George Milton vaga por
los campos en compañía de Lennie, un niño grande. Para sostener sus pasos,
alimenta los sueños perdidos de poseer una granja algún día. Una granja con
conejos, gallinas y alguna que otra vaca para poder separar la nata y untarla
en un buen pedazo de pan. La pobreza les persigue y están obligados a emplearse
como jornaleros en cualquier plantación que pague lo mínimo. Lennie no sabe
arreglárselas solo y depende en todo de George. No sabe comportarse, no sabe
cómo reprimir la rabia que siempre surge de la pobreza, no sabe que hay vida al
otro lado de la humildad. Es como un perro que le acompaña a todas partes, al
que hay que acariciar de vez en cuando, darle un poco de cariño y cargarlo como
una mula cuando hay que llevar unas balas de paja. Lennie es pura inocencia,
pura fuerza. George es pura rabia, puro desamparo.
Quizá, en algún lugar,
haya algún viejo con algo ahorrado y puedan, si no comprar la granja, sí dar el
primer plazo. A veces, la suerte aparece cuando las manos están más agrietadas
y el polvo de los campos se adhiere como una segunda piel. Mientras tanto,
habrá que trabajar duro porque, aprovechándose de su situación de superioridad,
siempre habrá algún sádico dispuesto a restañar el látigo de la crueldad sobre
las espaldas de los trabajadores. Lennie se deja llevar por su inocencia.
Encantadora, ingenua hasta los límites de la razón. Definitiva. Y, tal vez,
llegue a romper la muñeca con la que le gusta jugar. George tendrá que tomar la
decisión más penosa de su vida mientras asiste, sin derramar lágrimas, como el
primer plazo de su futuro se esfuma ante sus ojos. Sencillamente porque la vida
no quiere que realice sus sueños. El perro es suyo y tendrá que matarlo él.
Lewis Milestone realizó
esta espléndida versión de la novela de John Steinbeck con Burgess Meredith y
Lon Chaney Jr., de protagonistas y, en la sequedad de esas vidas olvidadas y
errabundas, consigue superar el intento que realizó Gary Sinise delante y
detrás de las cámaras acompañado de John Malkovich en los noventa, dando
profundidad al personaje de George, verdadera figura trágica de una obra que,
cada día, se nos antoja más cercana y más posible. Es como si la lleváramos a
todas partes intentando cuidar de ella y se empeñara en contarnos, una y otra
vez, la misma historia. La de dos tipos que hacían millas andando para ganarse
un trozo de pan. Y estamos con George, y con Lennie, y con todos aquellos que
tanto sufren por ganarse el derecho de existir. Todo el mundo sabe que la vida
siempre estará poblada por ratones y hombres. Y ambos serán reconocidos
rápidamente.
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