Si queréis escuchar el debate que sostuvimos en "La gran evasión" sobre la película de Juan José Campanella "El secreto de sus ojos" podéis hacerlo aquí.
La inspiración suele ausentarse
cuando uno está rodeado de historias fascinantes y únicas. El gordo extraño de
la habitación de al lado, el escritor completamente alcoholizado que es incapaz
de escribir una línea más a pesar de su genialidad comprobada, el productor
cinematográfico de reacciones imprevisibles que no se cansa de humillar a su
secretario pero que destila una falsa comprensión hacia los problemas de la
escritura, los malditos policías que interrogan de una manera que te hacen sentir
culpable, la chica de labios rojos y mirada insinuante que sabe arreglar textos
como nadie y que aparece manchada de sangre de mosquito, el botones de mirada
equívoca…y ese cuadro que el escritor parece querer alcanzar, metiéndose dentro
para que la respiración sea pausada y las letras fluyan como las olas, empapen
la arena y se retiren para dejar paso a las ideas, a la misma inspiración.
Y ese hotel, mugriento, testigo
de épocas pasadas y rancias, que exhala el olor del pegamento del papel pintado
deshaciéndose por las paredes, sudando como el gordo extraño de la habitación
de al lado, mientras las frases parecen huir despavoridas, ahuyentadas por el
miedo al papel en blanco al que no se puede mancillar con la sucia tinta de la
máquina de escribir. Las gafas parecen una barrera aún mayor para alcanzar la
claridad y nada es lo que parece en un mundo que quiere arder en llamas porque
no tiene nada que ofrecer. Solo vanidad y olvido. Solo cenizas. Solo la idea
equivocada de que lo real es fantasía y la fantasía es realidad. Inspiración…
¿dónde te hallas? ¿Por qué corres? ¿Por qué eres tan esquiva cuando quiero
amarte?
La agobiante reconstrucción de
Los Ángeles desde los pasillos de un hotel que se cae a pedazos se torna en el
perfecto escenario para que los hermanos Coen pongan en juego todo un rosario
de complejos y de verdades en un mundo que es de auténtica pesadilla. Porque
ellos saben que Hollywood, más que una fábrica de sueños, es una fábrica de
pesadillas largas y claustrofóbicas. A pesar del sol, de las palmeras, del
suave canto del dinero contante y sonante, de las chicas que proliferan y que
parecen admirar el talento, Hollywood es una enorme máquina que engulle
personalidades y las transforma para dar latas de conserva de celuloide que se
escriben en dos días, se ruedan en cuatro y desaparecen de la cartelera en
menos de una semana. Menos arte y más parte, ése es el santo y seña. Y los Coen
lo saben bien porque han tocado todos los palos y también se han quedado en
blanco cuando solo hace falta mirar alrededor para darse cuenta del ridículo
espectáculo que te sirve en bandeja la propia vida. Basta con fijarse un poco y
desarrollar toda una historia a partir de tres o cuatro ideas básicas. Y, sobre
todo, contar lo que se quiere contar, sin prostituciones escritas de tres al
cuarto, sin cesiones al hombre que paga porque si silenciamos nuestras propias
inquietudes el único camino que nos queda es el de la locura y jamás podremos
alcanzar ese paisaje de arena y de olas que nos proporcione la paz de haber dicho
aquello que nos inquieta, nos preocupa, nos araña y nos pide, suplicando, salir
a la luz desde las profundidades de un alma que jamás calla.
2 comentarios:
No sé dónde leí que cuando estaban escribiendo el guión de "Muerte entre las flores" los Coen sufrieron un bloqueo bestial que les obligó a aparcar momentáneamente la escritura. Entonces comenzaron a darle vueltas a la historia de un escritor con el síndrome del folio en blanco. Así nació Barton Fink. También he leído que como no los dejaban en paz y les daban mucho la lata preguntándoles por los simbolismos y tal dijeron que en la peli no había nada simbólico. Que cada cual viera lo que quisiera o pudiera ver. Exactamente, esta película es poesía pura, y de la buena. No hace falta ninguna explicación racional ni lógica ni al tupé del protagonista ni a lo que hay en la caja ni a la mujer del cuadro (qué final, madre, qué final).
Pues eso, una película cojonuda. Los misterios de la mente, los misterios de la mente... ya te voy a dar a ti regresión.
Abrazos bloqueados
Es muy curioso que digas que esta película es "poesía pura". Lo es, sin ninguna duda. Lo que pasa es que la gente no deja de relacionar la palabra "poesía" con una expresión de sentimientos bellos que hacen al hombre (o a la mujer, no nos pongamos machistas) más noble. En este caso, los Coen hacen una película tremendamente lírica pero hundiendo sus raíces en el infierno y en la claustrofobia. Aquí no hay amores desatados, ni procesos de creación épicos. Lo que hay es el folio en blanco. Recuerdo que hace mucho tiempo, en una poesía de juventud, yo hice un soneto a este mismo tema y puse un verso que decía que el folio era "un cíclope de enorme ojo blanco" que no dejaba de desafiarme. Y es que es así. El folio te desafía y allí está el cuadro al que siempre miras, la mancha de la pared que, cada vez, tiene una forma diferente. La conversación que te ronda que has tenido con el vecino de al lado cuando te has decidido a ir a comprar el pan. El recuerdo ignoto que vuelve para hacerte sonreír cuando hace años que no pasa por tu memoria. Yo creo que simbolismos hay en la película, lo que pasa es que los Coen, inteligentes ellos, no quieren desvelarlo. Y ese final, para mí un final claramente feliz, es ese salto que se consigue cuando el folio se deja atrás y, por fin, la mirada del cíclope ha quedado herida por las letras, afortunadas o no, de alguien que, al fin y al cabo, lo único que quiere es contar algo y, si es posible, decir algo.
Abrazos sudados.
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