Sin duda, Raoul Walsh es uno de esos extraordinarios directores capaces de sacar oro puro de cualquier historia a través de una perfecta medición del tempo cinematográfico. No en vano es uno de los mejores directores de acción de toda la historia (una de las películas más trepidantes que he visto en mi vida es Jornada desesperada, de técnica reprochable, pero de ritmo impresionante). El caso es que, siendo un director que trabajaba exclusivamente por encargo, llegó a dominar todos los resortes de la narrativa y, si bien hizo cosas insalvables, también llegó a realizar verdaderas obras maestras como Al rojo vivo o la maravillosa El mundo en sus manos.
En esta ocasión, el propio Jack Warner le pidió encarecidamente a Walsh que del libro de Leon Uris en el que se basa la película, sacara algo muy taquillero. Y uno de los tuertos más geniales que haya dado nunca el cine (recordemos esa hermandad de tuertos de la que forman parte John Ford, Raoul Walsh, Fritz Lang y Nicholas Ray) realizó una espléndida película sobre unos soldados debatiéndose entre el amor y la guerra, eterno dilema de raza humana, que, a pesar del tiempo transcurrido, no ha quedado anticuada ni un ápice.
Aún así, Walsh, cuando leyó el guión, no dudó en afirmar que “Más allá de las lágrimas es un producto auténtico que merece la pena dirigir” y para ello contó con los actores solicitados por él que, a pesar de ser una mercancía fabricada mirando a la taquilla, no eran ninguno de ellos auténticas estrellas. Bien al contrario, eran actores sólidos, de gran reputación teatral que, todos juntos, se convertían en un maravilloso reparto de un profundo ensamblaje repleto de sentimientos puestos en juego por todos y cada uno de ellos. Ninguno de los elegidos supo estar por debajo de lo esperado y si digo sus nombres, a buen seguro, puede que sean auténticos desconocidos pero, aún así, es el elenco soñado por cualquier director que sabe lo que se hace detrás de una cámara y que ha visto mucha, mucha representación encima de un escenario, verdadera madre del cordero del arte de la interpretación, y que es lo que necesitaba para poner en juego una variada gama de sentimientos en ese tablero alargado de fotogramas.
De hecho, no en vano, la película resultó ser un gran éxito en el momento de su estreno así que la elección de Van Heflin, Aldo Ray, Mona Freeman, Nancy Olson, James Whitmore, Raymond Massey, Tab Hunter, Dorothy Malone y Anne Francis debió de ser muy aplaudida en su día…lástima que la memoria sea tan corta y nadie haya reivindicado la hermosura de todos estos nombres proyectados en una pantalla de cine.
Además de todo ello, el dominio de sentimientos, de desgracias y penalidades que inundan esta espléndida muestra de la dirección de un maestro de maestros como Raoul Walsh, le proporcionó la oportunidad de dirigir, cinco años después, la adaptación de la celebérrima novela de Norman Mailer Los desnudos y los muertos que recuerda lejanamente a ésta.
Así pues, si queremos asistir a la descripción de la verdadera pasta de la que están hechos aquellos que se baten en las trincheras, es hora de agazaparnos tras el sofá y ver esta película de un hombre que, por su ojo bueno, sabía mirar muy bien por la cámara.