jueves, 28 de septiembre de 2023

EL SUPERVIVIENTE DE AUSCHWITZ (2023), de Barry Levinson

 

Todo judío que vivió en un campo de concentración lleva en su conciencia el pecado de la supervivencia. Harry Haft, además de eso, sabe también que su vida se debe a que sirvió de entretenimiento a la oficialidad mientras tumbaba en la lona con sus puños a otros judíos que acababan muertos por el imperdonable error de la derrota. Ahí curtió su carne y la dejó tan entumecida que llegó a no sentir nada. Y no sólo por los golpes brutales que recibía o por la sangre que derramaba. Su personalidad quedó marcada por el vacío, por la justificación de que todo era necesario si quería seguir respirando.

Los años pasan y Haft debe seguir luchando encima del cuadrilátero porque no se le da mal y porque así es posible que su nombre llegue a los ojos y oídos de aquella que se llevó su corazón. Siente que está viva y pelea por ella. Es lo que le mantiene en pie cuando los martillos contrarios machacan sus cejas y sus pómulos. Sólo cuando el tiempo pasa y consigue rehacer su vida en algo lejanamente parecido a la felicidad es cuando comienzan las pesadillas sobre lo que tuvo que hacer, sobre las existencias que aplastó y sobre unas heridas que nunca llegaron a cerrarse del todo.

Barry Levinson, director mítico de películas como Rain man o La cortina de humo, ha querido volver con fuerza después de un largo paréntesis de oscuridad repleto de mediocridades. Se aprecia lo buen director que llegó a ser durante la primera mitad de la película, con momentos realmente brillantes, bien llevados y llenos de interés, pero en el mismo instante en el que el protagonista cuelga los guantes y trata de encontrar un sendero normalizado a su devenir, la historia cae en picado porque se agarra a un melodrama algo fácil, sin demasiado gancho, con los puños caídos y con ideas mil veces vistas y reconocibles. Sin embargo, hay un activo que consigue elevar toda la trama y es el impecable trabajo que realiza Ben Foster en el papel protagonista. Con una entrega muy destacable, Foster se presta a una transformación física impresionante, que requiere algo más que el evidente maquillaje para esconder su rostro. Entiende al personaje y lo dota de pausa, de sinrazón y de virtud, de bondad y autocompasión. Él es la mejor razón para acudir al cine y dejarse invadir por las inquietudes de este hombre que sobrevivió a base de pelear, sabiendo que la rendición significaba algo más que una simple derrota.

Y es que no es fácil hacer elecciones todos los días cuando la propia vida está en juego. Harry Haft fue mirado y admirado, y también despreciado por acceder a pelear para  solazar a unos cuantos portadores de la muerte. Él moría en cada combate porque sabía que, si vencía, otro perdería el derecho a vivir. Y peleó hasta más allá de sus propias fuerzas. Y, en libertad, lo volvió a hacer para que alguien, en algún lugar, supiera que él seguía en pie por mucho que estuviera deseando llegar al final de la cuenta de diez. Y Ben Foster cuenta con el respaldo de unos cuantos secundarios de cierta categoría como Danny de Vito, o los personajes bien acogidos y poco desarrollados de Peter Sarsgard, que cada vez se parece más a Jack Lemmon, y John Leguizamo. Los nudillos comienzan a pelarse de dolor en las manos del personaje de Foster y nosotros, simples mortales que asistimos a la tortura de sobrevivir, tenemos la impresión de que la cobardía es patrimonio exclusivo de los que tuvieron el rumbo ya marcado y el plato en la mesa. Un combate con Rocky Marciano no lo aguanta cualquiera. Quizá hubiera sido mejor tirar la toalla si no se tiene la seguridad de que todas las almas que han sufrido pueden llegar a la orilla de la última playa.

miércoles, 27 de septiembre de 2023

EL HUEVO DE LA SERPIENTE (1977), de Ingmar Bergman

 

“Los motivos de queja que tenemos contra él no justifican ninguna hostilidad. Démosles esta forma, diciendo que, si se aumenta lo que es, surgirán estas y aquellas desgracias y, por lo tanto, debe considerársele como el huevo de la serpiente que, incubado, llegaría a ser dañino, como todos los de su especie, por lo que es fuerza matarlo en el cascarón”                                    William Shakespeare. Julio César.

 

Abel Rosenberg trata de encontrar un sentido a su existencia. Durante años, ha formado parte de un trío de trapecistas con el que ha recorrido media Europa. Finalmente, su hermano tuvo un accidente y no hubo más remedio que establecerse en Berlín. Sin embargo, su hermano se ha suicidado y el Inspector Bauer, de la policía berlinesa, cree que hay relación entre esta muerte y los asesinatos que, últimamente, están teniendo lugar en diversos barrios de la ciudad. Abel, a pesar de ser judío en la Alemania de los años veinte, no quiere irse. Él no ha hecho nada malo y lleva la inocencia por bandera. Pero es judío. Es judío. Y eso hace que, por naturaleza, se convierta en el sospechoso número uno para la policía. Sólo porque es judío. Y los judíos, por naturaleza, están inclinados a cometer asesinatos. No hay ninguna ley que lo diga. Y en el horizonte ya empieza a asomar la cabeza un individuo ridículo con un gracioso bigotito que ha intentado perpetrar un golpe de estado en una cervecería alemana. Sin embargo, es posible que los ánimos para que ese hombrecillo con pinta de estúpido se establezca en una posición de tanto privilegio como para promulgar delitos de raza, estén ya ahí. A la gente no le han dicho todavía lo que tienen que creer, pero quieren creerlo. Y Berlín se convierte en una ciudad de sombras y conspiraciones, de asesinatos oscuros y de violencias claras. Abel debe realizar una última pirueta para sobrevivir, pero tiene pocas posibilidades, casi ninguna.

Ingmar Bergman realizó esta película en Alemania para evadir la deuda que había contraído con el fisco sueco. Se aventuró por los terrenos del cine negro con la historia de este trapecista que deambula por las calles de Berlín intentando encontrar razones para no sentirse perseguido cuando, en realidad, se está incubando el huevo de la serpiente que llevaría a toda una nación a la locura. En el papel protagonista, David Carradine, que trata de llevar todo el peso de una época que su personaje no acaba de comprender. A su lado, la siempre eficaz y contenida Liv Ullman en la piel de su cuñada, esposa de su malogrado hermano. Detrás de ellos, el Inspector Bauer interpretado con su habitual eficacia por Gert Fröbe. La película, a pesar de ser un intento de salirse del ambiente acostumbrado de Bergman, no deja de poner sobre el tapete todas sus obsesiones sobre la ausencia de Dios, sobre la culpabilidad, sobre la responsabilidad, mientras se desarrolla una trama más o menos detectivesca por las calles de un Berlín algo degenerado y aún más vetusto. El resultado es pesado, algo inerte, sin llegar a sus objetivos porque el propio Bergman llegó a confesar que “mientras rodaba El huevo de la serpiente estaba plenamente convencido de que estaba haciendo una obra maestra. No fue así”. Quizá porque no es fácil adentrarse en los terrenos de una sociedad corrompida moralmente a través de un género que habla sobre eso mismo. Bergman en las calles. Los chicos de la cruz gamada esperan en la siguiente esquina.

martes, 26 de septiembre de 2023

DODES´KA-DEN (1970), de Akira Kurosawa

 

Cuando no hay nada siempre hay que inventarse algo. En los barrios más miserables de un Tokyo que intenta emerger de sus cenizas, unos cuantos personajes tratan de olvidar la miseria en la que viven y, a través de la imaginación, intentan superar su desgracia. No es fácil cuando el estómago ruge y el paisaje te remite a la ruina y a la marginalidad. Sin embargo, algo hay en ese chico medio loco que sueña con conducir un tranvía. Ese tranvía, naturalmente, cuando se mueve, suena Dodes´ka-den, Dodes´ka-den, Dodes´ka-den y él disfruta imaginando que algún día, en otro mundo, con otro equilibrio, podrá conducir ese vehículo por las calles de Tokyo. Ese Tokyo que agobia y aisla. Ese Tokyo que aplasta y arrasa. Ese Tokyo que no vive.

No es el único. Más almas imaginan otra vida entre los escombros. Otro chico trabaja confeccionando paupérrimas flores de papel mientras su tío, un inútil, le controla dictatorialmente sólo para esconder sus propias carencias. A veces, las personas, somos como los escombros. Llenamos la calle para ocultar todo lo que hay debajo porque nos avergüenza. La verdad tiene esas cosas. En ocasiones, es hiriente, implacable. Es como un espejo que nos dice a la cara que no valemos para nada. Y entonces descolgamos el espejo, lo cubrimos de ladrillos, echamos cemento y cal y miramos desafiantes al resto del mundo para que, con un rugido de inferioridad, traslademos la idea de que somos inteligentes, válidos y poderosos.

Por allí, en la otra esquina, el silencio se ha adueñado de un hombre que no quiere hablar más porque el amor le ha dicho que no. Le ha cerrado con la puerta en las narices y cree que nadie quiere escuchar lo que él tiene que decir porque, en el fondo, él ya se lo dijo a la persona que más amaba y lo que recibió fue indiferencia y rechazo. Para eso, mejor callar. No emitir ni un sonido. Pasar de largo por ese mundo destruido con tal de que nadie repare en su presencia. El silencio es cómodo. Amar no lo es.

Dos amigos borrachos, cubiertos de alcohol hasta las cejas porque no pueden aguantar más lo que les rodea, deciden echar algo de sal en sus vidas realizando un intercambio de parejas. Todo empieza como una broma, como una risotada de mal gusto y acaba por ser una decisión firme para que, al día siguiente, la botella haya elevado su fondo y puedan beber algo menos porque la vida les parezca sólo ligeramente mejor. Una copa más. Una barrabasada más. Todo importa poco. Y menos aún, el instante siguiente.

Por último, la fantasía de un mendigo que vive con su hijo en un coche abandonado mientras sueña en la fastuosa mansión que ambos tendrán algún día es lo suficientemente fuerte como para hacer que ambos se mantengan vivos. Nuevamente, la imaginación. Una especie de meta para alcanzar el día siguiente. Un intento de que ese coche se mueva, igual que se mueve el tranvía para el loco. Aire entre ese olor a cemento partido que parece dominar todas las esquinas.

Akira Kurosawa pintó un cuadro y lo llamó con un sonido. Y eso está al alcance de muy pocos.

viernes, 22 de septiembre de 2023

UNA HISTORIA INMORTAL (1969), de Orson Welles

 

El señor Clay quiere recrear una historia para espantar la soledad. Es un cuento que escuchó en sus años de marinería perdida en el desierto de océano. En su enorme voluminosidad, el señor Clay lleva impregnada la sal de muchas olas estampadas en el rostro, de muchas horas horadando la piel, de mucha nada después de tanto esfuerzo. Ya es un hombre rico y desea terminar una historia que escuchó en muchos puertos, aquí y allá, a lo largo y ancho del mundo, pero de la que nunca supo el desenlace. Recluta a un marinero que está de paso en esa villa de falsa blancura y quiere que esa historia se termine por la misma inercia de sus personalidades. Al fondo, Karen Blixen-Isak Dinesen. En primer plano, Orson Welles.

Con apenas medios, Welles se aventuró a hacer de Chinchón un pueblo pesquero, al borde del mar mientras se enfundaba en el personaje de Charles Clay, un hombre rico y abrumadoramente solo. El señor Clay ignora que la única historia inmortal es aquella que no se cuenta, sólo se vive. Y él lo intuye, pero no lo sabe. No puede saber que esa historia inmortal que él desea terminar no se podrá contar porque es inmortal. La ha escuchado durante toda su vida y seguirá escuchando en los muelles de miles de puertos de todo el mundo mientras el agua golpea mansamente contra el malecón de sus recuerdos. Esa historia es todos los recuerdos que se han agrupado alrededor de esa isla que es su cuerpo. Y apenas puede entrever que no hay solución. Ni siquiera el dinero podrá arreglar esa angustia que él disfraza de despotismo. El pueblo es suyo. El tiempo es suyo. Y la soledad no se irá. Todo lo contrario. Se quedará para siempre en su rostro decepcionado, iluso, terco y amargado. Ella también formará parte de esa historia inmortal.

A pesar de ser concebida para la televisión, Una historia inmortal llegó a estrenarse en salas comerciales y se organizó una premiere mundial en el Festival de Berlín. Su duración, de apenas una hora, perjudicó su aprecio en taquilla puesto que el público llegó a considerarla una “rareza” de un autor que apenas tenía ya algo que decir. Sin embargo, la crítica sí que supo entrever sus valores porque esta película, más allá de su evidente falta de medios y de su vocación irremediablemente reflexiva, es un poema puesto en imágenes en donde se pone de manifiesto el miedo del retiro, la desolación de  un amor que ya no se puede vivir igual, la seguridad de que las mejores historias que se hayan podido narrar nunca, jamás han sido contadas. Cada hombre es una historia apasionante, llena de avatares y de pasiones, de frustraciones y de momentos álgidos. La inmortalidad, de alguna manera, habita dentro de todos nosotros porque rara vez hemos contado nuestra historia. Así, el tiempo comienza a perder su importancia. La belleza debe subsistir en todos nuestros recuerdos. Y los deseos no cumplidos pueden poseer tanta fuerza, precisamente, porque nunca se han hecho realidad.

jueves, 21 de septiembre de 2023

MISTERIO EN VENECIA (2023), de Kenneth Branagh

 

Poirot ya no posee ningún interés en resolver ningún asesinato. Está disfrutando de una placentera jubilación en una ciudad de ensueño y ha visto demasiada muerte y mezquindad como para seguir desentrañando los misterios del alma humana. Sin embargo, es un hombre al que le apasionan los retos y, tal vez, el elemento sobrenatural sea lo suficientemente atractivo como para que descuelgue las células grises y vuelva al arte de la deducción con su particular método de observación y sorpresa. En un palacio cualquiera, en una larga noche, tratará de resolver una muerte pasada y dos más de propina.

El detective belga ya tiene más arrugas de las debidas y le cuesta menos abandonar su conciencia. Es el inconveniente de la edad. Quizá la inteligencia sigue intacta, pero la voluntad es más difícil de dominar cuando se creen ver cosas inexplicables, con el agua como testigo, con la determinación como motor. Lo que parece, es, pero todo tiene una explicación y tratará de encontrarla en las intrincadas motivaciones humanas que todo lo ensucian, al igual que se enturbian peligrosamente las aguas de los canales venecianos. Una tormenta lo propicia todo. Y su escepticismo en una vida mejor mueve la resolución. Cuidado, los secretos no viajan en góndola y habrá que descubrirlos con suma delicadeza. Nadie es débil por elección. Nadie mata para olvidar.

No cabe duda de que Kenneth Branagh ha apostado por una historia nueva, basada en una de las novelas menos conocidas de Agatha Christie como es Las manzanas, en la que la insigne y maravillosa escritora ni siquiera situó a Hércules Poirot como protagonista. La adaptación tiene una cierta listeza y estamos ante un misterio que necesita mucho diálogo para explicarse. Aún así, el actor y director irlandés pone en juego una serie de interesantes recursos visuales en el marco de una ciudad a la que retrata con pasión y optimismo durante el día para ofrecer su lado más tenebroso en las horas en las que el sol se esconde. El resultado es una película pausada, con una interpretación más comedida por su parte aunque también se tome alguna que otra libertad que no se ajusta demasiado al detective ideado por la escritora. Y, como es inevitable, hay que señalar que es infinitamente mejor que Asesinato en el Orient Express y ligeramente más acertada que Muerte en el Nilo. No obstante, gustará menos porque no contiene tanta acción al coquetear con lo sobrenatural y con una serie de indicios que necesitan de la siempre costosa aclaración.

Así que ahí tenemos a Poirot, en el borde mismo de la jubilación, necesitado de guardaespaldas para mantener a raya a las hordas de incombustibles clientes pidiendo una solución para sus misterios particulares, presumiendo de amistad con una escritora que no deja de ser la propia Agatha Christie y que se adentra en el territorio de lo desconocido para destapar fraudes y comprobar, una vez más, que el amor es el móvil más poderoso para el asesinato. No hay tantísima premeditación en el personaje porque es más descuidado, algo que, llevado en la dirección correcta, no es propio de ese hombre que un día amó y perdió, que ha resuelto cientos de casos imposibles y que trata de llevar algo de tranquilidad a un interior que hace tiempo que dejó de estar en paz. Venecia, sin duda, es una excelente medicina para curar esos males invisibles y torturantes, pero Hércules Poirot necesita algo más. Necesita mirar con la pregunta en los ojos y la curiosidad en los labios. Y, desde luego, para quien vio la versión de Asesinato en el Orient Express de Sidney Lumet, uno no deja de preguntarse si Albert Finney hubiera compuesto igual este personaje que parece al filo de la derrota y que está en la última estación para el olvido. 

miércoles, 20 de septiembre de 2023

NIEBLA EN EL ALMA (1952), de Roy Ward Baker

 

Todo ocurre en la mente de una desequilibrada. Ahí mismo, en la sede del pensamiento, es donde nace un pasado que nunca existió, un presente falso y un futuro tan incierto como la capacidad para aguantar toda una psicopatía. Ella es preciosa, cualquier hombre se fijaría en ella. Y más alguien que tiene un par de días libres y que no lleva demasiado bien su actual relación. Sin embargo, mirando en sus ojos, en el fondo de esas ventanas que permiten asomarse al alma, ella está totalmente nublada, porque cree cosas que no son, se imagina situaciones que nunca han tenido lugar, cabalga rápido hacia la locura e, incluso, puede que el crimen sea una idea que pase de vez en cuando por su cabeza. Esa misma que no funciona demasiado bien.

No cabe duda de que ella haría dudar a cualquiera. Es mirarla y el cielo se abre. Es niñera, así que no debe tener demasiados malos sentimientos. El día parece tener envidia de ella. El piloto de aerolínea Jed Towers se lanza  y, no obstante, puede que intuya de alguna manera que ella no es trigo limpio. Algo peligroso se alza detrás de la belleza. Algo que no se puede describir y que, sin embargo, está ahí, latente, mostrándose en las sombras. El lado más oscuro de un ángel está a punto de salir a la luz. Y a nadie va a gustar.

Marilyn Monroe demuestra, una vez más, que era mejor actriz de lo que la historia, la prensa y la fama, han tenido a bien darle. Tanto es así que rara vez se cita esta película como una de las mejores interpretaciones de su carrera, señal inequívoca de que realiza uno de sus más atinados trabajos. Ella es esa niñera que parece guardar la maldad sugerentemente en algún lugar de sus ojos. Y llega a sobrecoger en algún momento. A su lado, un asustado Richard Widmark, que trata de arreglar por todos los medios su relación con Anne Bancroft porque lo de esta chica que ha visto por casualidad es una trampa psicológica de cierta intensidad. Detrás de las cámaras, Roy Ward Baker que, tras hacerse un nombre dirigiendo la mayoría de las películas de la saga de Sherlock Holmes protagonizadas por Basil Rathbone, años después, se hará un nombre entre la nómina de directores de la Hammer y que, si bien peca de una ligera precipitación en algún pasaje, lleva con rienda firme este drama o equilibrio psicológico en el que juega con inusual precisión entre el encanto y la oscuridad, entre lo inocente y la evidencia de la culpabilidad, entre la ingenuidad del hombre y el descarado dominio de la mujer que asume la máscara que le conviene a cada momento. Una interesante historia sobre la perturbación mental que puede crear mundos enteros con tal de satisfacer los más escondidos traumas. Atentos a cada detalle. Puede ser fundamental para prever los movimientos de esa niñera que, tal vez, haya tomado el camino de la locura para curarse de la soledad. Sólo que, en esta ocasión, el miedo va a estar a su alrededor. Sin paliativos. Sin buenas palabras. Sin rostros angelicales dejándose querer. Sin más día que la niebla en el alma.

martes, 19 de septiembre de 2023

DECISIÓN A MEDIANOCHE (1954), de Nunnally Johnson

 

Berlín es un hervidero de chantajes. Basta con secuestrar a un soldado para exigir un intercambio a los americanos. La cuestión se complica cuando interviene el padre del muchacho. No es un cualquiera. Es un tipo influyente que tiene amistades con varias personalidades de la alta política estadounidense y exige, sin demasiadas buenas maneras, que el gobierno y el ejército se mueva y liberen a su hijo. El Coronel Steve Van Dyke, jefe del servicio de información del ejército en Berlín Oeste va a montar toda una obra de teatro para contentar a los rusos, acallar la voz siempre molesta del padre beligerante, demostrar su valía y, de paso, encarcelar la traición. Va a ser un circo de cuatro pistas, con jugadas inteligentes, fingimientos imposibles, ingestas de veneno y engaños a cuatro manos. Al fin y al cabo, el Coronel Van Dyke no está sólo. A su lado están dos de los mejores. Y eso, ya de entrada, da una idea de lo que vale.

El padre, atónito, asiste a todas las maniobras del Coronel Van Dyke. No podía imaginar, desde su atalaya empresarial de fábricas de válvulas, que Berlín fuera una ciudad donde la conspiración fuera algo normal, donde se pusieran en pie los entramados de intereses del espionaje como instrumento de chantaje. Cada palmo ganado, en una dirección o en otra, es todo un triunfo y ese tal señor Leatherby, que acompaña todos y cada uno de los pasos del Coronel Van Dyke, se siente avergonzado. No sabía que todo aquello era así. No tenía ni idea. No podía sospechar siquiera la labor silenciosa de unos hombres y mujeres que viven en estado de permanente tensión porque cualquier error puede ser fatal. Los inocentes también pagan. Incluso aquellos que trabajaron para el horror unos años atrás. Todo por el simple secuestro de un soldado. No se abandona a los amigos. No se presiona a los que trabajan por lo mejor.

A pesar de ser un hombre declaradamente de izquierdas, el guionista Nunnally Johnson, autor de la adaptación de Las uvas de la ira, debutó en la dirección con esta ingeniosa trama de espionaje, intercambios y presiones que no se basa, en absoluto, en la acción, sino en el diálogo. Todo es un ir y venir entre tres o cuatro escenarios, con la lengua bien afilada y descubriendo el ambiente de insoportable tirantez en las mismas puertas del Telón de Acero apenas unos años antes de la construcción del muro. Johnson, que también escribe el guión, no duda en destapar los métodos reprochables de los rusos, los giros de una soga que siempre anda colgando alrededor de un cuello y el equilibrio funambulista de los que deben bregar con la situación de una ciudad dividida que ya reclama con ansia su libertad. Gregory Peck, en la piel del Coronel Van Dyke, resulta ideal en su guardia permanente para resolver el asunto. Broderick Crawford, como el taimado hombre de negocios que mueve cielo y tierra para recuperar a su hijo, como siempre, resulta eficaz y ambivalente. Un espléndido reparto de secundarios ayudan a tejer las hebras de la jugada a cuatro bandas, con especial mención a Walter Abel, a Buddy Ebsen y a una bellísima Rita Gam. Sólo desentona un tanto el trabajo de Anita Bjork como el antiguo amor del Coronel Van Dyke, pero se le perdona. La decisión a medianoche va a ser contrarreloj y manteniendo mucho la calma. Es necesario dejar correr toda la sangre fría que sea posible. Y no mover ni un músculo cuando todo se ponga en contra.