En tu losa nunca
faltará una rosa con un lazo negro. Te amé como nadie podrá amarte nunca y eso
es algo que sabes aunque, posiblemente, ya lo habrás olvidado. Te quise para
mí, pero, quizá, eso fue un sentimiento de rabia, una especie de rebelión
contra un destino que me había condenado a la deformidad y al rechazo, que me
aprisionaba para asistir, impotente, cómo te enamorabas de otro y compartías tu
vida con él. Y esa vida, sin pecar de arrogancia, me la debes a mí. Yo te saqué
del coro e hice que demostraras tu talento. Yo obligué a esos ciegos ambiciosos
que dirigían la ópera a que te otorgaran los mejores papeles. Y no podía ni
acercarme a ti. Mi horrible rostro me limitaba hasta la inacción. Quise tenerte
un momento entre mis brazos y comprendí, en ese mismo instante, que no eras
para mí, que la fortuna de poseerte iba a ser siempre para otro. Así que hice
lo único que podía hacer. Entregarte a él y desaparecer detrás de mi propia
imagen. Sin máscaras, sin corazón, sin esperanza, pero con la seguridad de que,
por una vez, contigo, hice lo correcto.
Toda la ciudad de París
es un enorme escenario de ópera que se distingue por su falsedad, su
estiramiento fingido y su insultante clasismo. El vestuario es rico y elegante
y la música suena por todos los rincones, incluso con sus notas más disonantes.
Yo solo podía esconderme detrás de las estatuas e imaginar tus besos, tus
caricias y tus palabras. Yo solo podía asumir el ingrato papel del perdedor que
había hecho todo por ti y que jamás era merecedor de una recompensa a la misma
altura. La belleza se lleva en el interior y creo que tú supiste verla, pero
tampoco fue suficiente. No era posible tenerte a costa de ningún sacrificio
porque entonces la partitura se deshace y ese maravilloso castillo de música se
derrumba sin piedad. Tal vez, algún día, se subasten los objetos que rodearon
aquellos éxitos que tuviste en el escenario y aquella rabia que tanto rumié en
el laberinto de mis propias catacumbas, rodeado de ratas, de candelabros en forma
de brazo humano, de luz abriéndose paso entre unas tinieblas que no, cariño,
nunca me han dejado. Y entonces quizá alguien que fue importante para ti, que
te amó con todas sus fuerzas, se dé cuenta de que él fue un comparsa necesario,
pero quien te quiso de verdad, más allá de toda comprensión y de toda ternura,
fui yo. Lo siento, mi amor, aquí está mi rosa, la música de la noche, el
pensamiento de ti, el punto sin retorno y el fin de la mascarada.
“La
noche afila
las
cumbres de cada sensación.
La
oscuridad remueve
y
despierta la imaginación.
Y
silenciosamente los sentidos,
abandonan
sus defensas.
Lenta
y dulcemente,
la
noche despliega su esplendor.
Agárrala,
siéntela,
temblorosa
y tierna.
Vuelve
tu rostro
a
la estridente luz del día.
Trae
tus pensamientos,
desde
el frío, desde la luz insensible
y
escucha la música de la noche.
Cierra
tus ojos y ríndete a tus sueños más oscuros,
deja
atrás los pensamientos de la vida que conociste.
Cierra
tus ojos, deja que tu espíritu empiece a renacer
y
vivirás
como
nunca has vivido.
Suavemente,
con destreza,
la
música acabará rodeándote.
Óyela,
siéntela,
muy
cerca, a tu alrededor,
abriendo
tu mente,
dejando
tus fantasías al viento,
en
esta oscuridad contra la que sabes
que
no puedes luchar,
la
oscuridad de la música de la noche.
Deja
que tu mente empiece un viaje a un extraño y nuevo mundo,
y
abandona todo lo que piensas del mundo que conociste,
deja
que tu alma te lleve a donde quieres estar
y
sólo entonces,
tú…me
pertenecerás.
Flotando,
cayendo,
en
una dulce intoxicación.
Tócame,
confía en mí,
saborea
cada sensación.
Deja
que el sueño comience,
deja
que tu lado más oscuro se rinda,
al
poder de la música que escribo,
el
poder de la música de la noche.
Tú
puedes hacer que mi canción vuele
Ayúdame
a crear
la
música de la noche.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario