En plena guerra fría, cuando el miedo sobrecogía a una Tierra que permanecía en vilo, un extraterrestre con forma humana llamado Klaatu llega a nuestro planeta para hacer una seria advertencia: o dejamos de utilizar la energía atómica para fines bélicos o las consecuencias serán terribles. Hoy en día, este ultimátum aún parece una auténtica ficción sacada de nuestra propia realidad. Quizá esa sea la diferencia entre los seres humanos y los del espacio exterior. Los humanos jamás aprenden. Siempre habrá un peldaño más que subir en la escalada de la violencia. Klaatu convive un par de días con los terrícolas y se ríe de una raza de enorme simpleza, incapaz de aprender rápido, atascada en primitivos problemas de rencillas de poder mientras ahí fuera hay infinidad de estrellas esperando.
Pero entre todo ese bosque de absoluto provincianismo interplanetario, Klaatu aún puede observar la belleza de algunas cosas. De un niño que está en estado de permanente alerta presto a aliñar con fantasía una realidad que no acaba de gustarle…quizá porque no tiene padre. De una mujer que cree, que quiere creer que hasta el ser más gris habita este planeta por algo, que destila hermosura en un corazón que no duda en arriesgar, que desprecia el fácil reclamo de la fama ganada por oportunismo (hoy en día, esta mujer tendría mucho desprecio dentro de sí) y que ella, como el paisaje que observa Klaatu desde su nave espacial dirigida a cientos de miles de kilómetros por hora alrededor de la Tierra, también es algo que merecería la pena salvar. Igual que unas palabras de libertad. Igual que un equilibrio cósmico establecido y sujeto por las manos de la creación, antónimo de destrucción…
Ultimátum a la Tierra, de Robert Wise, con Michael Rennie y Patricia Neal, una fábula de ciencia-ficción que aún hoy impresiona por su actualidad y por intentar ver con ojos de fuera un mundo que no merece ser pisado por el ser humano. Y seguimos sin respetar ese ultimátum. Klaatu barada nykto…Un día habrá un Gort que no escuche esas palabras y entonces todo saltará por los aires por un fanatismo asesino, por una insensibilidad capitalista, por una disputa hegemónica, por la caída de un imperio o por la recalcitrante estupidez congénita de la humillante raza humana.