Ser un miembro activo de la
Resistencia Francesa no tuvo nada de heroico. No tuvo nada de épico torturar a
alguien para que dijera quién había traicionado a aquella célula. No fue una
hazaña poner una bomba para mandar a algún oficial de las SS al Valhalla. No
fue una proeza poner en marcha un plan para rescatar a alguien a sabiendas de
que saldría en un estado tan penoso que hubiese preferido estar muerto. Estar
en la Resistencia Francesa fue un ejercicio de dolor intenso, de sufrimiento
prolongado en el que la bota nazi podía aparecer en cualquier momento. En el
fondo, todo era un malabarismo en soledad que podía escaparse al menor
descuido. Los disfraces, los escondites…caer prisionero y que te obliguen a
correr para que te disparen por la espalda. Lo único realmente heroico de todo
aquello fue negarse a correr.
Quizá el sentimiento de patria
sea algo tan exclusivamente francés que llegue a ser una obsesión. Escaparse en
medio de un cuartel general a golpe de imaginación espontánea es una locura,
pero una locura necesaria. Tal vez ese ejército que planeaba y ejecutaba desde
las sombras estuviese detrás de un buen puñado de gente normal, que iba a
trabajar todos los días, que tenía que mantener todas sus actividades en
secreto porque cualquier fuga de información no solo le arrastraba a él, sino a
todos los que compartían con él ese sufrimiento tan humano y, a la vez, tan
despiadado. No, estar en la Resistencia Francesa no ha sido nunca como lo han
pintado en las películas. Solo Jean Pierre Melville se ocupó de decir
claramente la verdad. Y la verdad, como cualquier tipo de resistencia, duele.
Lino Ventura fue Philippe
Gerbier, un ingeniero que decide pasar a la acción porque, más allá de las
ideas políticas, cree que el ejército nazi no está solo para invadir y ganar
una guerra sino también para desmoralizar, para torturar, para someter
implacablemente a todo el pueblo y eso, no importa desde qué punto de vista se
puede mirar, es injusto. Tiene dos camaradas, uno impulsivo, decidido, que cree
en el heroísmo de la empresa y que los hechos se encargan de desmentir. Se
llama Jean François y está interpretado por Jean Pierre Cassel. El otro es Luc,
asentado hombre de negocios, enfermo, que ha hecho instalar una cabina de
madera en su salón para estar a salvo de cualquier escucha porque es el enlace
más importante con las fuerzas aliadas en Londres, qué gran actor Paul
Meurisse. Al lado de Philippe, una mujer que planifica con absoluta convicción
e inteligencia, verdadero cerebro de las operaciones de la célula resistente,
Mathilde, con el rostro de la maravillosa Simone Signoret. Y a pesar de que
Lino Ventura y el director de la película Jean Pierre Melville se retiraron la
palabra y solo se la dirigían a través de los asistentes…uno tiene la impresión
de que hay una enorme mirada de humanidad hacia una historia que derrocha
crueldad pero también sentido común. En ese ejército de las sombras, que se
movía y actuaba para liberar a la nación del opresor extranjero también estaban
Joseph Kessel, autor de la novela en la que se basa la película, y Jean Pierre
Melville. Y todo eso se nota con sinceridad, con crudeza, con honestidad, con
París como trampa mortal para todo aquel que osase hacer frente a la más
impresionante maquinaria de guerra del siglo XX.
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