En
muchas ocasiones, nos podemos encontrar con una historia que parece sacada de
la ficción. Tal vez, en una isla perdida del Canal de La Mancha, unos cuantos
incautos decidieran fundar una sociedad literaria para intercambiar ideas que
vienen en los libros, leer párrafos o capítulos, discutir sobre lo que
pretendió aquel autor o, incluso, traer algo de equilibrio a unas vidas que
están en perfecto desorden por culpa de la ocupación alemana. Puede que todo
naciera de la casualidad. O del miedo. O del deseo de obviar, por un momento,
que el hambre aprieta y los invasores no se andan con tonterías.
Lo cierto es que,
algunos años después, una escritora de cierto éxito decide trasladarse allí, a
esa isla en la que parece que no existe el resto del mundo, e investigar sobre
cómo se creó y cómo pervive ese pretendido club literario, poblado de personas
encantadoras, que vieron el horror de cerca, lo padecieron y aún aguardan
alguna letra de esperanza. No les queda mucho más porque la guerra se lo llevó
todo. Incluso lo que más querían. Y no van a permitir de ningún modo que una
escritora, por muy respetuosa y brillante que sea, hable de ellos, de lo que
hicieron o dejaron de hacer, de su sufrimiento y de su actividad. Los libros, a
menudo, esconden secretos que no deben ser revelados y ellos son fieles
guardianes de ese libro que se abrió y comenzó a escribirse con la letra
indeleble de sus vidas.
Así, sin dejar de lado
el buen humor, podemos intuir cuánto disfrutaron con las aventuras de La isla del tesoro, de Robert Louis
Stevenson; o con las ironías punzantes de La
importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde; o con las diferencias de
talento que podían hallarse entre las hermanas Bronte. Y, también, cuánto
sufrieron teniendo que separarse de lo que más querían, cómo lloraron porque
alguien murió y cómo esperan porque alguien fue detenido. La escritora bucea en
sus vidas y necesita escribir sobre ello aunque nadie llegue a leerlo. Eso es lo
que menos importa, porque las historias de valor y de resistencia siempre deben
ser un ejemplo para los que tienen la fortuna de conocerlas. Y, quizá, haya que
romper con todo para apreciarlo en toda su intensidad. ¿Quién sabe? Puede que
el futuro esté rodeado de agua.
Agradable de ver, con
sus paisajes, sus pasajes y sus peajes, con interpretaciones estupendas de Lily
James y, especialmente, de ese anciano entrañable que es Tom Courtenay, con el
amor de las personas como fondo y el pasado como parte indeleble de lo que
somos, La sociedad literaria y el pastel
de piel de patata nos propone un viaje de ternura y de comprensión ante una
oscuridad que se abría por todas partes en una época sin horizontes claros.
Cuando la vemos, queremos escribir para estos personajes, ser parte de su vida,
de sus reuniones, de comer ese fantástico asado de cerdo que dio lugar a todo y
de compartir esa sensación que nunca debe irse y a la que se llama esperanza. Y
si es acompañada del amor, mucho mejor. Ya vendrá el frío del exterior, la
incomprensión y el fanatismo, o el morbo que siempre acompaña cualquier
habladuría maledicente. El mundo está afuera y siempre espera. Los libros están
dentro y, como amigos ilusionados, también lo hacen.
2 comentarios:
Cuanto me alegra que al final vieses la película y que hables de ella aquí. Yo desgraciadamente aun ando en busca del hueco perdido para acercarme a verla y a poco que me descuide me la van a quitar de la cartelera.
También me alegra mucho lo que cuentas porque parece que Newell (capaz de cosas buenas y cosas nefastas) ha dado con el tono encantador de la novela aun cuando haya momentos de cierto dramatismo o bastante dolorosos. la sencillez de la buena gente, la bondad, la esperanzada idea de que hay que vivir lo mejor posible a pesar de todo, la solidaridad y el compañerismo como una solución a la opresión...La confianza, la perseverancia y el amor como valores fundamentales. A mi la novela sólo me transmitió positivismo y eso es mucho ya.
Espero, y de lo que comentas se intuye que si, que en el pantalla encontremos el mismo mensaje y las mismas sensaciones que en el papel.
Abrazos por carta
Sí que hay un cierto tono encantador en la película aunque, como bien dices, también hay mucho dolor. Tanto que, en ocasiones, deseas que vuelva la paz de los libros a pesar de que prima esas virtudes que, de vez en cuando, podemos observar en la buena gente. Esos mismos que tienen en la bondad y en la esperanza sus mejores armas. Sí, desde luego, la película atesora mucho positivismo y la certeza de que, a pesar de que hay esperanzas que mueren, puede haber otras que nacen haciendo verdad aquello de que la confianza, la perseverancia y el amor son los valores fundamentales.
Quizá (no he leído el libro que, según sé, es de género epistolar) la película no consiga transmitir las mismas sensaciones que el papel, pero aún así, se disfruta mucho y bien. Una película más que aceptable.
Abrazos sin harina.
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