Tener un jefe
parapetado tras su mesa de despacho y que sea el mayor sexista, ególatra,
mentiroso e hipócrita es una tarea decididamente difícil para las secretarias
de dirección que le rodean. Entre sueños y humos poco recomendables, ellas
imaginarán sus particulares venganzas hacia este ser que no merece más que el
desprecio y la defenestración literal por la ventana del piso en el que se
halla su flamante e inmaculado despacho forrado de maderas en donde él se
entrega al adictivo juego del poder, del acoso, de la manipulación y de la
humillación. Las cosas, a veces, no son como uno (o una) las imagina, pero las
circunstancias se juntan y estas tres chicas que trabajan con el individuo en
cuestión tendrán una oportunidad clamorosa de dar rienda suelta a su rencor.
Eso sí, sin dejar el humor de lado. Y, ojo, el humor tintado de competencia
porque en la ausencia obligada del máximo mandatario, ellas se dedicarán a
dirigir el departamento con eficiencia y razón, demostrando que las chicas,
cuando se ponen, merecen mucho más la pena.
Por el camino, habrá
confusiones, enredos, un equívoco basado en galletas y matarratas, fantasías de
Disney, acosos, tretas para apartar a la inevitable servil que no se sabe muy
bien qué pretende. Las chicas de nueve a cinco son guerreras y terriblemente
competentes, así que es cuestión de que este individuo, a principios de los
años ochenta, se agarre los machos y acepte que es mejor escuchar y luego
decidir, respetar, ejecutar con lógica y no asumir los elogios que el bienamado
líder desparrama como si fueran suyos.
Divertida película que
causó un verdadero impacto en los ochenta porque ponía en valor el trabajo de
muchas mujeres que tenían que aguantar carros y carretas en sus trabajos
mientras no dejaban de usar tacón alto, vestir de forma impecable y sonreír
aunque para sus adentros estuvieran acordándose de la madre de alguien.
Estupendos también los trabajos, variados e, incluso, salvajes, de Jane Fonda,
Lily Tomlin y el debut cinematográfico de Dolly Parton, haciendo la vida
imposible a ese jefe sin moral, revestido de falsa amabilidad y sonrisa sin
hueco que interpreta con sorna Dabney Coleman. El resultado fue una comedia
algo alocada, con alguna que otra salida de rosca, pero inevitablemente entretenida,
llena de diversión, de imaginación y agudeza, que en una época en la que eso no
se estilaba, echaba una mirada a la enorme competencia de las mujeres para
decir que, en muchos casos, eran más adecuadas que algunos hombres colocados en
puestos de dirección.
Así que no hay que olvidar que todos tenemos el mismo cerebro y que sólo es una cuestión de saber, con el uso de la lógica y del respeto, cómo utilizarlo. Las personas siempre fueron eso, personas. Sin distinción de sexo. Y siempre es enriquecedor contar con la opinión de todos los que colaboran en cualquier trabajo. No olvidemos que nunca, nunca, nunca hay que pensar que somos los más inteligentes del lugar. Siempre habrá alguien que nos pueda dar un par de lecciones sobre eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario