Herbert Herbert
Heebert, así se llama el pavo, ha entrado a trabajar en una residencia para
señoritas. Es torpe, aunque no tanto como se cree. Es bueno, porque su paciencia
merecería estar honrada en los altares. Es servicial, porque le encanta
sentirse útil. Mientras tanto, las chicas le marean, le encantan, le persiguen,
le encargan todo tipo de encomiendas y él va de arriba abajo por esas
interminables escaleras de la residencia, rápido, dispuesto, siempre alerta.
Ah, y sin olvidar dar de comer a Baby, que es la mascota. Aunque no se sabe muy
bien de qué tipo. El caso es que por allí pasan todo tipo de individuos con
afanes no demasiado honestos, queriéndose llevar a las chicas a cenar y a lo
que surja, y Herbert es como un perro guardián que debe oficiar las veces de
tía metomentodo y asegurar la inocencia de sus protegidas. Luego, por supuesto,
no hace más que cometer torpezas cuando hay millones de ojos mirando, pero eso
es un pecado que se le perdona con facilidad. Él es muy amable. En realidad, a
pesar de sus andares desgarbados y su difícil habilidad, es adorable.
Llega a ser
sorprendente comprobar la tremenda pericia que exhibe Jerry Lewis como director
en esta película en un aspecto que se suele destacar poco en el cine. En esta
ocasión, el decorado es extraordinario, y el movimiento de cámara que pone en
juego Lewis es magistral, yendo de una habitación a otra de esa residencia,
subiendo y bajando los escalones alfombrados de rojo en uno de los mayores
decorados interiores que se han construido nunca en unos estudios. Lewis, en un
alarde que casi se puede considerar como sello propio, pone en juego una
especie de número musical en el que el único baile es el paseo que se dan unos
y otros, presenta de forma ágil, divertida y tremendamente hábil ese decorado
que va a ser, prácticamente, el escenario único de las andanzas del pobre
Herbert Herbert, un chico que, en el fondo, lo único que quiere es sentirse
útil.
Así que hay que prepararse para que ocurra cualquier cosa, para una dirección preclara, para algunos gags realmente destacables, con la intervención de Mel Brooks en el guión de forma no acreditada pues la idea original partió de él, con la música como acompañante, con el buen humor de cierta clase porque, por una vez, aunque haya momentos típicos del Lewis más irritante, también hay humor sugerente y bien llevado. Así que, niñas, al salón. Herbert nos va a servir una cena de cierto interés que hace que las chicas que vivan en esa residencia no olviden al tipo más maravilloso que se puedan encontrar. Su nombre, aunque parezca mentira, es Herbert Herbert Heebert, así que es mejor que empecéis a llamarlo como Herbie. Es el terror de las chicas, pero no porque las conquiste sino porque todas lo quieren terroríficamente como el chaval más ideal para contarle problemas, hacerle encarguitos, ponerle en dificultades y reírse un rato.