Dedicada al maestro italiano que ya bailó su último tango. Con cariño e idealismo.
Si tenéis ganas de escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla alrededor, precisamente, de "La gran evasión", de John Sturges, podéis hacerlo aquí.
Volver a las raíces
para comprobar que tu padre no era un héroe, sino un traidor. El tiempo pasa y,
aún así, parece no pasar. Los protagonistas son los mismos y se quedaron allí,
hace cuarenta años, anclados a un tiempo de protesta y rivalidad, en el que
cualquier gesto se tornaba grande y cualquier detalle podía revelar que, al fin
y al cabo, todos eran hombres. El pueblo muerto se alza de nuevo con todos sus
fantasmas, casi retratados en las blancas paredes de cal que gritan con yeso
desprendido y lágrimas como grietas. Los mondongos saltan de plato en plato,
como reivindicando el derecho a comer, tan justo para aquellos que sólo quieren
espantar el hambre. Los camisas negras aún miran con recelo a los que, sin
pensárselo dos veces, saltan a la pista de baile para presumir de libertad y
los días pasan lentos, pasan rápidos, pasan…sólo pasan. Tanto es así que
incluso la misma belleza parece anclarse entre las arrugas y somos capaces de
darnos cuenta de por qué alguien puede perder la cabeza por una mujer.
Las charlas son
infinitas, recordando unos días de simpleza y activismo político. Sin embargo,
con la honradez a cuestas, vemos cómo hay críticas para todos. Para unos porque
representaron la opresión, la chulería, el frentismo como forma de vida. Para
otros porque no se libraron de la sospecha y trataron que la violencia se adueñara de los
rincones de tranquilidad añeja. La venganza, en suma, tampoco entiende de
colores políticos y se puede dar en cualquier bando porque la razón, cuando se
camina por los extremos, siempre es absoluta cuando nunca es así. Es la
estrategia de la araña. Nunca se ve venir al cazador aunque se menee con fuerza
la red. Y el resultado siempre es que la trampa funciona y la presa se enreda.
Bernardo Bertolucci
dirigió esta película, basada en un relato de Jorge Luis Borges, en plena época
de activismo político y, sin embargo, sorprende porque, como vehículo de
propaganda, no duda en arremeter contra los suyos, avisando de cómo se
convierte en mártir al que no era más que un traidor, llamando la atención
sobre el hecho de que la represalia también existe en el bando que se puede
creer más justo y que, quizá, sólo quizá, la ética personal está más allá de
cualquier idea política. Lo demás, es sólo creer en fantasmas que hablan,
dicen, despistan, corren, juegan, mienten y desaparecen tan rápido como ese
tren que, de hecho, hace mucho que pisa las vías de Tara. Al fondo, la
fotografía de Vittorio Storaro inunda las sensaciones de cuadros pintados con
la realidad y, de un modo algo sonámbulo, el espectador acompaña al
protagonista que vuelve al mismo origen de la verdad sólo para comprobar que
todo, todo lo que uno puede llegar a creer, es una mentira que se vendió de
forma convincente.
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