Jerry Fletcher es uno
de esos conspiranoicos que ven manos negras en el corazón de la mismísima
rutina. Para él, todo es un plan cuidadosamente imaginado dirigido a la
dominación de mentes. Su inacabable verborrea llega a cansar al más pintado y,
de vez en cuando, tiene algún arranque neurótico que resulta especialmente
peligroso puesto que se dedica a conducir un taxi por las noches de Nueva York.
Su mirada, casi siempre, está perdida en busca de respuestas y, por alguna
razón dormida en su subconsciente, sólo encuentra algo de tranquilidad
observando desde la calle a una chica preciosa que hace ejercicio sobre una
cinta. Algo en su memoria le empuja hacia ella. Sin embargo, Jerry no sabe qué
es lo que puede ser. Su paranoia llega hasta tal punto que hasta edita una
especie de revista poniendo negro sobre blanco todas las conspiraciones que se
pasan por su desordenado cerebro. Tiene cinco suscriptores, ahí es nada. Todos
los relojes parados aciertan la hora, al menos, dos veces al día. Jerry es un
reloj parado que acierta con una de esas teorías y eso comienza a poner de los
nervios a determinadas unidades de los servicios secretos. Y lo mejor de todo
es que Jerry no tiene ni idea de cuál es el clavo que ha golpeado, no sabe cuál
es la teoría de la conspiración que han dado por cierta, pero debe averiguarla
si quiere seguir sobreviviendo.
A partir de aquí, todo
es una persecución y, al mismo tiempo, un regreso al infierno por parte de
Jerry. La chica a la que ve corriendo sobre la cinta de ejercicio comienza a
hablar con él y, entre tanta confusión mental, hay algo de verdad en lo que
Jerry dice. Pasan cosas. No me pregunten cuáles porque puedo dar en el blanco e
irán a por mí. La carrera por seguir vivo va a merecer la pena porque la chica
de los sueños, o de las realidades, de Jerry está a su lado. Y Lee Harvey
Oswald no es quien asesinó a Kennedy. ¿Se han fijado que todos los locos
solitarios tienen dos nombres de pila?
Quizá el mayor defecto de esta película sea la desquiciada interpretación de Mel Gibson. No deja sitio a la sutilidad, aunque sí a la sorpresa. Si su trabajo hubiera sido más sugerido, menos neurótico, menos excesivo, la cinta hubiera ganado en suspense y en capacidad de enganche. Julia Roberts trata de ofrecer el contrapunto y Patrick Stewart hace lo que puede para darle oscuridad a su personaje. La dirección de Richard Donner, como siempre, es buena aunque no hubiese estado de más sujetar el histrionismo de Gibson que, por sí mismo, no es irritante, sino cansino porque ocupa gran parte de las escenas. Por lo demás, es una historia con mucho ritmo, con cierta originalidad sobre los locos de las teorías de la conspiración y sobre esa cortina tenebrosa que nos rodea con estampado de interrogantes insolubles acerca de lo inexplicable y lo ilógico, aunque también la coincidencia exista en el mundo paranoico. Y, sí, a veces es más fácil creer que todo es una conspiración para esconder la vergüenza de nuestros propios fallos.
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