jueves, 29 de noviembre de 2018

LA NOCHE DE DOCE AÑOS (2018), de Álvaro Brechner

Si un ser humano no puede comunicarse, la mente busca el escape con ahínco. Se empezará un proceso de inspección de las paredes que le rodean, estudiando texturas, porosidades e imperfecciones, comprobando si las paredes son de cemento encalado o con un horrible gotelé de color rojo. Más tarde se medirá el cubículo con pasos. Los días son largos, pero eso no es lo peor. Es la terrible certeza de que el día siguiente será exactamente igual. Con sus horas monótonas y gemelas. Con la mirada buscando resquicios donde entretenerse. Con el pensamiento disparado en todas direcciones.
Más tarde, en un intento de distracción que supera con mucho al deseo de forma física, se realizarán ejercicios. Así, tal vez, la mente dejará de funcionar y sólo habrá cansancio. Además tiene una ventaja añadida y es la de poder dormir en un estado que vaya un poco más allá que el de la duermevela. Sin embargo, nada es suficiente cuando los días siguen y siguen. Presentando sus eternos minutos sumidos en el silencio. Sin nada que ofrecer. Sin nada que obtener. El pensamiento y el recuerdo se confunden peligrosamente y ya no se sabe qué es uno y qué es otro. Se cierran los ojos y la oscuridad tampoco ofrece nada más que eso. Negrura. Soledad. Nada.
La tortura abre sus variantes. Sin luz. Con mucha luz. Sin espacio. Con espacio, pero con límites. Sin palabras. Siempre sin palabras. Tan sólo la imaginación y el deseo de superarse a sí mismo pueden conducir a una precaria comunicación en la que hay que establecer el código, aprendérselo, descifrar, emitir mensajes. Así, hasta el mugriento papel de periódico de una letrina llega a ser una ventana de libertad después de un surrealista intento de atender las mismas necesidades humanas. La crueldad no entiende de razones. La libertad las busca constantemente.
Quizá, cuando esas situaciones se presentan en regímenes injustos de opresión y muerte, sólo triunfa quien resiste. De eso se trata. De resistir la nostalgia, de aguantar el deseo de gritar, de leer, de respirar, de tener. De agarrar a los pensamientos del cuello y no soltarlos para que no se desboquen dentro de la imaginación. El delirio está ahí mismo, agazapado tras los asideros, y no es fácil sobrevivir en el aislacionismo. Es hora de dar una lección de vida para poder sentir que la democracia es real, que no hay nada más poderoso que un hombre o una mujer que resiste, que lucha y que se rebela. E incluso la noche de doce años puede ser derrotada.

No se ahorra sufrimiento en esta película que angustia en sus silencios y que va más allá de sus límites, buscando nuevas fronteras de razón y verdad. Excelente el trabajo de los tres protagonistas, Antonio de la Torre, Chino Darín y Alfonso Tort, dando forma al día que trata de aniquilar el espíritu de sus personajes. Las paredes siguen ahí, con sus enormes ojos abiertos, tratando de hacer que la mirada huya y el ánimo muera. Y el ansia de libertad es tan grande que da igual hacer de Cyrano, intentar una fórmula para ganar con mayor facilidad en la ruleta o celebrar un gol entre el Nacional de Montevideo y el Estudiantes de la Plata. La voz quiere salir, aunque sea a través de los nudillos y la vida se resiste a marcharse. El sol saluda todos los días y su cálida caricia es un regalo para los sentidos. Eso es lo que se percibe más allá de los límites del silencio. 

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

A mi me parece una película que roza la excelencia y que podía haber caído muchas veces fácilmente en el tremendismo y en la demagogia y no cae ni en una cosa ni en otra. Me gusta la lectura despolitizada que se hace de una historia que se centra en la mera supervivencia y en la lucha contra la injusticia, pero de verdad, sin maniqueismos. Me gusta cómo el director suministra la tensión a lo largo de todo el metraje, y eso que llega un momento en el que parece que no hay nada más que contar. Excelentes los tres protagonistas. De De la Torre ya sabíamos que era un monstruo, el Chino está demostrando poco a poco el porqué tiene los genes que tiene y Alfonso Tort es una sorpresa mayúscula.

Abrazos desde el patio

César Bardés dijo...

Roza la excelencia precisamente porque huye de la política y se centra únicamente en el drama humano que supone tener a tres personas encerradas e incomunicadas durante doce años. Es sabido que el régimen uruguayo decidió mantener encerrados a los dirigentes tupamaros como si fueran trofeos de guerra porque, si esto mismo llega a ocurrir en Argentina o en Chile hubieran sido ejecutados sin más contemplaciones. Con esto para nada quiero decir que tuvieron suerte, nada de eso. Con esto quiero poner en valor el sacrificio de unas personas que tuvieron que pasar por una dura prueba de supervivencia que, en ocasiones, puede ser incluso peor que la muerte.
No hay maniqueísmos (no todos los militares son de piedra pómez, tampoco todos los tupamaros eran santos varones) y, desde luego, hay tensión. Tensión por la supervivencia que, en ocasiones, se antoja casi imposible con la única salida de la locura (verdadera intención de todo el martirio que les hicieron pasar). Es cierto que la interpretación de los tres es excelsa (maravilloso el trabajo de de la Torre con la inclusión del acento uruguayo de tal forma que ni se le nota) y, de hecho, Alfonso Tort ya me ha hecho llegar que le gusta el artículo.
Abrazos de paloma.