Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla alrededor de "La sal de la tierra", de Herbert Biberman, podéis hacerlo pinchando aquí.
Le gustan las cañerías
más que comer con los dedos… ¿y qué? ¿Vamos a condenar su condición femenina e
inmensamente atractiva por eso? Ella es encantadora, es divertida, es ingenua,
es única y los señorones y señoritas, los mayordomos y mayordomas no saben leer
todos sus encantos. Sólo un humilde refugiado político de Checoslovaquia que ha
salido de su país por la puerta de atrás porque hay unos individuos muy mal
encarados que no hacen más que pasearse con cruces gamadas en sus brazaletes. Y
es humilde porque tiene que ir mendigando una libra aquí y otra allí para
seguir adelante. Lo cual no es ninguna vergüenza cuando alguien de su posición
se ve obligado a huir de la incandescente Europa y refugiarse en las islas.
Estos británicos estirados tienen una idea muy peregrina sobre lo que es un
héroe. Y, sobre todo, creen que el sentido pacífico de la vida reside en una
taza de té y en un pedazo de pastel de manzana. Lo creen hasta los mayordomos y
las mayordomas.
El caso es que lo normal
es dar nueces a las ardillas…pero si alguien quiere dar ardillas a las nueces
¿quién es nadie para decir que se está equivocando? Lo importante es estar
contento con uno mismo y hacer callar al ruiseñor que trina con su hermoso
canto hiriendo el silencio de la mañana. Y, por supuesto, desenmascarar al
boticario, un hombre bastante pequeño que se hace pasar por grande, enamorado
de su armonio y de su sencilla vida en un pueblecito inglés con una madre
enviciada por el carraspeo y una campanilla en la puerta de la botica.
Encantador ¿verdad? Pues tampoco le gusta que las mujeres se dediquen a las
cañerías. Y Cluny Brown cuando ve una, se pierde. Le encanta retorcer sus
bridas y golpear su metal orgulloso y macizo de plomo. Le pirra asistir a la
bajada de nivel del agua de un desagüe atrancado cuando encuentra una vía de
escape. Le vuelve loca agarrar la enorme llave inglesa y girar las tuercas,
como un signo de aprobación de las mismas tuberías. Y eso es todo. Nada de té,
ni de pasteles de manzanas. Cañerías, cañerías, cañerías. Si el mundo se
dedicara más a las cañerías y menos a los cotilleos malsanos, tal vez todos
acabaríamos dando ardillas a las nueces.
Así que ahí tenemos a
Cluny, sola en el campo, como chica de servir, acosada por un refugiado político,
acogida por unos ingleses más estirados que el dinero a fin de mes y mandada
por un mayordomo y una mayordoma que son maestros del halago cortés y educado
cuando la levita está perfectamente planchada. Así que, con estos elementos,
tenemos a un maestro alemán como Ernst Lubitsch riéndose con su puro, sacando
una de las mejores interpretaciones a una actriz como Jennifer Jones y poniendo
en lo alto de la comedia a un Charles Boyer que rara vez estuvo mejor. ¿No
creen ustedes? Lo celebro si lo ven así. Yo, la verdad, siempre disfruto
enormemente cada vez que veo esta película, si me permiten expresarlo así de
rudamente, claro.
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