La próxima curva es
ella. Quizá sea ese remanso de paz que se necesita cuando la vida está
demasiado acelerada, buscando la siguiente fechoría inquieta. Quizá ella sea la
viva expresión de que lo mejor es ser inmortal y, después, morir. Quizá ese
dedo por los labios sea un gesto de ansiedad por cruzarlos con los suyos.
¿Quién sabe? Es un enigma porque Michel no ha sabido amar nunca nada. Se ha
dedicado a ir dando tumbos por los rincones que huelen a dinero y a engaño y,
si ha habido una relación, ha sido tan esporádica y tan placentera que no ha
dejado ningún poso. Ella, sin embargo, es en color aunque el mundo sea en
blanco y negro. Es estudiante de periodismo y trata de abrirse camino vendiendo
periódicos en París. Y no es buen negocio quedarse en París, Michel, porque
allí hay más policías que en ningún otro sitio y el cerco se va a ir cerrando
poco a poco. La sociopatía de Michel parece incluso atenuarse con la mirada de
Patricia y la vida, juntos, se va a convertir en una huida sin descanso. Italia
es lo mejor. Tal vez allí, a salvo de las miradas indiscretas, Michel pueda
lucir sus habilidades de ladrón, de jugador de ventaja, de saber vivir sin dar
golpe y ella le esperará siempre en la intimidad de una habitación de hotel de
tercera.
Antes de irse es el
momento de cobrar viejas deudas y Michel se apresta a ello. Tampoco se olvida
de ir al cine e imitar a Bogart. Al fin y al cabo, él se siente tan duro como
él y, en el fondo, tan perdedor. Michel sólo se siente triunfador si se ve
reflejado en los ojos de Patricia y cree que el futuro es perder las horas, los
días y el tiempo en una cama, retozando, jugando con ella, fingiendo lo que no
es, siendo lo que nunca ha sido. El mundo es un lugar muy pequeño y el cerco,
sin que ellos se den cuenta, se va estrechando cada día. Michel acabará sin
aliento, pero será por ella. No será por su irresponsable huida, su impulso
criminal, su resistencia a la ley. Será ella la que le ponga delante del espejo
y le haga ver cuál es la verdadera naturaleza de su maldad. Y esa es la
pertenencia a un mundo diferente. Un mundo al que Patricia no pertenece. Un
mundo que le condena al final de la escapada.
Jean-Luc Godard llegó a
pedir de rodillas y llorando poder dirigir esta película con guión de François
Truffaut. Y, con su ópera prima, consiguió el mejor de sus títulos. Jean-Paul
Belmondo fue el perfecto pillo de calle, soñador y perdido, que no alcanza a
ver el callejón sin salida en el que se está metiendo y Jean Seberg fue la
misma delicadeza, casi de cristal irisado, con su mirada juvenil y su ansiedad
intacta. La misma que nos hizo saber, con toda certeza, que podía ser otro
ángel venido del cine. No es fácil llegar al final sabiendo que todo en esta
vida tiene firma de mujer.
2 comentarios:
Es la única película que le soporto al bueno de Jean Luc quizá con "Band apart" y "Una mujer es una mujer".Godard empezó siendo un espíritu libre dentro de la nouvelle vague y ha acabado siendo un plasta. O dicho de otro modo, la libertad y la anarquía no pueden durar eternamente porque tarde o temprano terminan convirtiéndose en impostura.
Abrazos vendiendo periódicos
Pues estamos bastante de acuerdo. Es la única película que soporto de Godard (incluso me atrevería a calificarla de "muy buena" y quizá estoy demasiado influenciado porque el guión sea de Truffaut) junto con "Banda aparte". Ya lo de "Una mujer es una mujer" me pilla mucho más lejos y me irrita hasta la saciedad, algo que me ha pasado con todas las películas de Godard que he tenido el placer de ver (y también os aseguro que son unas cuantas). Un viejo amigo me decía que el problema es que él y yo habíamos descubierto a François antes que a Jean-Luc y que eso devalúa al segundo. Es posible.
Abrazos desde la habitación.
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