Nancy Meyers es una de esas directoras y guionistas que tienen una cierta fama de idear puntos de partida muy atractivos para, más tarde, ir flojeando en pegada hasta acabar en la categoría de meras comedias un tanto intrascendentes y en esta ocasión, confirma con creces su reputación. A su favor, eso sí, está una actriz inmensa, divertida, sensata, comedida, indecisa y con todo el climaterio en oleadas de sofoco y en estado de reforma como Meryl Streep, inmensa, creíble, actriz.
Los demás activos de la película no pasan de ser los de una comedieta que te hace pasar un rato sin más de cualquier tarde perdida y con un tipo que empieza a merecer un seguimiento cercano como es John Krasinski (al que ya vimos como estupendo protagonista de Un lugar donde quedarse, de Sam Mendes), cuarto papel en importancia de la película, que tiene a su cargo secuencias verdaderamente divertidas. Alec Baldwin intenta poner algo de profundidad en una mirada que, en tiempos, fue muy delgada, y Steve Martín es incapaz de poner algo de chocolate a un croissant que es más bien soso.
Así que Meyers, abundando en sus preocupaciones para trazar un retrato del mundo de indecisiones, dudas, cambios de opiniones e incompatibilidades femeninas, nos deja un relato que no pasa de la mera sonrisa, del chiste que no es tan fácil de contar y de ese regusto vengativo que deja un climaterio que pasa por igual a hombres y a mujeres. Al fin y al cabo, todos los que nos hemos acercado a esa peligrosa edad de la cincuentena comenzamos a tener conciencia de que no todo es tan divertido como antes, de que la edad de hacer locuras sólo merece una mirada nostálgica, de que la juventud nos hace ser más duros y de que la madurez nos convierte en carnes caídas y barrigas vergonzantes para acabar creyendo que hemos desperdiciado la mayor parte de nuestras vidas en la búsqueda de una felicidad que, sin saberlo, ya teníamos entre las manos y que hemos dejado escapar de la manera más tonta.
Eso sí, puede que no sea tan fácil volver a fumar lo prohibido en un momento no demasiado oportuno o que consideremos que lo que antes era aburrido, monótono y conflictivo ahora sea divertido, diferente y abrumadoramente excitante. Espejismos que el calor de ese climaterio emana y que nos hace ver lo que anhelamos pero que no es más que otro medio para poner la vida patas arriba con el riesgo egoísta del daño que se puede hacer a los demás. A la vejez, viruelas pero es que tal vez a esas edades lo que se necesita es un poco de orden y sensatez.
Por lo demás, alguna broma jocosa por allí, las intervenciones ingeniosas de Krasinski como un futuro yerno que quiere mucho a los que van a ser suegros, el trauma nunca superado de un divorcio que siempre es culpa de dos por mucho que nos empeñemos en ver sólo a un reo, la tranquilidad de una lluvia como símbolo del volver a empezar o la aparición de una soledad que siempre ronda a los que queremos que nos amen, incluso forzando las tuercas de los besos. Lo demás es un poco de conversación insulsa por allí, unas ligeras gotitas de emoción por allá, escenarios agradables, vidas envidiables, ambientes calientes, niños que se pasan de listos, listos que se comportan como niños, un poco de arquitectura para una vida que se desmorona por lo inesperado, platos bien barnizados para parecer muy apetitosos, maledicencias de las amigas cotorras, alguna copa de más, alguna que otra risa de menos, el redescubrimiento del sexo a los cincuenta y tantos y la seguridad absolutamente comprobada de que, detrás de todo ello, se encuentra la palabra cine escrita en el rostro de esa impresionante actriz, que saca oro puro de un pastel, y que se llama Meryl Streep. Por ella, yo pasaría un climaterio sitiado por albañiles.
Así que Meyers, abundando en sus preocupaciones para trazar un retrato del mundo de indecisiones, dudas, cambios de opiniones e incompatibilidades femeninas, nos deja un relato que no pasa de la mera sonrisa, del chiste que no es tan fácil de contar y de ese regusto vengativo que deja un climaterio que pasa por igual a hombres y a mujeres. Al fin y al cabo, todos los que nos hemos acercado a esa peligrosa edad de la cincuentena comenzamos a tener conciencia de que no todo es tan divertido como antes, de que la edad de hacer locuras sólo merece una mirada nostálgica, de que la juventud nos hace ser más duros y de que la madurez nos convierte en carnes caídas y barrigas vergonzantes para acabar creyendo que hemos desperdiciado la mayor parte de nuestras vidas en la búsqueda de una felicidad que, sin saberlo, ya teníamos entre las manos y que hemos dejado escapar de la manera más tonta.
Eso sí, puede que no sea tan fácil volver a fumar lo prohibido en un momento no demasiado oportuno o que consideremos que lo que antes era aburrido, monótono y conflictivo ahora sea divertido, diferente y abrumadoramente excitante. Espejismos que el calor de ese climaterio emana y que nos hace ver lo que anhelamos pero que no es más que otro medio para poner la vida patas arriba con el riesgo egoísta del daño que se puede hacer a los demás. A la vejez, viruelas pero es que tal vez a esas edades lo que se necesita es un poco de orden y sensatez.
Por lo demás, alguna broma jocosa por allí, las intervenciones ingeniosas de Krasinski como un futuro yerno que quiere mucho a los que van a ser suegros, el trauma nunca superado de un divorcio que siempre es culpa de dos por mucho que nos empeñemos en ver sólo a un reo, la tranquilidad de una lluvia como símbolo del volver a empezar o la aparición de una soledad que siempre ronda a los que queremos que nos amen, incluso forzando las tuercas de los besos. Lo demás es un poco de conversación insulsa por allí, unas ligeras gotitas de emoción por allá, escenarios agradables, vidas envidiables, ambientes calientes, niños que se pasan de listos, listos que se comportan como niños, un poco de arquitectura para una vida que se desmorona por lo inesperado, platos bien barnizados para parecer muy apetitosos, maledicencias de las amigas cotorras, alguna copa de más, alguna que otra risa de menos, el redescubrimiento del sexo a los cincuenta y tantos y la seguridad absolutamente comprobada de que, detrás de todo ello, se encuentra la palabra cine escrita en el rostro de esa impresionante actriz, que saca oro puro de un pastel, y que se llama Meryl Streep. Por ella, yo pasaría un climaterio sitiado por albañiles.
Con este artículo quiero desear a todos los que visitan estas páginas un feliz año nuevo y que cada día se convierta en una fiesta que, a buen seguro, todos merecemos. Feliz Año Nuevo.