Todo hubiera sido algo disfrazado
de cifra. Una estadística más, un paciente en coma más por una operación de
grado menor. Eso ocurre en todas partes y aún más en un hospital tan grande. Y
los médicos están demasiado atareados en otras cosas. Hay mucho trabajo, el
hospital es universitario y hay que desarrollar las capacidades de los que
quieren ser médicos, existe un trasiego de mil inyecciones del demonio con
tanta gente entrando y saliendo…solo una doctora parece que se fija en algo que
debería haber pasado desapercibido, algo inocuo. El coma misterioso de una
amiga que acudía para practicarse un legrado. No es normal. No es un coma
cualquiera.
Más tarde, pasando consulta, un
hombre aparentemente sano que se va a operar de la rodilla también entra en
coma. Dos casos en dos días. No, no puede ser. O alguien está actuando con
negligencia o, aún peor, alguien está provocando el coma a propósito. Quizá es
cuestión de ver fantasmas donde, aparentemente, no los hay. Quizá solo es
perseverancia. La misteriosa y accidental muerte de uno de los encargados de
mantenimiento es la prueba definitiva. Aquí hay algo más. Y se está jugando con
la vida de muchas personas.
Los cuerpos suspendidos, en el
aire, para evitar ulceraciones. Controlados desde un ordenador central que los
mantiene en la temperatura adecuada mientras están sumergidos en el coma más
profundo. Son jóvenes de órganos fuertes, que aún funcionan con determinación y
están ahí, suspendidos en el aire, controlados a distancia, hibernados con un
fin. Todo eso hace que el dinero se mueva. Como una droga demasiado necesaria.
Como un testimonio de que no solo se manipula a la gente en vida sino que
también se hace en clave de muerte.
Michael Crichton dirigió seis
películas además de escribir novelas y ésta fue una de ellas consiguiendo el
que sería su mejor trabajo tras las cámaras junto con El primer gran robo del tren. El resultado es un título más que
correcto, bien acabado, creíble a pesar de la enorme dimensión de la
conspiración que se traza y que no duda en decir bien a las claras que todo el
mundo tiene un precio, incluso entre aquellos que se dedican a salvar vidas
ajenas. La dedicación tiene que ser el santo y seña de la profesión médica y no
existen consideraciones posteriores. El trabajo de Genevieve Bujold es intenso
y serio, el de Michael Douglas es adecuado y leve, el de Richard Widmark es
sabio y preciso y sorprende comprobar que por ahí andan en papeles muy
secundarios Ed Harris y Tom Selleck. Todo ello acompañado de un aura de
misterio que llega a ser apasionante en algunos pasajes, alienante en otros,
con un dominio de las situaciones de suspense muy apreciable y con algún que
otro momento cansino pero de lo que no cabe duda es que Crichton, además de
saber manejar la pluma, también sabía cómo se colocaba una cámara, cómo se
captaba la atención del público y cómo se podía indignar con una trama que
rodea a los seres humanos de una aureola de mercancía muy, muy cara.
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