martes, 13 de noviembre de 2018

AL FINAL DE LA ESCAPADA (A bout de souffle) (1959), de Jean-Luc Godard

La próxima curva es ella. Quizá sea ese remanso de paz que se necesita cuando la vida está demasiado acelerada, buscando la siguiente fechoría inquieta. Quizá ella sea la viva expresión de que lo mejor es ser inmortal y, después, morir. Quizá ese dedo por los labios sea un gesto de ansiedad por cruzarlos con los suyos. ¿Quién sabe? Es un enigma porque Michel no ha sabido amar nunca nada. Se ha dedicado a ir dando tumbos por los rincones que huelen a dinero y a engaño y, si ha habido una relación, ha sido tan esporádica y tan placentera que no ha dejado ningún poso. Ella, sin embargo, es en color aunque el mundo sea en blanco y negro. Es estudiante de periodismo y trata de abrirse camino vendiendo periódicos en París. Y no es buen negocio quedarse en París, Michel, porque allí hay más policías que en ningún otro sitio y el cerco se va a ir cerrando poco a poco. La sociopatía de Michel parece incluso atenuarse con la mirada de Patricia y la vida, juntos, se va a convertir en una huida sin descanso. Italia es lo mejor. Tal vez allí, a salvo de las miradas indiscretas, Michel pueda lucir sus habilidades de ladrón, de jugador de ventaja, de saber vivir sin dar golpe y ella le esperará siempre en la intimidad de una habitación de hotel de tercera.
Antes de irse es el momento de cobrar viejas deudas y Michel se apresta a ello. Tampoco se olvida de ir al cine e imitar a Bogart. Al fin y al cabo, él se siente tan duro como él y, en el fondo, tan perdedor. Michel sólo se siente triunfador si se ve reflejado en los ojos de Patricia y cree que el futuro es perder las horas, los días y el tiempo en una cama, retozando, jugando con ella, fingiendo lo que no es, siendo lo que nunca ha sido. El mundo es un lugar muy pequeño y el cerco, sin que ellos se den cuenta, se va estrechando cada día. Michel acabará sin aliento, pero será por ella. No será por su irresponsable huida, su impulso criminal, su resistencia a la ley. Será ella la que le ponga delante del espejo y le haga ver cuál es la verdadera naturaleza de su maldad. Y esa es la pertenencia a un mundo diferente. Un mundo al que Patricia no pertenece. Un mundo que le condena al final de la escapada.

Jean-Luc Godard llegó a pedir de rodillas y llorando poder dirigir esta película con guión de François Truffaut. Y, con su ópera prima, consiguió el mejor de sus títulos. Jean-Paul Belmondo fue el perfecto pillo de calle, soñador y perdido, que no alcanza a ver el callejón sin salida en el que se está metiendo y Jean Seberg fue la misma delicadeza, casi de cristal irisado, con su mirada juvenil y su ansiedad intacta. La misma que nos hizo saber, con toda certeza, que podía ser otro ángel venido del cine. No es fácil llegar al final sabiendo que todo en esta vida tiene firma de mujer.

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Es la única película que le soporto al bueno de Jean Luc quizá con "Band apart" y "Una mujer es una mujer".Godard empezó siendo un espíritu libre dentro de la nouvelle vague y ha acabado siendo un plasta. O dicho de otro modo, la libertad y la anarquía no pueden durar eternamente porque tarde o temprano terminan convirtiéndose en impostura.

Abrazos vendiendo periódicos

César Bardés dijo...

Pues estamos bastante de acuerdo. Es la única película que soporto de Godard (incluso me atrevería a calificarla de "muy buena" y quizá estoy demasiado influenciado porque el guión sea de Truffaut) junto con "Banda aparte". Ya lo de "Una mujer es una mujer" me pilla mucho más lejos y me irrita hasta la saciedad, algo que me ha pasado con todas las películas de Godard que he tenido el placer de ver (y también os aseguro que son unas cuantas). Un viejo amigo me decía que el problema es que él y yo habíamos descubierto a François antes que a Jean-Luc y que eso devalúa al segundo. Es posible.
Abrazos desde la habitación.