jueves, 3 de octubre de 2024

RESPLANDOR EN LA OSCURIDAD (1992), de David Seltzer

 

En un mundo en el que es casi imposible no fiarse de nadie, la mezcla impensable de judía e irlandesa sólo podría dar lugar a una mujer valiente. Ayudó mucho el que supiera hablar alemán como la hija de un carnicero berlinés, desde luego, pero contribuyó aún más su descaro y su evidente inteligencia. Por eso, entra a trabajar como simple secretaria del servicio de inteligencia militar, pero, poco a poco, va demostrando que tiene facultades para un trabajo de campo. Las urgencias mandan y es necesario averiguar una información que se resiste. Nada menos que la ubicación de la fábrica donde se ensamblarán las piezas de las míticas V-1 y V-2, primeros misiles que se pusieron en el cielo de la guerra. Su jefe es un individuo reservado, muy acostumbrado a engañar, endiabladamente atractivo y muy preparado…sólo que no sabe hablar alemán. No hay más remedio que acudir a la arrojada secretaria que sabrá introducirse en el servicio de un oficial que está al tanto de la fabricación de unas armas que pueden hacer un daño irreparable a Gran Bretaña y a la marcha de la guerra.

Y ella lo hace no sólo porque está implicada moralmente al ser medio judía. También lo hace porque cree estar preparada. Y, por supuesto, no faltan las razones de tipo sentimental, para demostrar a quien ama que vale para lo que debe hacer, aunque el peligro sea extremo y un simple resbalón puede dar al traste con toda la operación. En Berlín, esta chica tendrá que lidiar con la soledad de un oficial, con la tensión de intentar robar los planos del nuevo invento y averiguar la ubicación de la fábrica, con la traición más abyecta que se puede soportar y con una huida en última instancia en brazos de lo único que realmente le importa. Es un resplandor en la oscuridad de los servicios secretos. Una mujer de talento. Una mujer sin miedo.

David Seltzer realizó una película de impecable factura con una ambientación notable y un argumento de peso. Quizá Melanie Griffith no fuera la actriz más adecuada para interpretar el papel de esta mujer decisiva y decisoria infiltrada tras las líneas enemigas porque no transmite, más que seguridad, peso específico. En todo momento, la actriz se dedica a mostrar su fragilidad algo temblorosa en una misión que requiere toda la sangre fría del mundo y que no cuadra demasiado con la determinación del personaje. Sin embargo, sale adelante aceptablemente mientras que Michael Douglas es capaz de imprimir ternura, descaro y autoridad dentro de la piel de ese espía sin corazón que comienza a construirse uno a medida. El resultado es notable, siendo una película enormemente entretenida, con tópicos que siguen funcionando y algún que otro giro creíble muy interesante. Sólo un par de disparos al final se antojan algo dudosos, pero se perdona ante una película de factura cercana a lo impecable e historia que se mueve alrededor de lo apasionante.

Así que, en ocasiones, hay que arriesgarlo todo para que el amor y la verdad triunfen. Aunque sea en un ambiente donde las balas buscan dónde alojarse y nadie es lo que realmente dice ser. No hace falta ser agradable para estar en el bando correcto. No hace falta ser un malvado de primeras para estar en el equivocado. De esta forma, la ambigüedad se convierte en el principal escollo que hay que salvar cuando se debe confiar en varias personas.

MEGALÓPOLIS (2024), de Francis Ford Coppola

 

Alguien que haya visto dos o tres películas sale con una sensación contradictoria después de ver la última película de Francis Ford Coppola. Por un lado, se puede apreciar a un cineasta que, visualmente, resulta extraordinario (se escapa a mi comprensión que alguien diga que esta película “es fea”), con composiciones de plano que resultan impresionantes, con ideas estéticas de muchísima altura y con patinazos que son especialmente notorios en las secuencias oníricas. Por otro lado, sí se que se aprecia que, para la profundidad del mensaje que quiere lanzar, la película presenta un descuido narrativo en el que se aprecian saltos, cambios de opinión algo repentinos en algunos personajes y, por supuesto, un gusto por el exceso que, según se mire, puede sobrar o puede ser bastante ejemplar.

Esta última frase va dirigido a todos aquellos a los que se les cayó la baba con un título como Babylon y les pareció el sumun del cine mientras que, por el simple hecho de que esta película esté firmada con el nombre de un director con rasgos megalomaníacos, se apresuran a la crítica fácil de tres o cuatro palabras. Ambas películas son excesivas, narrativamente muy imperfectas, sólo que el gusto estético de Coppola es bastante superior aún cuando se emplea a medias. También habría que estudiar con cierto detenimiento la dirección que toman las interpretaciones que habitan en esta obra que acabará echando el cierre a la filmografía del gran director. Sí, gran director.

A Adam Driver, por ejemplo, se le ve incómodo. No está a gusto con su papel. En el fondo, puede ser consecuencia del encargo de dar vida a un héroe que, en el fondo, es bastante pusilánime y que no se impone a las circunstancias de un modo efectista. Giancarlo Espósito es ese personaje que, al principio, parece inflexible e implacable y, de repente, aparece en la casa de su enemigo para una visita meramente social. Jon Voight es una especie de histrión de la tercera edad que resulta algo increíble porque representa al poder financiero y, bajo una capa de disipada entrega al ocio más extremo, guarda buenas intenciones. Lo de Shia LaBeouf es bastante innombrable. Él es el que se ocupa de otorgar exceso en el apartado interpretativo, al estilo de una especie de Calígula moderno que, al mismo tiempo, es el centro de la crítica a los populismos fáciles que pueblan las políticas de hoy en día. Nathalie Emmanuel es la única que parece más centrada, sin un gesto de más e instalada confortablemente en ese papel mediador y portador de ternura. Aubrey Plaza es lo contrario, llevada por la envidia y la insidia, se pasa de rosca sobradamente. Es curioso que Coppola, un director de probada eficacia en la dirección de actores, se halle tan poco acertado en esta ocasión.

El lado metafórico de la película tampoco funciona con un engrase actualizado. Nueva York se convierte en la Nueva Roma y los personajes se comportan como si fueran senadores, patricios, esclavos y desequilibrados de la Antigua Roma a los que Coppola caracteriza con un corte de pelo propio de la Vía Apia y viste a todos con capa, como si llevaran la túnica que tan elegantemente llevaban en el centro de las calles del imperio. La advertencia queda clara, con una decadencia copiada, con su circo, con subasta de vestales, con la negación propia de un desarrollo que puede beneficiar a la plebe. Coppola advierte que la muerte del hombre será por un exceso de civilización, creando una sociedad entregada al ocio que, por descontado, irá degenerando hasta la depravación más abyecta en su sentido moral. A pesar de ello, la película destila un cierto optimismo en el que se pueden apreciar citas continuas (que algunos pueden asociar al exceso de pedantería) a Shakespeare, George Bernard Shaw o Ralph Waldo Emerson. El resultado de todo ello es una película muy desequilibrada en el que, de alguna manera, se desea que Coppola cuente algo más, que profundice, que deje bien atados los extremos para que la fábula que pretende plantear sea redonda, pero no lo consigue. Ahora bien, su visión estética detrás de la cámara es absolutamente sobresaliente, con momentos tan impresionantes que hay que dejar la boca bien cerrada para no quedar en ridículo en plena sala. El resto, lo pone el espectador y la mayoría no es capaz de grabar en mármol lo que el director quiere transmitir. Puede que no lo transmita bien del todo porque es evidente que ha preferido dotar de mayor importancia a la parte más visual de la película. Y eso… ¿saben por qué es? Porque es un cineasta de pies a cabeza. 

miércoles, 2 de octubre de 2024

LOS CASOS DEL DEPARTAMENTO Q: EL EFECTO MARKUS (2021), de Martin Zandvliet

 

Puede que haya llegado el momento de cambiar algunas costumbres. El inspector Carl Morck no va al psicólogo, pero ha decidido dejar de fumar. Consume chicles de nicotina como si fueran caramelos y está deseando volver al despacho. Como siempre, sus casos no son fáciles y, en esta ocasión, un niño parece que tiene la clave de todo. El enlace con el pasado es tortuoso y, quizá, alguien fue acusado injustamente de pederastia para dar carpetazo a todo y que no se investigase más. Morck y Assad se mueven aquí y allá para encontrar las conexiones y, poco a poco, se van dando cuenta de que todo es una trama urdida para tapar la malversación de proyectos benéficos en África. Como siempre, algo huele a podrido en Dinamarca y Morck y Assad van a ser los encargados de remover la mugre hasta que el olor destape a los cobardes culpables, que van a tener que sudar lo suyo.

No cabe duda de que la extrañeza es lo primero que se viene al pensamiento al ver esta película. Ya no están los protagonistas de las otras entregas, la compañía Zentropa de Lars von Trier ya no se encarga de la producción y hasta los escenarios son diferentes. Ni siquiera el despacho de Morck y Assad es ese sótano sucio y maloliente al que les habían destinado. Y el primer defecto de todo es que los protagonistas son esforzados, pero carecen del carisma de Nikolai Lie Kaas y Fares Fares. Sus papeles son incómodos, parece como si sólo recogieran el nombre de los héroes de las novelas de Jussi Adler Olsen y la historia pudiera ser aplicable a cualquier otra pareja de policías. No hay ninguna profundidad, algo más en el personaje de Morck, pero casi insultantemente superficial en el de Assad. La trama es buena, aunque se tardan en encajar todas las piezas del rompecabezas. Y sólo un aspecto supera a las originales y es la elección muy acertada de los temas musicales que acompañan a los dos atribulados policías. Así que hagan un favor a todos y devuelvan esos papeles y esos ambientes a quienes lo manejaban con soltura y sabiduría. Este intento decepciona por un lado, y se acepta a duras penas por lo que cuenta. Y, la verdad, mucho más allá de la trilogía de Millenium y sus intentonas americanas, ésta es la mejor saga del policíaco nórdico que haya abordado el cine.

Así que, sin duda, volveremos a sumergirnos en la parte más oscura de ese país ordenado y sin mácula, que esconde las peores degeneraciones y los crímenes más degradantes. Utilizar a un niño como escudo no deja de ser un acto de crueldad sádica, por mucho que provenga de una tierra de civilización inmaculada. Desafortunadamente, no siempre hay un par de individuos dispuestos a arriesgarlo todo con tal de sacar la verdad a la blanca luz del frío. Aunque uno de ellos sea un sociópata de libro y lleve una placa que le acredita como policía. Lo peor de todo es que es un buen policía.

martes, 1 de octubre de 2024

EL BESO DE JUDAS (1998), de Sebastián Gutiérrez

 

No hay nada como un secuestro para arreglar el futuro. Y si la víctima es uno de esos nuevos millonarios que se han hecho de oro con la introducción de la tecnología en las casas, mejor. Sin embargo, para llevar a cabo un negocio de esta magnitud, hace falta tener la cabeza muy bien amueblada y da la impresión de que ése no es el caso. Son una pareja que, sin duda, ha tenido una vida muy dura, pero que están más atentos a otras cosas que a comenzar una vida criminal de altos vuelos. El sexo ocupa un lugar bastante preponderante, desde luego. Y esos dos policías que investigan la desaparición del magnate parecen estar hechos de otra pasta. Saben hacer su trabajo, sólo que simplemente da la impresión de que no lo hacen. Entonces, las tornas comienzan su lenta, pero segura, metamorfosis. El secuestro no va a salir como estaba planeado. No exactamente. Comenzarán los giros inesperados y las amistades peligrosas. Habrá que ir pensando en un segundo plan.

Esta película se estrenó de tapadillo en salas comerciales y pasó sin pena ni gloria cuando es una excelente cinta cercana al cine negro, con personajes interesantes que, tal vez, dan una vuelta de tuerca algo diferente al siempre mentado Quentin Tarantino. Para ello, Emma Thompson y Alan Rickman no dudan en desempeñar dos papeles secundarios aunque, ni mucho menos, intrascendentes, en una trama que se va complicando poco a poco. Al principio, se intuye que la historia va a ser algo muy trillado y en la que se adivina el final sin demasiado esfuerzo, pero un detalle aquí, otro allá, y otro acullá harán que todo acabe convirtiéndose en una muestra de cine bastante inteligente, realizado con pocos medios, pero irremediablemente bien interpretado, sin énfasis, salvo, quizá, al final. Sólo con el deseo de contar un enredo que empieza con un secuestro y termina con un punto definitivo.

Sebastián Gutiérrez, el director venezolano, no se ha prodigado demasiado en el cine y ha preferido permanecer con rebeldía en el lado menos comercial del negocio. Quizá lo avistó levemente en esta ocasión y, dado el trato que las distribuidoras le dispensaron, decidió quedarse donde estaba y centrarse más en los medios televisivos y videográficos y escribir guiones para otros tremendamente prescindibles como aquel despropósito alucinado que fue  Serpientes en el avión. En todo caso, aquí demuestra que sabía contar un relato con un ritmo bajo, pero sorprendiendo con inteligencia, con algún que otro agujero menor, pero fácilmente disculpable. El resultado es una película de cierta clase, con momentos de buen cine y algún que otro paso en falso. Lo que es seguro es que el espectador, al igual que la víctima, saldrá bastante sorprendido de todo el embrollo que se monta alrededor de ese rapto un tanto marginal.

Nueva Orleans es un pozo de sorpresas y aliarse con individuos de poco cerebro y mucho músculo no suele ser demasiado recomendable. Más que nada porque piensan que tienen mucho de ambas cosas basándose en la razón del puñetazo en la pared. También hay criminales bastante estúpidos. Y basta con que uno tenga dos o tres neuronas de más para que el color de un delito cambie estrepitosamente, repentina y definitivamente. No olviden estar ahí hasta el final.