martes, 8 de octubre de 2024

VIDAS AJENAS (2004), de D. J. Caruso

 

El tipo no deja de ser escurridizo. Es un asesino en serie que asume la personalidad de sus víctimas. La consecuencia es que se hace muy difícil seguirle la pista. Durante su vida, ese individuo ha sido todo en medio del gris, y sólo sale a la luz cuando quiere matar. Para atraparle, la policía canadiense acude al FBI y traen a una experta en homicidios que sabe muy bien cuál es su trabajo. Hay un testigo por ahí que resulta muy colaborador y la implicación emocional que siente la agente estadounidense es inevitable. No es bueno que una investigadora tenga una relación con un testigo, pero ocurre. Cuestión de química.

Mientras tanto, se hace cada vez más difícil seguir el rastro al asesino. Ha tenido múltiples personalidades y las alarmas se encendieron cuando su madre pudo verle durante un instante en un encuentro casual. Las piezas son cuadradas y hay que encajarlas en agujeros redondos y resulta casi imposible. Por si fuera poco, la agente tiene que luchar contra la animadversión de alguno de sus colegas canadienses. Nada puede ser y, sin embargo, lo es. Ella se sumerge en una investigación que la apasiona. Estudia el caso, se obsesiona con las fotos, no sabe hasta qué punto puede permitirse coquetear con la locura. Y lo que no se da cuenta es que la locura está ahí mismo, al otro lado de la puerta.

Con alguna que otra referencia a Seven, especialmente en sus títulos de crédito, D. J. Caruso articula una película que parece una más, pero que, con una detenida observación, tiene más valor del que muestra en una primera impresión. La trama contiene giros interesantes, aunque se vuelve algo previsible en algún momento. Sin embargo, cuando todo ha terminado, cuando todo parece que regresa a una aparente normalidad, aún se reserva un giro más para dejar con satisfacción la imagen. Y es que una mujer es un rival muy peligroso si se le tienta demasiado. Tienen mucha fuerza y aún más inteligencia y, aún peor, son escandalosamente constantes. Esa agente del FBI va a cruzar muchas líneas prohibidas para atrapar a su objetivo. Y no se va a detener ante nada. Ni siquiera ante el intento de arrinconar su sentido profesional. Va a estar ahí, al pie del cañón de su revólver, dispuesta a machacar sin compasión al individuo en cuestión. Sí, por supuesto, también tiene sus debilidades, pero es tan admirable, que las supera y las vence. En ese momento, es cuando el asesino tiene todas las de perder.

Así que es tiempo de preguntarse muchas cosas antes de dar cualquier paso y de ser plenamente conscientes de las personas que resultan influenciadas por nuestros actos. En todos ellos, hay un motivo de imitación, de envidia o de tremenda rabia. Y lo importante es no dejarse manipular por aquellos que vienen con una sonrisa, con la inocencia como arma y con una mirada de cordero degollado. Somos únicos. Somos especiales. Lo único que hace falta es tener conciencia de todo ello.

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