Yo
no querría nunca ver una versión mejorada de mí. Primero, porque ya desprecio
bastante al original como para tener una copia de mí mismo más guapo, para lo
cual no hace falta correr mucho, con todas las ambiciones propias de mi
juventud y con la ansiedad de exprimir hasta la última gota de mi energía para
disfrutar del momento. Segundo, porque no creo que el resto del mundo tuviera
ni el más mínimo interés por ello. Es algo que no me preocupa. Mucho más si el
tema consiste en fabricar a un ser más o menos vivo que es independiente, es
decir, yo no vivo lo que él vive, yo no comparto lo que él experimenta, yo no
estoy cuando él está.
Dicho esto se me
ocurren varios extremos para comentar esta película de Coralie Fargeat. Una de
ellas es que la película empieza muy bien. Se plantea una pesadilla de corte
fantástico, muy cercana a aquellos cuentos de La dimensión desconocida, con la parábola de la vejez y la juventud
perdida. Para ello, la directora se sirve de inspiraciones maravillosas como
aquella Plan diabólico, de John
Frankenheimer, principal fuente de referencia de esta película. Continúa con
toques de El resplandor, de Stanley
Kubrick, con una alfombra y unos baños de puertas rojas que recuerdan a los del
Hotel Overlook. Demi Moore hace una interpretación esforzada, bastante notable,
que nos confirma que sigue teniendo magia en la mirada y no tanto en la
expresión. Hasta ahí todo va razonablemente viento en popa.
Luego Fargeat quiere
decir muchas cosas. La estupidez de estos tiempos en los que damos demasiada
importancia a una belleza que no deja de ser efímera, conocemos al histrión de
Dennis Quaid que creo que quiere hacernos recordar a Harvey Weinstein, se nos
habla también de la tontería masculina, sólo dispuesta a fijarse en chicas de
curvas apetecibles, en la instrumentalización de la mujer en el mundo del
espectáculo, algo manido, pero aceptable y la película pierde algo de fuelle,
pero va muy bien. Sobre todo, porque posee un sentido del humor que le va como
anillo al dedo. De pronto, Fargeat abandona a Frankenheimer y pasamos a El retrato de Dorian Gray, de Albert
Lewin, con esa representación corrupta de la vejez en la que se reflejan todos
los actos tintados de maldad que hemos hecho en esta vida. Margaret Qualley, la
chica de Brad Pitt en Érase una vez en
Hollywood, de Tarantino, da el pego como la versión mejorada de Demi Moore.
Se buscan respuestas a los errores inevitables del punto de partida. Venga, la
película sigue en un nivel alto.
Sin embargo, al final se va torciendo todo. Pasamos a El hombre elefante, de David Lynch y, también, a La muerte os sienta tan bien, de Robert Zemeckis. Nombro los homenajes porque es lo mejor. Además hay referencias a 2001, de Stanley Kubrick y a El profesor chiflado, de Jerry Lewis, pero Fargeat se traslada a un universo de hemoglobina a chorro, de dudoso gusto y de La dimensión desconocida parece que pasamos a Darío Argento sin escalas. Se nota que quiere seguir contando e inyectando moralina y a Fargeat le cuesta horrores terminar la película. Sobra la última media hora larga, en concreto, desde la resurrección, momento en el que se salta sus propias reglas, hasta el momento muy rígidas, y ya la pesadilla se torna en un chiste de dudoso gusto. Eso no hace que la película obtenga un suspenso, pero le baja la nota palpablemente. Y es una pena porque Fargeat se mueve como pez en el agua cuando la historia se contiene, con sus toques de humor, con su dilema moral, con su mundo rosa teñido de blanco y con dos actrices que están dando un nivel muy alto. Son los problemas de ofrecer una película en versión original mejorada que, a veces, no se sabe en qué momento hay que dejar de mejorar.
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