martes, 6 de noviembre de 2018

EL PECADO DE CLUNY BROWN (1940), de Ernst Lubitsch

Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla alrededor de "La sal de la tierra", de Herbert Biberman, podéis hacerlo pinchando aquí.

Le gustan las cañerías más que comer con los dedos… ¿y qué? ¿Vamos a condenar su condición femenina e inmensamente atractiva por eso? Ella es encantadora, es divertida, es ingenua, es única y los señorones y señoritas, los mayordomos y mayordomas no saben leer todos sus encantos. Sólo un humilde refugiado político de Checoslovaquia que ha salido de su país por la puerta de atrás porque hay unos individuos muy mal encarados que no hacen más que pasearse con cruces gamadas en sus brazaletes. Y es humilde porque tiene que ir mendigando una libra aquí y otra allí para seguir adelante. Lo cual no es ninguna vergüenza cuando alguien de su posición se ve obligado a huir de la incandescente Europa y refugiarse en las islas. Estos británicos estirados tienen una idea muy peregrina sobre lo que es un héroe. Y, sobre todo, creen que el sentido pacífico de la vida reside en una taza de té y en un pedazo de pastel de manzana. Lo creen hasta los mayordomos y las mayordomas.
El caso es que lo normal es dar nueces a las ardillas…pero si alguien quiere dar ardillas a las nueces ¿quién es nadie para decir que se está equivocando? Lo importante es estar contento con uno mismo y hacer callar al ruiseñor que trina con su hermoso canto hiriendo el silencio de la mañana. Y, por supuesto, desenmascarar al boticario, un hombre bastante pequeño que se hace pasar por grande, enamorado de su armonio y de su sencilla vida en un pueblecito inglés con una madre enviciada por el carraspeo y una campanilla en la puerta de la botica. Encantador ¿verdad? Pues tampoco le gusta que las mujeres se dediquen a las cañerías. Y Cluny Brown cuando ve una, se pierde. Le encanta retorcer sus bridas y golpear su metal orgulloso y macizo de plomo. Le pirra asistir a la bajada de nivel del agua de un desagüe atrancado cuando encuentra una vía de escape. Le vuelve loca agarrar la enorme llave inglesa y girar las tuercas, como un signo de aprobación de las mismas tuberías. Y eso es todo. Nada de té, ni de pasteles de manzanas. Cañerías, cañerías, cañerías. Si el mundo se dedicara más a las cañerías y menos a los cotilleos malsanos, tal vez todos acabaríamos dando ardillas a las nueces.

Así que ahí tenemos a Cluny, sola en el campo, como chica de servir, acosada por un refugiado político, acogida por unos ingleses más estirados que el dinero a fin de mes y mandada por un mayordomo y una mayordoma que son maestros del halago cortés y educado cuando la levita está perfectamente planchada. Así que, con estos elementos, tenemos a un maestro alemán como Ernst Lubitsch riéndose con su puro, sacando una de las mejores interpretaciones a una actriz como Jennifer Jones y poniendo en lo alto de la comedia a un Charles Boyer que rara vez estuvo mejor. ¿No creen ustedes? Lo celebro si lo ven así. Yo, la verdad, siempre disfruto enormemente cada vez que veo esta película, si me permiten expresarlo así de rudamente, claro.

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