, bellísima, es el mismo rostro que empuja hacia la libertad y hacia
el fracaso. Todos ellos son calles laberínticas de un barrio más allá de la
ley.
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