El infierno está
empedrado con pavés. Sus calles son húmedas y lóbregas. Y, de vez en cuando,
una bocanada de calor sale de alguna puerta furtivamente abierta de un bar. El
olor a sexo y a basura se amontona en la nariz mientras se hiere la niebla de
la medianoche. El frío se instala en los huesos porque se prostituyen en busca
del mejor cliente. La noche parece interminable y el día no es mucho mejor. El
aliento a cerveza rancia y alcohol inunda el vaho de los transeúntes. La sangre
va a correr en ese infierno que ha emergido en un rincón de Londres y que se
llama White Chapell. El diablo no va a ser otro que Jack el Destripador. Y
allí, donde la perdición se pierde en un callejón sin salida abocando a todos a
un final de desesperación, todo parece fundirse en una extraña mezcla de
verdad, alucinación, sueño y crimen.
Quizá un inspector con
pequeñas visiones de horror tenga la llave para detener las infernales
carnicerías que se llevan a cabo en esas calles llenas de suciedad física y
moral. Puede que a su lado, también haya un fiel amigo que, al fin y al cabo,
será el único que derramará lágrimas cuando nadie más esté cerca. Puede que no
se realizaran todos los asesinatos que han pasado a la historia. Puede que Jack
el Destripador fuera un individuo que mataba en nombre de evitar males mayores.
En su opinión, claro. Las víctimas sólo pudieron disfrutar de un racimo de uvas
frescas, la expectativa de ganar un dinero fácil y salir durante unos instantes
de esas calles impregnadas de miseria. Lo demás fue sólo muerte y ensañamiento.
Así es como matan los caballeros. Sacando las entrañas. Con guante blanco y
bisturí. Y, si es necesario, colaborando con la policía.
Con muchos puntos de
contacto con la aún superior Asesinato
por decreto, de Bob Clark, con Sherlock Holmes investigando los crímenes de
White Chapell bajo el rostro de Christopher Plummer, los hermanos Hughes
hicieron una valiosa película con su descripción de ambientes, su atención a
los actores, especialmente en la contención de Johnny Depp y en la profundidad
entrañable de Robbie Coltrane. El resultado es una película inquietante, algo
amarga, atractivamente misteriosa y con ciertos elementos policíacos en los que
se introduce la capacidad de anticiparse a los horrendos crímenes que tuvieron
lugar en 1888. Incluso, en un homenaje espectacular, los hermanos Hughes se
detienen en la figura de John Merrick, personaje que John Hurt interpretó de
forma magistral en El hombre elefante,
de David Lynch. Así se completa el retrato de una época de humillación y
búsqueda con el telón de fondo más sangriento.
Así que, tal vez, sea el momento de mirar siempre al otro lado de la esquina, de no dejar que se acerquen los caballeros bien vestidos que bajan del coche por un estribo muy particular, de aumentar la vigilancia policial porque las prostitutas, aunque no son nada, también merecen algo de protección, de darse una vuelta por los callejones donde abundan tantos perdedores y de creer que el hecho de que nunca se capturase a Jack el Destripador obedeció a razones estrictamente de seguridad. Sí, a veces, los encargos llegan demasiado lejos...
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