martes, 29 de octubre de 2024

CATORCE HORAS (1951), de Henry Hathaway

 

Casi como quien hace algo normal, un individuo decide salir a la cornisa de la fachada de un hotel y amenazar con tirarse. Un grito alerta a la calle y un simple policía de tráfico acude para ver si puede hacer algo. Es un tipo afable, con cara de buena persona, que ha pateado las calles hasta desgastarse las suelas y ha visto de todo. Y tiene un acierto cuando habla con el potencial suicida. Le dice la verdad. Eso impresiona al tipo de la cornisa y decide que ese policía normal, que ni siquiera está en una comisaría y que se limita a regular el tráfico y poner multas, es el interlocutor perfecto. Al momento, se cortan las calles, se establece un cordón de seguridad, se averigua con qué nombre se registró, se lanzan mensajes por radio para localizar a sus familiares más cercanos. Mientras tanto, en la multitud que se congrega en la acera, dos jóvenes se conocen y comienzan a hablar de cómo está el mundo. Unos taxistas hacen apuestas sobre la hora en la que el fulano va a tirarse. Una mujer se dirige al bufete de un abogado para establecer los términos de su divorcio. De alguna manera misteriosa, el hecho de que un hombre esté de pie en una cornisa lo paraliza todo. Es como si el tiempo también se pusiera al otro lado de la valla y quisiera mirar. Arriba, en la habitación, el jefe de policía del distrito, el psicólogo de guardia, la madre, el padre, la novia…poco a poco, el simple guardia de tráfico va destapando las miserias que asolan a ese joven que quiere acabar con todo sin más miramiento. La vida no le ha tratado bien. Cree que no ha aportado nada más que amargura. ¿Para qué seguir? El cariño no se hizo para él. Sólo el dolor y las lágrimas. Ya no puede aguantar.

Excelente película de Henry Hathaway que retrata las catorce horas angustiosas que pasa ese individuo en la cornisa, oyendo razones para convencerle de que no lo haga, tratando de encontrar motivaciones para seguir adelante. Richard Basehart hace un trabajo comedido, porque no se esconde en la compasión, ni en la pena. Simplemente es un tipo sin suerte y sin visos de tenerla que empatiza inmediatamente con el espectador. El guardia de tráfico es un inmenso Paul Douglas, que oscila entre su deber y su cotidiana labor de aburrimiento gris. El joven que espera en la calzada es Jeffrey Hunter, deseoso de presentarse a esa chica que ha visto entre la multitud y que no es otra que Debra Paget. La madre del hombre que se quiere quitar la vida es Agnes Moorehead. El padre, injustamente tratado por unas circunstancias de abandono y desprecio, es Robert Keith. El jefe de policía del distrito es Howard da Silva. La mujer que va a establecer los términos del divorcio es Grace Kelly en su primera aparición en el cine. La novia, que también ha cometido algún error, es Barbara Bel Geddes. El psicólogo de inspiración freudiana es Martin Gabel. Un reparto simplemente extraordinario para una historia pequeña y que, en cualquier caso, puede ser de alguna manera la rutina de todos aquellos que sienten deseos de salir por la ventana y esperar a que venga el valor.

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