El Diablo se sienta en
el banquillo de la acusación. En este juicio, Lucifer ha ganado en todos los
aspectos. Se llevó una vida inocente, que habitó con rabia y dedicación y, de
paso, consiguió que la justicia de los hombres, ciega e imperfecta, inculpara
al sacerdote que trató de combatirlo. Homicidio por negligencia. El cura creyó
que dejando de lado a la medicina y encomendándose a su religión, el Diablo
saldría de la chica y ella sería libre. No fue así. El maldito príncipe de las
tinieblas se cebó con el cuerpo y ella murió. Y el sacerdote, lleno de culpa y
de duda, se sienta para responder ante un juez. Victoria en todos los sentidos.
Si ese párroco incompetente acaba condenado, se oirán las carcajadas hasta en
el cielo.
Sin embargo, una
abogada quiere comprender todo lo que ha pasado y comienza a indagar en la
oscuridad para hallar una luz que conduzca a la verdad. Y la verdad, con el mal
de fondo, es tan escurridiza como las babas del maligno. Se moverá entre la
ciencia y el misticismo. Y ya no sabrá qué creer. Ya se sabe, el mejor truco
que hizo nunca el Diablo fue convencer a la Humanidad de que no existía. Y, en
esta ocasión, está muy presente.
No cabe duda de que el
punto de partida de esta enésima película de exorcismos es muy atractivo y,
para redondearla, cuenta con un reparto muy solvente encabezado por Laura
Linney y Tom Wilkinson. No obstante, la dirección de Scott Derrickson y el
guión de Paul Harris Boardman y del propio director adolece de algo que es casi
imperdonable en una película que llega a impresionar en sus toques aislados de
terror. No tiene una escena final. Sólo se cuenta y, casi, se supone cuál ha
sido el fin de la desdichada chica que alojó al Diablo en su cuerpo. De esa
manera, la película se queda algo colgada, como incompleta. Se ha deletreado el
nombre de la bestia con mucho cuidado y, al final, no se concluye
apropiadamente. Veredicto y punto. Pecado mortal dentro de una historia que
llega a ser escalofriante en algunos pasajes.
Así que desconfíen cuando la felicidad llama a la puerta. Al Diablo le gusta presentarse cuando las sonrisas se hacen permanentes. El futuro está lleno de ilusión. Los sueños están a punto de hacerse realidad…y es entonces cuando aparece él, rojo de furia y de rabia contra el ser humano, haciéndose evidente para que su poder se manifieste a través de la inútil arrogancia de quien se cree superior. Al fin y al cabo, sólo se pone en riesgo una vida y eso es apenas una miseria para quien controla los infiernos. El hombre espera. El Diablo acecha. Y, tal vez, la soledad y el retiro sea el peor castigo para el bien. Todo se verá en esa sala donde se decide el destino de unos cuantos que no han cumplido con la ley. La ley humana. No siempre justa. No siempre ciega. No siempre buena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario