viernes, 31 de mayo de 2024

PROFESIÓN: EL ESPECIALISTA (1980), de Richard Rush

Mañana, día 1 de junio, estaré firmando en la caseta 231 de la Feria del Libro, de RBA Libros, todos los ejemplares que queráis llevaros de "Imprimir la leyenda (500 anécdotas de cine)". Lo mismo no viene nadie.

El lugar más seguro para buscar un refugio es aquel en el que se confunde peligrosamente el sueño y la realidad. Y, quizá, el sitio más evidente en el que se mueve esa línea escurridiza sea el cine. Eso es lo que le pasa a un fugitivo que corre y corre y no deja de correr hasta que se encuentra en medio de un rodaje. Y, además, para rizar el rizo, le ofrecen trabajar como especialista. Él no tiene ni idea, pero ha vivido unas cuantas situaciones de riesgo así que puede que no lo haga mal. Dominándolo todo, el director Eli Cross aparece como Dios desde una grúa y las secuencias de su película épica requieren de muchas mentiras de acrobacia y salto en el vacío.

Así que Cameron, que así se llama el individuo, comienza a aprender el oficio y se mueve como pez en el agua entre luces, cámaras y acciones. Tanto es así que cae hechizado bajo el embrujo de la protagonista femenina que, como buena actriz, ha pasado de esquina a cama y puede que no se pueda estar muy seguro de sus intenciones. ¿Cameron es una aventura más igual que él cuando se arroja desde lo alto de un tejado o es un chico que la quiere y la respeta y que ella valora como nadie? Son los misterios del cine y de esas relaciones tan complicadas que se tejen a lo largo de un rodaje que generan una fuerte convivencia de la que, a menudo, no se sabe cómo salir.

Mientras tanto, Eli Cross, ese director británico, de provocación asegurada y que siempre va en busca de la genialidad más oculta, pide más riesgo a Cameron, más riesgo, más. Hasta que llega la secuencia en concreto que dio lugar al refugio del huyente y que ha originado el sometimiento de un hombre que corre a un hombre que dirige. Y eso no acabará con el final del rodaje.

Interesante película de Richard Rush con un Peter O´Toole espléndido y una estupenda Barbara Hershey mientras que la interpretación de Steve Railsback no acaba de ser plenamente convincente. La idea de confundir continuamente sueño y realidad en la forma de un rodaje es muy atractiva y más si sirve de tapadera para un hombre que ha cometido un delito grave. Hay algunos saltos incomprensibles, en aras de la ansiedad de Richard Rush por sorprender con pocas explicaciones y sacando de situación al espectador continuamente para preguntarle si eso que está viendo es rodaje, es ensayo o es realidad. Y la realidad, por supuesto, no admite ensayos. Sin embargo, el juego de chantaje se convierte en el fondo de todo trabajo en el cine porque las propias arrogancias salen a relucir con muy poca provocación y entonces el cine se convierte en realidad y puede que la realidad sólo sea una pesadilla por la que hay que pasar todos los días.

De paso, y sin que sirva de precedente, el homenaje a los especialistas también está ahí, porque son aquellos que se encargan de hacer que los sueños tengan algo de espectacularidad insustituible y, al fin y al cabo, eso también es cine…¿o es realidad?

 

jueves, 30 de mayo de 2024

CAÍDA LIBRE (2024), de Laura Jou

 

Una mujer está llegando a su propio callejón sin salida. Se ha refugiado detrás de una máscara de crueldad y dureza sólo para disfrazar su terrible pánico a la soledad. Un día, probó el sabor de la gloria. Una medalla colgó de su pecho mientras el público aclamaba su nombre en unas olimpíadas. Sin embargo, la edad no perdona y llegó la retirada y el paso a un segundo plano tras los gritos de ordeno y mando desde la atalaya del cargo de entrenadora de la selección femenina de gimnasia rítmica. No quiso darse cuenta de que, desde esa torre, apenas era objeto de atención para el público que tanto la quiso. De ahí, la vileza. De ahí, la sequedad de una búsqueda del éxito que no es más que otro disimulo hacia el fracaso.

Su rostro ha adquirido la angulosidad propia de la abyección. No admite que sus pupilas hagan algo en contra de sus indicaciones. No hay piedad. Ni motivación. Ni humanidad. Sólo la orden austera acompañada de alguna palmada para llamar la atención. Cuando las luces del tatami se apagan, vuelve a casa y el fracaso vuelve a aparecer de forma abrupta y definitiva. La soledad se cierne, se presenta en su forma más depredadora. Y ella no lo soporta. No puede con ella. No nació para salir adelante sin compañía. Aunque, en su eterna representación, se esfuerce en apartar a todo el mundo de su lado. Entra en caída libre. Y ya sólo queda la lesión.

El interés visual que pone en juego la directora Laura Jou es una de las principales virtudes de esta película. Hay transiciones sobresalientes, combinados de cámara lenta y acción real manejados con destreza, alguna que otra metáfora de buen descifrado. También la interpretación ajustada de Belén Rueda, sobre la que gira toda la historia, resulta convincente y familiar porque, quien más o menos, todos hemos conocido a alguien que se comporta de manera parecida a la de esa entrenadora que no conoce la comprensión, ni sabe dónde está el límite de su autoridad porque sigue echando telones sobre la amenaza de esa soledad que le va a otorgar un cero en el ejercicio de suelo. Quizá, el único reproche fundado sea su tramo final en el que no existe un resarcimiento para el público que ha asistido a la caída a los infiernos sin que eso quiera decir que no haya una redención. La factura de la película es impecable, por mucho que nos suene aquel escándalo que salpicó a la seleccionadora nacional de natación sincronizada por el trato vejatorio que dispensaba a sus nadadoras. Lo políticamente correcto también es objeto de crítica, sobre todo en su parte más pública, más preocupada en dar una imagen que en conseguir un éxito que se antoja al alcance de la mano. Y, tal vez, puede que haya un toque de atención en métodos que son bastante familiares para todos aquellos que han practicado un deporte de competición estando suficientemente cerca de la élite.

Así que no hay que dejarse engañar por todos esos supuestos consejos que apelan al interior del alma, tratando de sacar un mensaje que se pueda transmitir a través de una exigencia desorbitada. Hay una búsqueda de gloria, quizá de otro tipo, en toda esa exacerbada ira, como tratando de llevarse un pedazo del oro que espera al auténtico talento. El deporte depende de muchos factores y, por supuesto, el sacrificio y el trabajo duro es uno de ellos. Implacable, impecable y demoledor. Sin olvidar, en ningún momento, que hay personas detrás, que tienen derecho a una vida, a unas inquietudes, a un rincón de conciencia en el que se puede llegar a pensar que la bondad y las buenas maneras existen. No todo es el grito. Y la repetición cuando las fuerzas llegan a la extenuación absoluta. La vida, en el fondo, es algo así. Hay que repetir y repetir hasta que el ejercicio salga bien, aunque la nota baja del jurado sea la condena a la soledad.





miércoles, 29 de mayo de 2024

LA NARANJA MECÁNICA (1972), de Stanley Kubrick

Álex de Large es un hijo de su tiempo. Es un chaval que no duda en atiborrarse de leche alucinógena y, a primera vista, podría parecer que sólo quiere destruir porque ha desarrollado una pasión incontrolable por acabar con todo. Le parece divertido. Sin embargo, es lo que ha vivido porque le ha tocado moverse en una sociedad que ha desarrollado una pasión incontrolable por arrasar con cualquier cosa. La educación es pura corrupción sexual. Las relaciones humanas son corrupciones educadas. El simple hecho de comprar puede acabar en una corrupción pervertida. Con todo ese entorno bombardeando, no cabe duda de que Alex podrá construir una rebelión en su cabeza y deshacerse de sus camaradas drugos, que le acompañan a todas partes con ese uniforme de maestro de ceremonias de la violencia en un ambiente despersonalizado, gris, deforme y casi grotesco. Irá dejando un rastro de semen y sangre e, inevitablemente, pasará a la fase dos de ese futuro de decepción y espanto. La cárcel será un mundo de muros tan negros como el alma y Alex pasará a un programa revolucionario de reinserción en el que, por supuesto, se incluye la tortura para que sea consciente del inmenso dolor que ha causado. Algunos, en uno de esos rincones ignotos del globo terráqueo, lo llaman Método Ludovici. En cualquier caso, Alex sentirá asco por lo que ha hecho e, incluso, experimentará una profunda aversión por su adorado Ludwig van Beethoven, el genio que, con su música, inspiró a Alex los actos más bellamente violentos, casi poéticos que llegó a crear dentro de su pensamiento enfermo.

El Método Ludovici es estupendo, pero no tiene en cuenta el rechazo vengativo de las víctimas que ha causado el desenfreno de Alex. Tendrá que descender a los infiernos para darse cuenta de que, allí, se va a mover como pez en el agua. Sólo tendrá que dejarse dar de comer, sumergirse en la insolencia silenciosa y aprovecharse de un sistema que, para variar, es muy corrupto. Es ese tipo de mecanismos que compra lo que necesita, a cualquier precio, lo subyuga tras una cortina de corrupción y hace suyo al ciudadano que sabe más de lo que conviene.

Stanley Kubrick dirigió esta película con algunas secuencias que resultan inolvidables para todo aquel que ha disfrutado alguna vez de buen cine. Es cierto que su violencia es tan escalofriante que, en alguna ocasión que otra, no cabe más solución que volver la cabeza, pero es una crítica burlona hacia un camino que hemos tomado y que no tiene viaje de vuelta. Malcolm McDowell se ajusta perfectamente a ese perfil de joven sin respeto por nada, ni por nadie, que sólo quiere dar un paso más en pos de la depravación moral y que es obligado a aceptar unas reglas que ni siquiera la sociedad respeta. Por último, Kubrick nos coloca frente al espejo de una sociedad tremendamente hipócrita, dispuesta a aceptar a uno de sus miembros más degenerados con tal de que calle y se aproveche. Así es como nacen los auténticos dominadores.

Sin esperanza, sin condición, sin ningún respiro porque no hay ningún personaje con el que el espectador se pueda sentir identificado, Álex de Large es ese ser humano producto de la Naturaleza que es obligado a comportarse como un robot. Al fondo, Orwell y la certeza de que todo lo que nos espera va a ser un vaso de leche surgido de los pechos de una escultura femenina y que nos va a proporcionar un estado de nervios que sólo podrá desahogarse a través del golpe, de la rabia y del arrasamiento.

martes, 28 de mayo de 2024

TUCKER (1988), de Francis Ford Coppola

 

Siguiendo con el libro, estaré el próximo sábado día 1, en la caseta de RBA número 231 de la Feria del Libro de Madrid, de 12 a 14 horas, para firmar todos los ejemplares que me traigáis de "Imprimir la leyenda (500 anécdotas de cine)". Será un placer saludar a quien se acerque.

Preston Tucker era un resistente. Un tipo que se había enfrentado una y otra vez al fracaso. Y eso hace que las personas sean más fuertes, estén más preparadas para aguantar los embates de cualquier concepto revolucionario que salga de su cabeza. Es lo que ocurrió con este fabricante de automóviles que diseñó un automóvil único, verdadera joya del transporte privado, que nació para hacer la competencia a las grandes multinacionales del motor y acabó siendo un incunable que sólo unos pocos en el mundo consiguieron conducir. Mientras tanto, Preston Tucker se enfrentó a todos y a todo y lo hizo completamente solo. Con la fe de su familia, con la de sus amigos y con su conciencia de hombre capaz. Lo demás importaba poco aunque, por supuesto, la ruina esperaba con los faros encendidos. Sin embargo, era uno de esos individuos dotado para resurgir de las cenizas una vez tras otra. En ocasiones, con más fuerza. En otras, le esperaba, de nuevo, ese viejo amigo que es el fracaso, dispuesto a tomarse unas cervezas con él y con el destino. Todo con las ruedas nuevas.

No es casualidad que un hombre que se ha arruinado y resurgido de sus cenizas fuera, precisamente, el encargado de dirigir la historia de este inventor e ingeniero que  imaginó un nuevo concepto de automóvil. Francis Ford Coppola llevaba acariciando este proyecto durante varios años y, aunque no fue una película totalmente propia, sí que se sintió atraído por la terca resiliencia de un hombre que quería innovar, ofrecer lo mejor de sí mismo para una sociedad que se preparaba para consumir basura en cantidades ingentes. Para ello contó con Jeff Bridges, perfecto en la piel del soñador y siempre emprendedor Preston Tucker. Encaja en el papel como un guante de gala. Y la realización de Coppola es extremadamente elegante, con una fotografía impresionante, con un sentido del ritmo privilegiado y con una banda sonora excepcional debida a Joe Jackson. El resultado es un mensaje incontrovertible de no rendición, de seguir ahí, en la trinchera hasta que no haya más opciones. Quizá el enemigo se agote antes, o se dé cuenta de la auténtica valía del contrario, o se decida a ofrecer, por fin, un producto de calidad y duradero al potencial comprador. Esas son las cosas que quería cambiar Preston Tucker y, en parte, también Francis Ford Coppola. Los sueños, a veces, cuestan muy caro y, también a veces, consiguen erigirse más allá de la realidad.

Así que no dejen de intentarlo porque la perseverancia es una de las claves imprescindibles del éxito…aunque no la única. Hace falta apoyo y, también, por qué no decirlo, algo de ingenuidad en la creencia de que la libre competencia es libre. Pisen a fondo y dejen que los faros se muevan en la misma dirección que las curvas. La historia ha dictado su sentencia y, de los cincuenta y un coches que fabricó Preston Tucker…aún siguen en funcionamiento cuarenta y nueve. Dos de ellos, por cierto, son propiedad de Francis Ford Coppola. Otros dos lo son de George Lucas. Han pasado más de ochenta años desde su fabricación.

viernes, 24 de mayo de 2024

ROGER CORMAN: EL FURIBUNDO INDEPENDIENTE

 


Si hay que hablar de alguien que mantuvo una furibunda independencia a lo largo de su carrera y que intentó desarrollar una carrera paralela al margen de los estándares comerciales de Hollywood, hay que nombrar forzosamente a Roger Corman. Siempre con un altísimo ritmo de producción, tanto detrás de las cámaras como de los libros de cuentas, sus resultados artísticos, siempre muy discutibles, fueron recompensados con el entusiasmo de muchos que supieron ver en él al rebelde por antonomasia, al líder de un tipo de cine que quiso llevar el terror al mismo salón de las casas.

El inusitado éxito que le supuso La pequeña tienda de los horrores, una película de terror que Corman despachó con un rodaje tan apresurado que le llevó solo dos días y una noche y que se erigió como uno de los símbolos de diferenciación y de la imaginación fuera de los cánones imperantes hasta ese día en Hollywood, le lleva a mirar un poco más alto, a buscar nuevas formas expresivas, no siempre en el género de terror, para intentar descubrir su verdadera personalidad como cineasta.

Su primer intento fue Atlas, incursión en el péplum que resultó desastrosa no sólo en el ámbito artístico, sino también en el comercial. Aquí Corman se halló profundamente desafinado, fuera de sitio, incómodo, intentando aprovechar el tirón comercial que las aventuras de Hércules y de Maciste estaban teniendo en Europa bajo producción italiana. Pero la ambientación le falla estrepitosamente. Corman no estaba especialmente dotado para las necesarias secuencias de acción que toda película de estas características requiere e, incluso, en una épica secuencia de batalla, se contrata a 500 extras para la figuración, pero sólo puede contar con cincuenta. El resultado es que el director tiene que renunciar a panorámicas y secuencias de plano general y recurrir al viejo truco de acercar la cámara para que no se vea que allí sólo había cuatro gatos mal contados. Corman, en un caso ciertamente inusual al ser un hombre que rueda lo que le gusta sin ataduras de ninguna clase, no tiene un guión bueno; las frescas y descaradas ideas de sus títulos de horror aquí brillan por su ausencia aunque incluye una secuencia de baile exótico…sin música. Lo que se espera, nunca ocurre y lo que ocurre, sencillamente, es carente de interés. Corman falla, pero si algo distinguía a este cineasta era su capacidad para no rendirse nunca.

Desencantado, pero con ánimos, Corman vuelve a introducirse en el género que mejor domina sólo que aún con menos dinero. El monstruo del mar encantado es una película que no gustaría ni a una criatura salida de las mismas entrañas del infierno, pero que cuenta con una virtud muy poco usual en aquellos años: es deliberadamente mala. Corman sabe que no puede hacer calidad y entonces se dedica a torpedear con ganas cualquier línea de flotación de la película, lo cual hace que sea aterradoramente adorada por cualquier fan de lo diferente y que, además, sea considerada como un símbolo de rebeldía que grita a los cuatro vientos. Algo así como “no me dejáis hacer películas buenas…está bien. Os daré lo que queréis. Una película horrible. Así sabréis lo que os estáis perdiendo”. Y lo consigue a ciencia cierta. No contento con ello, Corman decide parodiar sin vergüenza alguna la revolución cubana, a la incipiente generación beatnik e incluso a los clásicos de Humphrey Bogart con ocasionales toques de surrealismo que hubieran hecho las delicias de Luis Buñuel.

Nada más terminar el rodaje, Corman se embarca en la que, posiblemente, sea su mejor película: El péndulo de la muerte, basada en el relato El pozo y el péndulo, del divino Edgar Allan Poe. Rodada con un presupuesto irrisorio, Corman consigue conjugar el suspense, el misterio y la oscuridad emanada de cualquiera de los relatos de su autor, consiguiendo una película atmosférica, inquietante, maravillosamente dirigida, narrada con una progresión casi magistral. En buena parte, el mérito se lo tiene que llevar el guionista Richard Matheson, un fantástico escritor de terror y ciencia-ficción que traslada al papel el espíritu de Poe con fidelidad y con respeto. Y, por supuesto, las mágicas y góticas interpretaciones de Vincent Price y de la musa del horror, Barbara Steele, en su única colaboración mutua. Corman sabía muy bien lo que se hacía porque La caída de la casa Usher, primer trabajo del director y productor alrededor del universo de Poe, había funcionado muy bien y deseaba tener algo en la caja para abordar el que era el proyecto más personal de su carrera. La época empujaba a Corman a expresarse, a decir cosas nuevas más allá de la mera mueca que dibuja en el rostro de los espectadores la aparición del horror.

Sin embargo, Corman tiene desavenencias con la American International Pictures, que le financia como cineasta independiente. Y, antes de dar ese paso decisivo, decide rodar otro clásico de Poe. Tiene que topar con un obstáculo y es la imposibilidad de contar con Vincent Price, sujeto a la AIP con un contrato en exclusiva, y Corman convence a Ray Milland para hacerse cargo del papel principal en La obsesión, la historia de un hombre que se obceca con la posibilidad de un enterramiento prematuro. American International Pictures decide apoyar financieramente a Corman justo después de una rocambolesca jugada empresarial y el resultado es netamente inferior a El péndulo de la muerte (Richard Matheson ya no está en el guion), pero que funciona relativamente bien a nivel artístico y comercial. Corman, por otro lado, pone en juego el miedo al porvenir que impide el disfrute del presente, que el director cree muy prometedor para la libertad de expresión y artística.

Con dinero en el bolsillo, pero más para prevenir que para gastárselo en aventuras cinematográficas (legendaria fue su tacañería), Corman acomete la que debería haber sido su obra máxima, el título que le hubiese dado a conocer como un autor con algo que decir, con un mensaje en el fondo de cada fotograma, con el horror del día a día como arma y no con monstruos o temores encerrados en un entorno frío y enigmático. The intruder es su película más personal y el título en el que más esperanzas había depositado el rebelde Corman. Protagonizada por William Shatner, la historia gira en torno a la integración racial en el sur de los Estados Unidos, a la manipulación de las masas que terminan siendo seres enloquecidos sin ningún control. El intruso que se presenta como un reformador social, en realidad es un corrompido racista que quiere levantar un clamor popular en contra de la sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos que desterraba la segregación racial en las escuelas. Corman, así, denunciaba que, bajo una motivación adecuada, el pueblo de los Estados Unidos era esencialmente racista y que deseaba desatar su furia contra los más desfavorecidos. El gran problema es que la película despertaba una rara sensación de incomodidad porque la acusación se dirigía directamente hacia el público que se sentía extrañamente retratado y ligeramente quemado por los bordes de todo el argumento. Corman, más tarde, acusó a Shatner de ser el intérprete menos adecuado para dar vida al equívoco hombre de traje blanco que se presenta en una comunidad de Missouri disfrazado de progresista cuando, en realidad, quiere despertar el sentimiento racista del ciudadano normal. Lo cierto es que Corman manejó con cuidado el ambiente de una ciudad del Sur, haciendo que las palabras no fueran suficientes para describir esa forma de dirigir a contracorriente. La osadía de Corman al exhibir la vergüenza del país era un golpe en la cara, turbador y conciso, en una época cuya promesa radicaba, precisamente, en cambiar las cosas desde dentro, desde el pensamiento de cada uno, desde el mismo corazón.

La película, desgraciadamente, fue un fracaso fulminante porque el público no entendió que el director se empeñara en salirse del terror alucinante y clásico para adentrarse en los horrores de la propia sociedad. El intruso descrito por Corman era tierno con los niños e implacable en su objetivo y, tras esas coartadas, se escondía una bestia incapaz de manejar su propia creencia. Demasiado para los clichés imperantes en esa época. El malo era malo, debía comportarse como un malo, no había lugar para la confusión. Los malos estaban localizados y eran perfectamente reconocibles. Todo lo demás, era bueno. Y Corman, con una media sonrisa, decía a todo el mundo que un malo podía estar impecablemente vestido, podía hacer un cariño a cualquier criatura, podía presentarse como un ángel salido del polvo del camino, pero podía estar cimplemente disfrazado de lo que la gente quería ver.

La experiencia fue frustrante para Corman, que decidió no volver al terreno de lo personal nunca más. Renegó violentamente de ésta película porque no llegó al éxito en ningún momento y era era, realmente, la película que él siempre quiso hacer. Así que volvió a lo que el público le pedía. Volvió a pedir a Richard Matheson que se hiciera cargo del guion de tres de las Historias extraordinarias, de Edgar Allan Poe, y se hizo con tres actores de renombre para protagonizar los segmentos que dieron lugar a las Historias de terror. Ellos eran Vincent Price, Peter Lorre y Basil Rathbone. Aunque adolece de la agilidad de El péndulo de la muerte, Corman consiguió acercarse al espíritu de Poe de forma diferente, porque ronda la moraleja del escritor en sus historias. Mientras Poe hablaba de la exploración de identidad personal en el episodio de Morella, Corman trae las ideas de esa explotación hacia una historia de fantasmas sobrenatural. Mientras Poe se obsesionaba con el terror puro en El gato negro, Corman convierte esa obsesión en un motivo para reírse. Mientras Poe investigaba en las raíces de la maldad personal en El caso de Monsieur Valdemar, Corman es más vago, más inconcreto en la explicación del dilema moral que atenaza a su protagonista. Aún así, a pesar de las modificaciones, Corman respeta a Poe, lo hace más cercano y, lo que es aún más difícil, hace que la complicada prosa del gran escritor parezca algo fácil de ver en el imaginario poblado de deformaciones mentales de sus no-héroes.

Lo mejor de este intento, más que su resultado artístico y comercial, fue que Jacques Tourneur cogió la mayor parte de su reparto, Price, Lorre y Rathbone, junto con Joyce Jameson, que también aparece en la película de Corman, y el añadido de Boris Karloff y realizó una película extraordinaria, excitante, llena de referencias a la literatura de Poe y al cine de Corman como La comedia de los terrores, una farsa caricaturesca tronchante.

Siguiendo con su máximo de que más valía producir que estar muerto, Corman dirige Rivales pero amigos, ambientada en el mundo de las carreras de coches con el aderezo de los consabidos crímenes a raíz de una chica que pasa de campeón en campeón cual bólido de pista en pista. Puro entretenimiento de bajo gusto y, a ratos, parece que dirigida y montada con cierta desgana y que sirve como inspiración a la película que, muchos años después, dirige Quentin Tarantino con una notable carga de autocomplacencia y con el título de Death proof, pero la película es tan chocante, tan inacabada, tan desfasada, que no llega a ninguna parte.

Ese mismo año, vuelve con Matheson y Poe, el tándem que mejor le funciona, para dirigir El cuervo, con Price, Lorre y Karloff y un juvenil Jack Nicholson. La novedad de esta película radica en que un hombre experto en los territorios del horror como Boris Karloff también colaboró en el guion consiguiendo que los diálogos fueran algo más que un mero acompañamiento a la sonata de crueldades a la que Corman tenía a todos algo más que acostumbrados. La película vuelve a ser una pequeña delicia, sencillamente porque Corman entiende a Poe, transforma su poema en cuento y al cuento en evasión, alejándose de la letra, pero en absoluto de su espíritu. Su dirección aquí es muchísimo más que cuidada que en la terrible Rivales pero amigos. Hay magia en la película, sin duda. Muchísima magia negra.

Más tarde, con Karloff y Nicholson, se acredita él mismo para hacer El terror, pero, en realidad, es un ejercicio para un buen puñado de directores que, muy pronto, iban a cambiar el panorama mundial del  cine. Todos dirigieron partes de la película bajo la única supervisión de Corman, pero él no dirigió ni un solo metro. Esos directores fueron Francis Ford Coppola (que llevaba varias películas haciendo trabajos de aprendiz y saltando de plató en plató), Monte Hellman (uno de los rebeldes más impenitentes que ha dado Hollywood), Jack Hill (a la sazón, guionista de la película y actor en algunos títulos de Corman al cual pidió permiso para dirigir algunas secuencias) y el propio Jack Nicholson (que, simplemente, quería saber cómo se manejaba una cámara. Más tarde, Nicholson ha dirigido varias películas de las que destaca la muy injustamente menospreciada segunda parte de Chinatown, Two Jakes).

Como hecho anecdótica, hay que señalar que Corman quiso producir la película inmediatamente después de acabar el rodaje de El cuervo para aprovechar exactamente los mismos decorados y que Boris Karloff (un hombre que tenía más que éxito en el teatro), se hallaba libre en los siguientes cuatro días. Los cuatro directores, bajo las órdenes de Corman, quieren imitar el universo de Poe, en concreto el de La caída de la casa Usher, pero la mezcla de personalidades, todas fuertes, no conduce a nada salvable. Precisamente de eso es lo que carece la película, de personalidad. No hay crisma en unas imágenes que podrían tenerlo. No hay interés en la historia que se cuenta. Aunque el rodaje se prolongó nada menos que durante diez semanas (probablemente, una de las producciones más largas de Roger Corman), la película no ha sobrevivido más que por la curiosidad de ver a un Jack Nicholson en pleno proceso de aprendizaje y por adivinar los diez minutos de cinta que quedaron en el montaje final dirigidos por Francis Ford Coppola. Corman se hundió con su escuela, pero no se rindió.

Tanto es así, que con una ambientación más contemporánea, se lanzó a dirigir El hombre con rayos X en los ojos, con Ray Milland en el papel protagonista. Una fábula fantástica, con muchísimas posibilidades que, en manos de Corman, se convierte en otra de sus cumbres. La facultad de la mirada de rayos X que adquiere el atónico científico interpretado por Milland se convierte en un incómodo espía de una realidad que esconde demasiados secretos que deben ser desvelados. El cuento con parábola propia de los tiempos que estaban corriendo. Corman, no contento con el fracaso de The intruder, se atrevía a burlarse de la apariencias de esa decepción que impedía la materialización del sueño americano. Con sentido del humor y del terror, el director consiguió mucho más que una pretendida trascendencia, daba al público lo que demandaba, divertía, era agudo y además, deslizaba lo que realmente quería decir.

No cabe duda de que Corman, en esta ocasión, halló una memorable colaboración con Ray Milland, que confiere al personaje la siniestralidad propia de un científico que cree que está mejorando las condiciones de vida de la Humanidad y, sin embargo, él mismo se va convirtiendo paulatinamente en un monstruo. El resultado es una fábula brillante, que se adentra en los límites de la ciencia-ficción, con una mirada irónica, emparentada lejanamente con aquella otra de Jack Arnold titulada El increíble hombre menguante y que revela que Corman llega a una madurez trabajada y que siga intacta en us rebeldía recalcitrante y en su provocación sutilmente barata.

En su descarada búsqueda de la comercialidad, Corman rueda El palacio de los espíritus, basada lejanamente en un relato de H.P. Lovecraft y que coge el título de uno de los poemas de Edgar Allan Poe. Por supuesto, elige a su estrella preferida, Vincent Price, lo empareja con la bellísima Debra Paget y la película pasa por ser uno de los títulos más infravalorados de la carrera del director. Mejor de lo que parece, espejo de una marca que ya lleva un sello muy personal, Corman se centra, más que en el argumento, en la ambientación, en el estilo y en la fina dirección de intérpretes. El horror de Corman aquí, ya es brillante, a la altura de los clásicos de la Hammer que aún seguían haciendo furor en las islas británicas. El miedo no era caro y, además, era bueno.

Caso único en la historia del cine, en el corto espacio de tres años, Roger Corman produjo y dirigió once películas, firmó otra con su nombre aunque sólo la supervisó y aún fue el productor de otras tres, en concreto El juez maldito, de John Bushelman; Operación Tiziano, una película yugoslava dirigida por Rados Novakovic, y Demencia 13, de Francis Ford Coppola en su primera aventura tras las cámaras como director absoluto. Eso da una idea del volumen de trabajo que era capaz de poner en circulación. No todo fue bueno, en absoluto, pero sí es verdad que fue un período en el que Corman hizo sus obras más personales, sobre todo The intruder y El hombre con rayos X en los ojos, que ponían en juego su cínica mirada, su legendaria tacañería, su maestría en el rodaje rápido y, a la vez, su forma de pensar, siempre particular y siempre marginal.

jueves, 23 de mayo de 2024

CALLADITA (2024), de Miguel Faus

 

Hay gente con dinero que vive en una realidad paralela que les impide ver con claridad los problemas de los que les rodean. Ellos viven en un permanente hedonismo que les deshumaniza y que hace que cualquier frase que sale de sus opulentas bocas parezca una sentencia desagradable. Ya sabes, chica, debes trabajar duro y con discreción. Si no libras ningún día, ya lo apañaremos. Si no tienes papeles y te comportas, los arreglamos cuando volvamos a la rutina después de las vacaciones. Mientras tanto, limpia, friega, cocina, aguanta, confórmate, tienes suerte, no la desperdicies. Si luego las cosas no son como las habías imaginado, no te preocupes. Te subimos un poco el sueldo y así sigues calladita, que estás más guapa.

Todo ser humano tiene una batalla y, por eso, uno de los peores pecados que se pueden cometer en este mundo sin corazón es juzgar a los demás. La chica también tiene sus problemas. Desea ganar dinero para que su hermana no tenga que limpiar lo que va dejando la gente rica. Estudiar, abrirse paso, sin rebajarse, sin perder la dignidad a través del demoledor silencio. Esa es la solución. Por eso, la urgencia de conseguir los papeles de residencia, el permiso de trabajo, la afiliación a la seguridad social, la ciudadanía. Situaciones que se han vuelto tan cotidianas que apenas les damos importancia. Empezar a saltarse las normas tácitas es sólo cuestión de tiempo, porque comienza a no compensar. Los señores se van, la casa se queda vacía, el niño de papá quiere imponer su sagrada voluntad porque, sencillamente, nadie le ha dicho nunca que no. El conflicto está ahí, latente, esperando su oportunidad. Puede que, en el fondo, la inteligencia también juegue un papel, pero calladita ¿eh? Ni un ruido, por favor. No vaya a ser que te vayas a la calle sin un euro en el bolsillo.

A medio camino entre El sirviente, de Joseph Losey, y Parásitos, de Bong-Joon Ho, Miguel Faust articula una película que mantiene un nivel medio en todo momento, lo cual hace que sea notablemente equilibrada. Para ello, cuenta con un excepcional trabajo de Paula Grimaldo, calladita y transparente para el espectador, el cual en todo momento sabe la dirección del pensamiento de esa criada que vale para todo y a la que siempre se le pide más. A destacar también el desagradable tono falsamente amable que destila Ariadna Gil, que resulta pura extorsión hasta cuando da las gracias. En medio, un drama que no llega al terrorismo social, ni tampoco a la destrucción por la envidia, sino en un punto justo en la mitad de ambos. La película es mesurada, tranquila, con la virtud de la paciencia y con algunas escenas realmente meritorias, dejando clara la ridiculez de esa clase alta y despreciable, alejada de todo, falsamente intelectual, inmensamente vacía, fingida hasta la irritación, de vocación despótica a pesar de sus miras demoledoramente simples. El cuadro, la playa, el coche, la ventana móvil, la piscina, la desinhibición, la nada rodeada de lujo, el acto social concebido como pura arrogancia. Sí, hay personas que son así. He sido testigo.

Así que calladita, que no tienes derecho a nada, salvo a ser invisible. Que la mesa esté puesta, que los gatos mueran, que las esculturas luzcan, que los cojines estén en su sitio, que el verde prado esté inmaculado. Mientras tanto, arréglate la vida, guapa. No llegues tarde que eso de levantarse cuando a uno le da la gana parece que está de moda. Cocina bien. No llegues tarde. No mires mal. Aguanta todo. Incluso la grosería. No vaya a ser que nos arrepintamos y te vuelvas por donde has venido. Extorsión todos los días. Ése va a ser tu sueldo. Y esta historia debería de ser un muy aceptable toque de atención para todos aquellos que se comportan como si fueran dueños de las vidas de aquellos que trabajan para hacerles la existencia mucho más fácil. Como si no pasara nada.

miércoles, 22 de mayo de 2024

USTED PUEDE SER UN ASESINO (1961), de José María Forqué

 

Hoy se presenta "Imprimir la leyenda (500 anécdotas de cine)" en la Librería Ocho y Medio de Madrid (Calle Martín de los Heros, 11), a las siete de la tarde con la asistencia como invitados de la gran Anna Bosch y del enorme Gerardo Sánchez. Estáis todos invitados. Y si no podéis asistir, tranquilos, que en cuanto disponga de las fotos correspondientes, las pondré por aquí. Un abrazo si vais. Si no, también.

Ah, París. Esa ciudad en la que da gusto vivir. Esa ciudad tan propensa a inspirar paz, orden, concierto, monumentos, barrios de leyenda y mujeres de bandera. Tanto es así que dos individuos de mediana edad no dudan en planear una juerga de fin de semana aprovechando que sus dos dilectas esposas se van al chalet de montaña. Los hombres somos así. Tenemos todo lo que queremos en casa, pero siempre vamos a buscar el solomillo fuera. Todo está preparado y en orden, salvo un pequeño detalle. Un facineroso quiere hacerles chantaje y comienzan a aparecer cadáveres. Algo que, seamos sinceros, es bastante difícil de explicar en el caso de que regresen las esposas. Ni que decir tiene que eso es exactamente lo que ocurre porque se les olvidan las llaves del maldito chalet. Y es entonces cuando empiezan los equívocos. No, cariño, si ese cartel picante es porque es bonito. No, amor, si el champán es para vosotras que lo hemos preparado para daros una sorpresa. No, cielo mío, no salgáis a la terraza porque os vais a resfriar y no soportamos veros malitas. El cadáver va y viene y la cosa se va poniendo cada vez más fría. Tanto es así que usted, sí, sí, usted, el que está paseando sus ojos por estas modestas líneas de cine y entusiasmo, también puede ser un asesino.

Dirigida con elegancia y un gran sentido del ritmo por José María Forqué y basada en una obra de teatro de Alfonso Paso, Usted puede ser un asesino es una divertida comedia de enredo y diálogos tropezados con un cuarteto protagonista de auténtico lujo con Alberto Closas, siempre con mucha clase, José Luis López Vázquez, sumergido en su papel de francesito medio, Amparo Soler Leal, divertida como en pocas ocasiones y la maravillosa Julia Gutiérrez Caba, prodigio de miradas y de saber estar hasta tal altura que se llega a pensar que tendría un lugar privilegiado en cualquier altar del cine mundial de haber nacido en otras latitudes. Por allí, por las calles, apartamentos y comisarías parisinas, también pululan Jesús Puente y el extraordinario Pedro Porcel, otorgando textura y secundarios de categoría. El resultado es refrescante, algo atropellado, pero no dejamos de colgarnos en el interior de la puerta del armario para asistir, risueños, a una película cuyo único fin es entretener con dos o tres toques de distinción.

Así que váyanse, señoras, váyanse. No se preocupen. Si luego se olvidan cualquier cosa y tienen que regresar no se extrañen si hay una cubitera preparada y sus maridos se deshacen en cariñitos y carantoñas. Ellos ya lo tienen previsto todo. Incluso un olvido tonto. Quizá por el camino se dejen algún que otro cadáver, pero eso no tiene la más mínima importancia si es por la felicidad conyugal. No hagan caso de la vecina histérica, o del puñetero baúl que deberían haber enviado los esposos con diligencia y aún se halla en el recibidor de casa. Todo obedece a una coartada. Se trata de hacerlas felices en medio del año agotador, repleto de trabajo y compromisos. ¿O es que no quieren ustedes brindar con champán francés sin ningún motivo aparente?

martes, 21 de mayo de 2024

ARLINGTON ROAD (1999), de Mark Pellington

Michael Faraday es el individuo ideal. No es estable emocionalmente y tiene ciertos conocimientos sobre atentados terroristas. Instalarse como vecinos a su lado guarda algunas ventajas porque eso hará que todo parezca mucho más inocente. Al fin y al cabo, una bomba no es un hecho, sino un concepto. Y todo puede ocurrir dentro de la mente de Faraday porque ahí dentro, en el rincón de los pensamientos, se cree lo que realmente se quiere creer. También hay otro factor interesante y es que resulta bastante humillante presentarse ante la policía con sospechas que, luego, se demuestran que no tienen ningún fundamento. El típico loco paranoico que cree que sus vecinos son unos asesinos de masas cuando son el matrimonio ideal, de clase media ligeramente alta, con su jardín, su casa y su coche. Todo lo que el americano común suele desear. Aquí no hay más bombas que las que se cuecen dentro del cerebro de Michael Faraday. Ése es el individuo que, a pesar de sus esfuerzos denodados por creerse a sí mismo como salvador del mundo, resulta más sospechoso.

Contribuye al desequilibrio inherente a Faraday el hecho de que su vida está incompleta. Tiene un niño de nueve años y una pareja, más o menos estable, pero no se atreve aún a dar el paso para iniciar una vida con ella. No ha enterrado algunos traumas del pasado y debe pensar en su pequeño. Por ahí hay una grieta que los Lang, los vecinos de al lado, van a aprovechar y rellenar con sus pasteles, su amabilidad, su sonrisa algo impostada, pero convincente y su encanto de libro de cocina. Los asesinos están en la puerta de al lado y son temibles porque destacan por su sangre fría. Y no se sabe por dónde pueden salir.

Excelente película, muy bien interpretada por Jeff Bridges y Tim Robbins, en la que se pone de manifiesto el juego entre apariencia y realidad, entre lo que se quiere y lo que se debe creer, entre el dolor y la esperanza, siempre huidiza. El guión fue galardonado como el mejor entre los estudiantes de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood y eso dio la oportunidad de rodar esta historia que no deja de ser agobiante y sorprendente, sobre todo porque no deja de manipular al espectador con algunos giros que pueden desembocar en cualquier parte cuando se cree que el horizonte se está despejando. Al menos, se ocupa de dejar bien claro que los malos no tienen que ser necesariamente tontos.

Así que mucho cuidado con la pareja de al lado. Empiezan trayendo una tarta para estrechar las relaciones vecinales y, poco a poco, notas que alguien está royendo tu alma. Demasiados esfuerzos para hacerte parecer lo que no eres para hacerte pagar lo que no haces. Toda la estrategia se basa en la propia debilidad humana y eso es algo que domina especialmente bien todo aquel que quiere acumular un buen puñado de cadáveres dentro de su saco de maldad. El sistema es horrible, pero nunca justifica la pérdida de vidas humanas. ¿O sí?

 

viernes, 17 de mayo de 2024

IMPRIMIR LA LEYENDA (2024), de César Bardés

 

El próximo miércoles, día 22 de mayo, a las 19 horas, se presentará en Madrid este libro, prologado por Gerardo Sánchez, director y presentador de Días de cine, y epilogado por Juan Ramón López, crítico y director de los premios Cinemasmusic. Será en la mítica librería cinematográfica Ocho y Medio, en la calle Martín de los Heros, 11, al lado justo de la Plaza de España y enfrente de los cines Golem y Renoir. Presentarán conmigo el propio Gerardo Sánchez y la periodista Anna Bosch, que debido a la baja de Alejandra Herranz por un problema familiar, se ha ofrecido generosamente, por amistad y pasión, a sustituirla. 

Ha sido un largo camino. Primero, la casualidad que ha abierto puertas desde aquel 30 de marzo de 2020, en pleno confinamiento por la pandemia, cuando, con una taza de café con leche, me decidí a poner una anécdota en la red social Twitter. A partir de ahí, la bola fue creciendo. Comenzaron a llegar seguidores a espuertas mientras yo iba poniendo una anécdota cada día, descansando solo los fines de semana y fiestas de guardar. Primero, tiré de memoria porque me sabía unas cuantas. Seguían creciendo los seguidores. ¿De dónde las sacaba? Tampoco lo sé decir muy bien. Muchas las he oído en conferencias, por boca de José Luis Garcia, o de Antonio Giménez Rico, o del gran Miguel Marías. Otras las leí, aquí y allá, en artículos de El Mundo, o de El País, o de ABC en donde escribía Oti Rodríguez Marchante. Otras las he visto en extras de DVD o en documentales variados. Otras me las contó mi amigo Arturo González-Campos, alguna que otra también mi buen amigo Miguel Rellán, o el catedrático de Historia Miguel Martorell, o el actor Emilio Alonso e incluso recuerdo que una me la contó Gerardo Malla en uno de los dos encuentros que mantuvimos en casa de Miguel Rellán. Cuando son tantas, uno acude a donde puede. 

Sin embargo, eso se acabó cuando llegó el verano. Ya no me acordaba de muchas más y tenía que tirar de otras fuentes. Bueno, ahí está el imdb, todo internet, otras páginas de cine que, a su vez, copian de otras páginas y de otras fuentes. Desde el principio, tuve el presentimiento de que esto se convertiría en un libro. Ah, y para los mal pensados. Sí, es un trabajo eminentemente de recopilación, pero no es una copia. He tenido que reconstruir todas y cada una de las anécdotas para que, al menos, llevaran un sello de autoría. Modesto y despreciable, sí, pero ahí está.

Una editorial se interesó por el asunto. Al principio, el libro iba a constar sólo de 288 anécdotas. ¿Por qué? Bueno, yo había pensado que haciendo pequeños tomos, se podía contar con una especie de clientela fija. Pasó el tiempo y, debido a problemas económicos, la editorial me comunicó que no iba a seguir adelante. Eso me dejaba las manos libres, así que publiqué un anuncio, medio en broma, medio en serio en la red social. La respuesta fue impresionante. Cinco editoriales se pusieron en contacto conmigo para sacar el libro. Me hice querer y elegí la más sólida en mi opinión y no es otra que RBA. 

Tengo que decir que, hasta el momento, creo que he acertado. Están atentos, dan apoyo, tienen puestas ciertas esperanzas en el libro y, en determinado punto del recorrido, me han hablado de segundas ediciones e, incluso, de segundas partes. Todo habrá que verse. De momento, ahí está el libro, con su presentación a la que, ojalá, espero que vaya mucha gente. Tú también. 

El día 1 de junio, estaré firmando en la caseta de RBA todos los ejemplares que me podáis traer, con todo el cariño. De 12 a 14 horas.

Imprimamos la leyenda juntos. Seamos cine.

jueves, 16 de mayo de 2024

HASTA EL FIN DEL MUNDO (2024), de Viggo Mortensen

 

Hay lugares en los que parece que la tierra se niega a ser amiga. En ellos, el polvo construye su guarida con el viento, la dureza es la compañera ideal y los hombres se empeñan en que no haya ningún atisbo de bondad. Enterrar a alguien es penoso, pero lo es aún más si, a cada palada, la tierra repite su enfado de sequedad, de antipatía, de ruido de gravilla sin matices. Además de todo eso, las almas malditas de los que quieren despojar de ley al territorio no tienen piedad, ni comprensión, ni descifran nada más que el solitario disparo de bala de indiferencia hacia la vida. En esa zona inhóspita, sin refugio, un hombre con conciencia llega para construir algo parecido a la tranquilidad al lado de una mujer que no esconde su decepción, pero que derrocha valentía y firmeza. No es país para amar.

La guerra estalla, la mujer tiene que defenderse sola porque ese hombre cree que debe luchar por un país que le ha acogido y que debe desterrar la esclavitud de su conciencia. Y es entonces cuando ocurre algo terrible que hace que ese hombre continúe en guerra aunque tenga una razón para seguir adelante. Aplaza la beligerancia. Intenta la integración llevado por su participación en el frente, trata de que haya algo que merezca la pena en ese lugar de nada y odio. Cuando pierde lo que más quiere, seguirá las huellas para librar un último duelo. Luego, sólo quedará el mar. Sólo las olas. Sólo el agua. Solo…

Es una hermosa historia la que cuenta Viggo Mortensen delante y detrás de las cámaras. A pesar de la tristeza de una aventura que es vivir, destila algo de integridad moral que no escapa a su interpretación de hombre que hace lo que tiene que hacer, sin más ataduras que el cariño. Los sentimientos, en ese mar de polvo, no tienen cabida y él no los muestra, pero, en todo momento, sabemos que los tiene. Al final, parece que quiere remitirnos a Los cuatrocientos golpes, de François Truffaut, con una mirada de esperanza hacia un horizonte que parece no tener final aunque sí atardecer. En algunos pasajes, la película languidece, con una lentitud algo forzada y se echa de menos un poco más de pulso narrativo, de energía, de puño en la mesa y cambio de tambor en el revólver. No hay ninguna duda de que su interpretación, introvertida y sugerente, es uno de los principales haberes de esta historia junto a la poderosa presencia de Vicky Krieps, que otorga el contrapunto de mujer fuerte y, a la vez, sin renunciar a la dulzura. Excelente también Danny Huston en las pocas escenas en las que aparece, escondiendo detrás de la mirada terceras intenciones. Lo cierto es que no es despreciable nada de lo que se ve, pero necesita algo más de brío.

Más allá de todo eso, hay que detenerse en el retorcimiento de algunas actitudes que hacen que esa áspera tierra que se erige también como protagonista, sea mucho más dura y difícil de lo que ya espeta en las suelas de las botas desgastadas. Más vale dejarlo todo para que el cambio sea completo porque hay vidas que se merecen nuevos comienzos. Si no, el camino de la supervivencia se va a hacer demasiado largo y complicado. El fin del mundo está allí, más allá de las montañas, mucho más allá de los estampidos provocados por los rifles e infinitamente más lejos que las horcas arbitrarias que balancean los cuerpos como avisando de que es mejor no visitar determinados parajes de muerte y desolación. En la profunda mirada de Mortensen encontramos al hombre que nunca pierde la esperanza aunque conozca sobradamente la decepción y el sufrimiento. En los decididos ojos de Vicky Krieps hallamos todas las razones para levantarse al día siguiente para empezar de nuevo. A veces, merece mucho la pena.

martes, 14 de mayo de 2024

ALARMA: CATÁSTROFE (1978), de Jack Gold

 

Mañana, día de San Isidro y festivo en Madrid, no habrá artículo. Retomamos ya hasta verano el ritmo habitual a partir del jueves 16 de mayo. Id al cine, lo digo siempre, pero no me hacéis caso...

Sólo pensar en que un avión se estrelle es suficiente como para que pase. Es un poder terrible que no siempre es fácil de dominar porque, al fin y al cabo, presos de la rabia a consecuencia de cualquier revés vital, podemos desear el mal a alguien, o querer que se suba a un aeroplano y se estrelle, o que se ahogue en un accidente algo inexplicable, o cualquier otra desgracia. Eso es lo que le ocurre a un escritor que va sembrando la catástrofe con sólo pensarla. Bah, un loco, podemos pensar. Sí, es verdad. Sin embargo, cuando ese escritor aparece con la cabeza destrozada, un honesto inspector de policía en intercambio con la Sureté francesa empieza a investigar. El tipo lleva con esa maldición toda su vida. No se sabe muy bien el momento en el que fue consciente de su poder, pero lo cierto es que lo ha desarrollado hasta límites obscenos. Tiene la facultad de decidir sobre la vida y la muerte de las personas que le rodean y quiere ir al psiquiatra para controlar del todo esa terrible capacidad que posee.

Con un psiquiatra se dicen un buen puñado de verdades si se quiere llegar al fondo del asunto. Y entonces, en este caso, la doctora decide que es el momento de actuar, de hacer algo realmente bueno. El escritor lleva un peso moral encima que no se puede quitar porque es consciente de que mucha gente ha muerto y lo peor es que cada vez le importa menos que mueran. La telequinesis es muy fuerte en él y el inspector francés apenas puede creer todo lo que rodea el caso. El hombre desea. El hombre mata. El hombre provoca la catástrofe. Un avión cae. Una abadía se derrumba.

El tiempo ha pasado ya sobre esta extraña película de coproducción anglo-franco-americana con protagonistas tan dispares como Richard Burton, Lino Ventura y Lee Remick. La dirección de Jack Gold es casi televisiva y no cabe duda de que el argumento es absorbente e interesante, pero su estética ha quedado anticuada y todo se reduce a un cuento bastante increíble que, en su momento, debió de tener una cierta repercusión al amparo de la moda sobre la telequinesis que desató una película como Carrie y que luego tuvo su continuación en otras como La furia, Ojos de fuego o La zona muerta. El resultado es confuso, a pesar de que está bien interpretada y de que Lino Ventura no desentona entre tanto nombre ilustre, porque el argumento está lleno de puntos atractivos y la realización es torpe, como hecha por un estudiante que no tiene demasiada idea de la composición de planos y de la naturalidad en las reacciones. Todo es exagerado y múltiple, y en cada secuencia inexplicable, existe una conferencia detrás. Quizá es una de esas películas que, con una revisión seria, ganaría con una segunda versión protagonizada por intérpretes a la misma altura.

Así que tengan mucho cuidado con desear el mal. Puede que, en algún momento, algo se desate en la mente y se haga realidad todo lo que han querido que pase. A eso se le llama el toque de la Medusa… ¿Quieren tenerlo?

viernes, 10 de mayo de 2024

DESDE EL INFIERNO (2001), de Albert y Allen Hughes

 

El infierno está empedrado con pavés. Sus calles son húmedas y lóbregas. Y, de vez en cuando, una bocanada de calor sale de alguna puerta furtivamente abierta de un bar. El olor a sexo y a basura se amontona en la nariz mientras se hiere la niebla de la medianoche. El frío se instala en los huesos porque se prostituyen en busca del mejor cliente. La noche parece interminable y el día no es mucho mejor. El aliento a cerveza rancia y alcohol inunda el vaho de los transeúntes. La sangre va a correr en ese infierno que ha emergido en un rincón de Londres y que se llama White Chapell. El diablo no va a ser otro que Jack el Destripador. Y allí, donde la perdición se pierde en un callejón sin salida abocando a todos a un final de desesperación, todo parece fundirse en una extraña mezcla de verdad, alucinación, sueño y crimen.

Quizá un inspector con pequeñas visiones de horror tenga la llave para detener las infernales carnicerías que se llevan a cabo en esas calles llenas de suciedad física y moral. Puede que a su lado, también haya un fiel amigo que, al fin y al cabo, será el único que derramará lágrimas cuando nadie más esté cerca. Puede que no se realizaran todos los asesinatos que han pasado a la historia. Puede que Jack el Destripador fuera un individuo que mataba en nombre de evitar males mayores. En su opinión, claro. Las víctimas sólo pudieron disfrutar de un racimo de uvas frescas, la expectativa de ganar un dinero fácil y salir durante unos instantes de esas calles impregnadas de miseria. Lo demás fue sólo muerte y ensañamiento. Así es como matan los caballeros. Sacando las entrañas. Con guante blanco y bisturí. Y, si es necesario, colaborando con la policía.

Con muchos puntos de contacto con la aún superior Asesinato por decreto, de Bob Clark, con Sherlock Holmes investigando los crímenes de White Chapell bajo el rostro de Christopher Plummer, los hermanos Hughes hicieron una valiosa película con su descripción de ambientes, su atención a los actores, especialmente en la contención de Johnny Depp y en la profundidad entrañable de Robbie Coltrane. El resultado es una película inquietante, algo amarga, atractivamente misteriosa y con ciertos elementos policíacos en los que se introduce la capacidad de anticiparse a los horrendos crímenes que tuvieron lugar en 1888. Incluso, en un homenaje espectacular, los hermanos Hughes se detienen en la figura de John Merrick, personaje que John Hurt interpretó de forma magistral en El hombre elefante, de David Lynch. Así se completa el retrato de una época de humillación y búsqueda con el telón de fondo más sangriento.

Así que, tal vez, sea el momento de mirar siempre al otro lado de la esquina, de no dejar que se acerquen los caballeros bien vestidos que bajan del coche por un estribo muy particular, de aumentar la vigilancia policial porque las prostitutas, aunque no son nada, también merecen algo de protección, de darse una vuelta por los callejones donde abundan tantos perdedores y de creer que el hecho de que nunca se capturase a Jack el Destripador obedeció a razones estrictamente de seguridad. Sí, a veces, los encargos llegan demasiado lejos...

jueves, 9 de mayo de 2024

MISIÓN HOSTIL (2024), de William Eubank

 

Todos los que nos hemos acercado alguna vez a una sala de cine podemos enumerar las veces en las nos ilusionamos con el inicio de una película, con su desarrollo, hasta que, en determinado momento, toda la historia cae en picado porque contiene un giro bastante increíble, que no tiene nada que ver con lo que se ha visto antes. Es como si los guionistas se hubieran cansado de escribir y, con la anuencia del director, se torpedeara todo con premeditación y alevosía, dejando algo que era, cuando menos, aceptable en algo bastante despreciable.

Eso es lo que le pasa a esta película de William Eubank. Comienza bien, con una acción de comando basada en un rescate que sale rematadamente mal por un imprevisto y que, de alguna manera, en su primera mitad se parece bastante a la notable El único superviviente, de Peter Berg y a la excelente Bat 21, de Peter Markle. Sin embargo, desde el mismo instante en que el protagonista cae prisionero, todo deja de tener interés porque se introduce una escena bastante insospechada y la historia desanda sus pasos y vuelve hacia atrás sólo para introducirse en lo sórdido y en la algo torpe creación de un suspense basado en el segundero.

Sin duda, los momentos más brillantes no están en las escenas de acción, aunque hay algunas de mérito y otras resueltas de forma notablemente mediocre. Pertenecen a Russell Crowe en la piel de ese capitán que se convierte en los ojos del cielo que presencian la huida del superviviente de la misión del título. Por supuesto, con su cobertura correspondiente y su insubordinación preceptiva. No obstante, la película se queda en apenas nada con toda esa segunda mitad oscura, desagradable y menos que regular que contrasta notablemente con algunas escenas a cámara lenta de mérito, con sentido estético y narrativo y con un desarrollo coherente que se va todo hacia el caos sin más razón que la falta de inspiración.

Así que no olviden ser competentes en las tareas encomendadas, por mucho miedo o vacilación que anide en su interior. Sólo de ese modo es como se obtiene el respeto de los que comparten misión y objetivo. Comuníquense, hagan lo necesario para que nada puede truncar el alcance de la meta. Los profesionales, generalmente, están en la sombra, esperando un elogio que no llega, creyendo que alguien, en algún lugar, está apreciando lo que hacen. Al final, un baile será algo alegre en un día de emboscadas en el que sólo se ha apreciado el cambio y corto de unas órdenes dadas de forma breve, pero enormemente precisa. Puede que los que se opongan a la consecución del éxito sean aplastados por otros aún más temibles. Puede que una explosión sea la caballería que se espera como el aire en el agua. Puede que nada sirva de nada o que sea algo cínico la contraposición entre lo que se vive y lo que se sobrevive. ¿Qué más da? Todo dependerá de un segundo, de una carrera, de estar en el sitio adecuado en el momento más oportuno, de tener la palabra justa para sentir que no se está solo en medio de la jungla, o sintiendo el calor de unas bombas incendiarias. Cambio y corto. Cambio y corto. Coordenadas de ataque. Apártense, la juerga va a ser de campeonato.

Y allí, en algún lugar de ninguna parte, con los cuerpos magullados y la moral maltrecha porque la vida se ha encargado de entregarse a la muerte, habrá un saludo para alguien que no se conozca sólo porque ha sido capaz de hacer todo para que no ocurra nada. Todo tiene mucho sentido. Incluso la estupidez de una misión hostil en medio de una guerra que no se reconoce.

miércoles, 8 de mayo de 2024

LA CENTINELA (1977), de Michael Winner

 

Lo anunciaré con más detalle en cuanto tenga la invitación preparada por la editorial, pero presentaré mi libro "Imprimir la leyenda (500 anécdotas de cine)" el próximo día 22 de mayo, miércoles, en la Librería Ocho y Medio. Los copresentadores serán Gerardo Sánchez, director de Días de Cine, y Alejandra Herranz, gran periodista y presentadora del telediario del mediodía de la 1. La cita es a las 19 horas. Os espero a todos allí.

Una modelo de alta costura se muda a un apartamento en pleno centro de Manhattan. En un principio, todo va bien. El barrio es bueno, algo bohemio, con ese ambiente tan particular de unas calles que parece que hemos vivido siempre a través del cine. Sin embargo, la realidad se tuerce. Extrañas visiones. Algún que otro problema físico. Pesadillas. Sus vecinos comienzan a parecer monstruos. Y recuerdos que nunca existieron parecen estar aflorando en una memoria que parece que no es la suya. Es todo muy raro. Como si esa realidad que tanto le había gustado, le enseñase el lado más oscuro, más feo de todo. Es como, si de alguna manera, ella viviese en las mismas puertas del infierno.

Puede que la frustración para vivir en pareja tenga algo que ver y esa carencia hace de ella la candidata idónea para el puesto de centinela. Lleva dos intentos de suicidio a cuestas y ha dejado cualquier atisbo de fe atrás porque siente que está sola, aunque haya alguien que quiere vivir con ella a toda costa. Un sacerdote ciego es el único que comparte vivienda en todo el edificio y una fiesta de muertos con la excusa de un gato es un aviso de lo que puede estar esperando.

Notable película que quedó eclipsada en los años setenta por el éxito incomparable de El exorcista, de William Friedkin; y La profecía, de Richard Donner, quedándose como la hermana pequeña de estos títulos a la que nadie ha hecho caso cuando, en realidad, tiene un reparto impresionante que incluye nombres como Ava Gardner, Burgess Meredith, Chris Sarandon, Arthur Kennedy, José Ferrer, Sylvia Miles, Beverly D´Angelo, Eli Wallach, Martin Balsam, Christopher Walken, William Hickey, Tom Berenger, Jeff Goldblum y el inquietante clérigo interpretado por John Carradine. El protagonismo es para una excelente Christina Raines en el que es el mejor papel que ha hecho nunca para el cine. La dirección corre a cargo de Michael Winner y el resultado es una película enormemente inquietante, a la que le cuesta trabajo coger ritmo, pero que llega a tener momentos realmente oscuros, alejados del susto, pero enormemente incómodos, con multitud de elementos psicológicos que parecen saltar alrededor del entendimiento y, quizá, con un final que no está demasiado en consonancia con la sobriedad del resto de la película.

La tensión se nota en las piernas en determinadas situaciones y, en ellas, siempre suele estar el hombre que lleva el alzacuellos y no ve. Éste apartamento puede ser uno de los mayores portales de entrada en el infierno, pero el cura, por mucha inquietud que llegue a despertar, tiene una misión muy importante que cumplir. Los diablos y los arcángeles se agolpan al otro lado de la puerta. En esa atmósfera bizarra se pueden apreciar espíritus del otro lado del océano como los de Mario Bava o Darío Argento y en algún momento se mezcla la realidad con la fantasía, fruto, en la mayoría de las ocasiones, de todas las frustraciones y traumas que todos llevamos encima, porque, al fin y al cabo, esas deben ser las maldiciones que el Diablo descarga sobre todos nosotros, redactando una carta muy personal para cada caso. El Diablo es tan sabio que adecúa el mal a las características de cada uno.

martes, 7 de mayo de 2024

LA IRA DE DIOS (1972), de Ralph Nelson

 

Quizá, en algún lugar del México más pobre, haya un sacerdote que lleve una navaja dentro de un crucifijo. Intentar arrebatar el poder a los terratenientes sólo con una sotana, se antoja como algo casi imposible porque, por supuesto, los más ricos son los que más hacen gala de una doble moral. Sin embargo, ahí está el Padre Oliver Van Horne, un individuo extraño que utiliza la violencia y también la piedad. Se alía con gente extraña para lograr sus objetivos y no tiene ningún problema en derramar sangre si la ocasión lo requiere. Al mal se le combate con el mal…y una parte de bien. El poder es el camino más corto hacia la locura y esa sotana implacable va a poner las cosas en su sitio con la ayuda de un par de aventureros. Misa, comunión y balas. Todo junto. Sólo así se podrá entender su mensaje.

No cabe duda de que la película es entretenida, aunque, en algún momento, se note una cierta prisa por hacerla debido, muy probablemente, a limitaciones presupuestarias, pero no deja de ser atractiva la idea de colocar a un sacerdote que reparte bondad y ánimo con una pistola al cinto. Robert Mitchum, desde luego, es el actor ideal para llevar a cabo tales tareas sin resultar ridículas y podemos ver a la devota Rita Hayworth en su último papel para el cine arrodillándose y rezando para que acabe la tiranía de los de siempre. Ralph Nelson, que, sin duda, tiene un puñado de películas muy competentes, no ahorra crítica hacia la iglesia, a la que considera aprovechada e inoperante y, por el camino, construye una cinta de aventuras que consigue el aprobado, sin llegar en ningún momento a algo más.

Y es que, como dicen las Santas Escrituras, “mía será la venganza” y a ello se aplica el Padre Van Horne porque, al fin y al cabo, la Biblia es un libro santo, pero también está repleto de sangre, de promiscuidad, de rencores, de días teñidos de malas ideas. Es establecer un reino con la ira de Dios y, en algunos lugares, hace bastante falta. Allí, en un pueblo repleto de polvo y beaterío, también es necesario que Dios se aparezca de alguna forma y que dé su merecido a los que tanto mal causan porque eso, se quiera o no, consuela a los afligidos. Más tarde, recibirán su castigo divino en los cielos, pero que algo se lleven de este valle de lágrimas que cada vez se inunda más con la pena y la impotencia.

La revolución, en muchas ocasiones, no está exenta de humor aunque no sea más que una fulana que se va con el primero que pasa. Y la irreverencia es una debilidad humana que debe ser tolerada porque, al fin y al cabo, el desenfado es algo que agrada a Dios, aunque sea a su costa. Nada mejor que un alzacuellos para guiar los destinos de la gente humilde, por mucho que sea algo equívoco en sus acciones y reacciones. Se trata de acercarse a los que ruegan y dejar que algo de satisfacción se guarde en ese alma que, con tanta paciencia, Dios espera.