Willie Boy mata en
defensa propia. Y el hombre blanco, azuzado por las circunstancias de una
visita política y siempre falsa, se lanza en su busca. La caza se ha puesto en
marcha y sólo hay un tipo con una estrella de latón que parece mantener la
cabeza sobre los hombros y no es otro que alguien que siempre sintió simpatía
por Willie Boy. Intenta racionalizar lo que no tiene solución. Los granujas que
pueblan el Oeste, trajeados o sucios, educados o brutos, violentos o pacíficos,
quieren ver a Willie Boy muerto. Ya se sabe que el único indio bueno es el
indio muerto y si tienen una excusa como un asesinato, ya no hay salvación.
Cooper, el sheriff, intenta sujetar a los desquiciados que sólo desean ver que
un indio también posee la sangre de color rojo, pero también tiene miedo de que
la desesperación lleve a Willie Boy a meterse en más problemas. Fue en defensa
propia. Y Cooper cree que podrá demostrarlo en un tribunal, pero tiene que
cazar a Willie Boy antes que los demás.
El indio sabe moverse
rápido entre las rocas y los territorios áridos de fuga. Corre como el viento,
se esconde como una serpiente y guarda el miedo para una mirada que huye más
rápido que él. Willie Boy se parece tanto a los demás que sólo quería volver a
su reserva y amar y ser amado. Nada de eso se va a cumplir por culpa de ese
asesinato en defensa propia. Y Willie Boy llega al convencimiento de que, si
hubiera muerto él, quizá hubieran detenido al otro y lo hubieran juzgado, pero,
sin duda, no serían tan severos, ni se armaría tanto revuelo para ir a por él.
Al fin y al cabo, si un blanco se escapa, todo se resuelve encogiendo los
hombros y dándose la vuelta.
Abraham Polonsky volvió
con esta historia de opresión y aventura después de haber estado incluido en
las listas negras durante más de veinticinco años. En esta película, vuelca
buena parte de su rabia, haciendo que su personalidad sea la del incauto Willie
Boy, bien interpretado por Robert Blake. Sin embargo, las simpatías de Polonsky
se dirigen hacia ese sheriff introvertido, analítico, razonable y valiente que
encarna Robert Redford con serenidad y lentitud. En él reside buena parte del
atractivo de una película en la que, a través de la metáfora, Polonsky narra la
persecución injusta, la locura colectiva, los intereses creados para cazar a
inocentes y la terrible desesperación de los que no tienen a dónde ir. El
resultado es una película que se disfruta, pero que también se piensa. Que se
diluye, pero que también se queda. Que se deshace, pero que también incomoda.
Hay que decir a todo el mundo que Willie Boy está aquí.
Mantener la cabeza fría es uno de los requisitos indispensables para no caer confundido entre la masa voluble. La masa, digámoslo claramente, casi nunca tiene razón. Sólo el criterio propio nos salva. Somos los que tenemos que separar la propaganda falsa de la verdad. Y no es tarea fácil para quien quiere construir un país justo. Salgamos en su busca porque esa es la verdadera persecución.
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