jueves, 10 de octubre de 2024

JOKER: FOLIE Á DEUX (2024), de Todd Phillips

 

En estos tiempos en los que los villanos son dignos de alabanza y simpatía, uno se llega a preguntar los motivos por los que es necesario hacer una segunda parte de la reinvención del enemigo de Batman. La primera parte del descenso a la locura más sanguinaria contenía escenas turbadoras, que rozaban peligrosamente lo sórdido, con una ambientación propia del realismo más sucio y que muchos lo asemejaron a aquella obra maestra de Martin Scorsese que llevó por título Taxi Driver. En esta ocasión, todo se reemplaza por un musical. Sí, sí. No esperen otro coqueteo con la turbiedad, con el lado más psicopático de la locura, con la hartura propia de una época en la que los ricos prosperan y los pobres son aún más pobres porque nadie se acuerda de ellos. Tiren del repertorio de Frank Sinatra y tendrán un resumen de esta segunda parte.

Y es que todo el mundo se acordó de aquella secuencia de las escaleras, de la interpretación esforzada e intensa de Joaquin Phoenix, explotando al máximo la expresividad emanada de su delgadez y demacración. Se trata de repetirlo, pero ahora vamos a poner una cancioncilla cada dos por tres, esperando que todo el mundo reconozca el Bewitched, de Sinatra, o el Get happy, de Judy Garland, para que el colectivo se una ferozmente a un musical de amor y atrocidad. Y ya está. De paso, para contentar a los incondicionales de los personajes de Bob Kane y nos presenta a Harley Quinn bajo el rostro de Lady Gaga y a un joven ayudante del fiscal del distrito de nombre Harvey Dent y que, con el tiempo, se va a convertir en Dos Caras.

Dicho esto, la película cuenta muy poco, salvo la continua ensoñación melódica de Arthur Fleck con Phoenix cantando e, incluso, marcándose unos pasos de claqué en un argumento que, básicamente, se limita a describir los avatares de un loco que no está loco y que finge estarlo porque todo hijo de vecino quiere que sea ese loco que no es. La simpleza que desarrolla la historia nos advierte de los peligros de enaltecer a los villanos, de restringir nuestras miradas hacia la dirección equivocada y de la seguridad de que, en el fondo, todos aparentamos y estamos dispuestos a adorar a aquel que se muestra sin fronteras morales, constreñido por las reglas de una sociedad que no nos gusta desde hace mucho tiempo y que debemos sobrepasar para que la etiqueta quede en una anécdota.

La dirección de Todd Phillips, en esta ocasión, se vuelve plana, por mucho que se esfuerce en poner todo el ambiente en el asador en todas y cada una de las canciones que van desfilando por la película. Ni que decir tiene que está punto de caer en varios momentos en el cliché del videoclip, pero se le perdona por el buen gusto en la elección del repertorio. La interpretación de Phoenix es mucho menos llamativa. La de Lady Gaga es casi un chiste cantado. El que mejor está es Brendan Gleeson que incorpora a ese carcelero de modales amables y pensamientos crueles. La resolución de todo, que pasa por el juicio de Arthur Fleck porque le consideran apto mentalmente, es todo un enigma. Y no porque no se pueda resolver.

Una segunda parte bastante inútil, sin demasiada sustancia, repitiéndonos una y otra vez que así es la vida y que, igual que hay buenas personas en el mundo, también hay agujeros negros de locura que sólo desean más sangre. Si llega al aprobado, es por la mirada benevolente del examinador, porque, en realidad, esto merece un suspenso. Así es la vida.

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