Comanche Todd lo ha
perdido todo y, por eso, aunque derrocha valentía, no le importa demasiado que
un sheriff cualquiera le dé caza. Sólo cuando vuelve a sentir aquello que
sentía, cuidando de su familia asesinada, es cuando empieza a ver la luz y
vuelve a ser un hombre. Atado a la rueda de una carreta, sólo puede asistir a
las crueldades que se le ocurren a ese sheriff
brutal y cínico, que exige una justicia para él, privada y sanguinaria.
Los blancos nunca son malos. Los malos son los pieles rojas, esos salvajes.
Comanche Todd no es ni lo uno ni lo otro, aunque sí que prefiere pensar en que
sus seres queridos, como los valientes, están en las vastas praderas verdes
donde los guerreros tienen abundancia de comida y de agua. Ellos se lo merecen
porque le hicieron muy feliz. Pero ahí, esposado a la rueda, va a comprobar que
el amor no ha muerto, que él sigue siendo capaz de amar y que es digno de que
le amen, a pesar de su condición de forajido. Luchará por todos, aportando su
experiencia de media sangre india. Retará a duelo a dos apaches porque, al fin
y al cabo, son el número necesario para acabar con un comanche. Dará lecciones
de vida a unos imberbes que creen saberlo todo. Salvará a un destacamento de
caballería porque sabe cómo piensan los mescaleros. Y todo ello lo hará en el
inmenso Cañón de la Muerte.
Los paisajes parece que
se precipitan sobre Comanche Todd y sus protegidos. Él sabe sacar el máximo
partido de todo lo que encuentran. Su mente está preparada para no beber en
muchas horas si, con eso, otra persona se salva. Y esa es la mejor capacidad
que posee. El destino lo comprende y, de alguna manera mágica, aplicando la ley
del Talión, volverá a tener la oportunidad de tener una familia, de cabalgar
con libertad, de amar y ser amado. El cielo, azul y grande, lo sabe. Los
coyotes lo saben. Incluso los guerreros de las verdes praderas lo saben y lo
aprueban. Por una vez, Comanche Todd va a luchar por algo que merece realmente
la pena.
Delmer Daves supo hacer
un western de supervivencia, intenso
y trepidante, con la colaboración de Richard Widmark en el papel de ese
renegado que se niega a rendirse, que cree que, si le cogen, más vale que lo
hagan luchando y que tiene un valor humano que se esfuerza por ahogar cuando no
ha conocido más que la desgracia y las lágrimas. A su lado, Felicia Farr otorga
ilusión y nuevos horizontes mientras los apaches cercan a esa última carreta
que trata de alcanzar, a velocidad muy lenta, el siguiente desvío hacia el
futuro. Y así es cómo se puede asistir a un amanecer sin ruedas como
cárceles, sin sogas esperando, sin más entretenimiento que un cine lleno de
intenciones y de aventuras inolvidables.
2 comentarios:
Creo haber visto esta película pero solo el segmento final...Cuando al fin lo dejan en libertad los colonos. Tendré que buscarla
Merece mucho la pena. Daves era un gran maestro. De todas formas, el final no es ése que comentas. No te digo más para no desvelarte nada. Siempre es mejor ver las películas como si fuera la primera vez.
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