lunes, 11 de junio de 2018

EL FANTASMA DE LA ÓPERA (2004), de Joel Schumacher

En tu losa nunca faltará una rosa con un lazo negro. Te amé como nadie podrá amarte nunca y eso es algo que sabes aunque, posiblemente, ya lo habrás olvidado. Te quise para mí, pero, quizá, eso fue un sentimiento de rabia, una especie de rebelión contra un destino que me había condenado a la deformidad y al rechazo, que me aprisionaba para asistir, impotente, cómo te enamorabas de otro y compartías tu vida con él. Y esa vida, sin pecar de arrogancia, me la debes a mí. Yo te saqué del coro e hice que demostraras tu talento. Yo obligué a esos ciegos ambiciosos que dirigían la ópera a que te otorgaran los mejores papeles. Y no podía ni acercarme a ti. Mi horrible rostro me limitaba hasta la inacción. Quise tenerte un momento entre mis brazos y comprendí, en ese mismo instante, que no eras para mí, que la fortuna de poseerte iba a ser siempre para otro. Así que hice lo único que podía hacer. Entregarte a él y desaparecer detrás de mi propia imagen. Sin máscaras, sin corazón, sin esperanza, pero con la seguridad de que, por una vez, contigo, hice lo correcto.
Toda la ciudad de París es un enorme escenario de ópera que se distingue por su falsedad, su estiramiento fingido y su insultante clasismo. El vestuario es rico y elegante y la música suena por todos los rincones, incluso con sus notas más disonantes. Yo solo podía esconderme detrás de las estatuas e imaginar tus besos, tus caricias y tus palabras. Yo solo podía asumir el ingrato papel del perdedor que había hecho todo por ti y que jamás era merecedor de una recompensa a la misma altura. La belleza se lleva en el interior y creo que tú supiste verla, pero tampoco fue suficiente. No era posible tenerte a costa de ningún sacrificio porque entonces la partitura se deshace y ese maravilloso castillo de música se derrumba sin piedad. Tal vez, algún día, se subasten los objetos que rodearon aquellos éxitos que tuviste en el escenario y aquella rabia que tanto rumié en el laberinto de mis propias catacumbas, rodeado de ratas, de candelabros en forma de brazo humano, de luz abriéndose paso entre unas tinieblas que no, cariño, nunca me han dejado. Y entonces quizá alguien que fue importante para ti, que te amó con todas sus fuerzas, se dé cuenta de que él fue un comparsa necesario, pero quien te quiso de verdad, más allá de toda comprensión y de toda ternura, fui yo. Lo siento, mi amor, aquí está mi rosa, la música de la noche, el pensamiento de ti, el punto sin retorno y el fin de la mascarada.
“La noche afila
las cumbres de cada sensación.
La oscuridad remueve
y despierta la imaginación.
Y silenciosamente los sentidos,
abandonan sus defensas.
Lenta y dulcemente,
la noche despliega su esplendor.
Agárrala, siéntela,
temblorosa y tierna.
Vuelve tu rostro
a la estridente luz del día.
Trae tus pensamientos,
desde el frío, desde la luz insensible
y escucha la música de la noche.

Cierra tus ojos y ríndete a tus sueños más oscuros,
deja atrás los pensamientos de la vida que conociste.
Cierra tus ojos, deja que tu espíritu empiece a renacer
y vivirás
como nunca has vivido.
Suavemente, con destreza,
la música acabará rodeándote.
Óyela, siéntela,
muy cerca, a tu alrededor,
abriendo tu mente,
dejando tus fantasías al viento,
en esta oscuridad contra la que sabes
que no puedes luchar,
la oscuridad de la música de la noche.

Deja que tu mente empiece un viaje a un extraño y nuevo mundo,
y abandona todo lo que piensas del mundo que conociste,
deja que tu alma te lleve a donde quieres estar
y sólo entonces,
tú…me pertenecerás.
Flotando, cayendo,
en una dulce intoxicación.
Tócame, confía en mí,
saborea cada sensación.
Deja que el sueño comience,
deja que tu lado más oscuro se rinda,
al poder de la música que escribo,
el poder de la música de la noche.

Tú puedes hacer que mi canción vuele
Ayúdame a crear

la música de la noche.” 

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